Por Juan Arvizu
NO SE ADMITEN NEGROS, PERROS NI MEXICANOS
En plena II Guerra Mundial Estados Unidos requería de mano de obra para diferentes áreas productivas y por eso acordó con nuestro país contratar en forma temporal trabajadores mexicanos, los cuales se destinaron sobre todo a labores del campo.
Este acuerdo se conoció como Programa Bracero y funciono de 1942 a 1964, cuando se dio por concluido debido a las muchas quejas surgidas en ambos países por el trato inhumano, las malas condiciones laborales y los abusos que cometían los patrones.
Los braceros mexicanos trabajaron sobre todo en estados del sur de la Unión Americana y lo hacían por temporadas que iban de los tres a los seis meses, aunque en ocasiones se lograba firmar un contrato por un año.
La contratación inicial se hacía en territorio mexicano, en ciudades fronterizas como Tijuana, Chihuahua, Nuevo Laredo y Reynosa, entre otras.
Una mañana Mario pasó por la estación del ferrocarril en el barrio Del Central y unos metros más adelante un letrero llamó su atención. No entendía bien como estaba el asunto, pero decidió investigar un poco con el grupo de personas que estaban formadas.
Los parroquianos le dijeron que el gobierno gringo estaba contratando personal para trabajar en California, Nuevo México, Texas y algunas otras partes de aquel enorme país. Le aseguraron que pagaban bien y “en dólares”.
Mario no tenía trabajo fijo así que decidió probar suerte y ver si lo contrataban. Se formó y tuvo que esperar cerca de tres horas para ser atendido.
La dizque entrevista laboral fue muy rápida y consistía básicamente en preguntas sobre los generales del solicitante y dos preguntas especiales: si estabas vacunado contra la tuberculosis y si tenías antecedentes penales.
Mario salió del local muy confundido pues no le habían dicho nada. Ni lo aceptaron ni lo rechazaron, pese a que no tenía tuberculosis ni antecedentes criminales y además hablaba bastante bien el inglés.
Decidió preguntar nuevamente a los parroquianos y estos le informaron que cada lunes colocaban una lista con los nombres de las personas que serían contratadas, por lo que era necesario regresar y revisar la dichosa lista.
No habiendo otro remedio Mario esperó hasta el siguiente lunes para regresar al barrio Del Central.
El lunes muy temprano se dirigió al módulo de contratación de braceros para ver si su nombre aparecía entre los suertudos.
Iba en camino cuando se encontró a su amigo José con una sonrisa de oreja a oreja porque su nombre si aparecía en las listas.
José le dijo que en las listas venia además de su nombre, el estado donde trabajaría y la información relativa al traslado hacia la Unión Americana.
Mario le preguntó si su nombre también aparecía en las listas, pero José contestó que no se había fijado en eso porque eran muchas las hojas colocadas en la pared.
A Mario no le quedo mas remedio que consultar las listas, lo que comenzó a hacer en forma rápida y unos minutos después constato que su nombre si aparecía y que lo enviarían a Arkansas.
Dos días después Mario ya se encontraba a bordo de un camión tipo escolar rumbo a Estados Unidos. Al escuchar las conversaciones de los mexicanos que fueron contratados para trabajar en Arkansas constató que en su mayoría eran personas con experiencia en labores agrícolas y él desde su niñez no había tenido contacto con el campo, pero estaba decidido a entrarle a todo.
Ya en Arkansas, su buena actitud le permitió desarrollar en forma eficiente las labores que le fueron asignadas y por ello no tuvo problema alguno. Trabajaba largas jornadas como todos los braceros y todos tenían el domingo para descansar.
Notó desde el principio que los capataces eran todos gringos, blancos y de ojos verdes, mientras que entre los trabajadores agrícolas solo había mexicanos y negros.
Así es por aquí el asunto, se dijo, y continuo con su rutina diaria ayudando en la pizca de diversas hortalizas.
Fue hasta la segunda semana cuando se dio cuenta de que los domingos un grupo de negros mejor vestidos que sus compañeros del campo, llegaban con varias unidades motrices y vendían alcohol y cigarros, además de traer consigo un montón de mujeres de la misma raza.
Estas ejercían el oficio más viejo del mundo y tenían clientes de a montón, pues en los campos de Arkansas pocos eran los mexicanos que fueron contratados con mujer y todo. De hecho, las mujeres mexicanas braceras no trabajan en el campo, ya que los gringos las destinaban a las tareas de la cocina.
Cada viernes o sábado, algunos mexicanos hacían una lista de cosas que sus compañeros necesitaba en el campo y acudían a comprarlas en el pueblo más cercano, siendo trasportados por el personal gringo.
Deseoso de conocer un poco Estados Unidos, aunque estuvieran en área rural, Mario decidió incluirse entre los braceros que iban al pueblo. Logró su objetivo haciendo la solicitud respectiva en idioma inglés al capataz que no hablaba ni J de español.
El capataz le permitió acompañar al grupo que iba al pueblo y gracias a ello salió por primera vez del campo agrícola.
Una vez en la ciudad comprobó que el dichoso pueblo era muy parecido a las polvorientas ciudades del Valle de Texas que ya conocía desde adolescente.
Sus compañeros le informaron que en el almacén ya estaban preparando la mercancía por lo que harían tiempo acudiendo a una cantina que se localizaba a la entrada del pequeño pueblo.
Mario no quiso acompañarlos y acordaron que en dos horas se verían frente al almacén. Camino varias cuadras para ver aparadores y en una esquina se encontró en un restaurante con un curioso letrero en inglés que decía: No se admiten negros, perros ni mexicanos.
Se quedó largo rato viendo el letrero pues no podía creerlo. Sabia sobre la fuerte discriminación que los gringos tenían contra los negros, pero no pensó que también los mexicanos eran tratados igual.
En esas estaba cuando una mano le tocó la espalda. Era el Sheriff del pueblo, un tipo bonachón y pasado de peso, quien en inglés le pregunto si hablaba su idioma.
Recibiendo una respuesta positiva, el representante de la ley le señaló el letrero discriminatorio y le dijo que así eran las cosas por allí y que solo era una precaución para evitar problemas.
Le pregunto finalmente si tendría problemas con él y Mario contestó que no. Entonces el Sheriff le dijo Adiós, bienvenido a Arkansas.