Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Va de Cuento

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Por Juan Arvizu


SUDÁMERICA

Por el altavoz se escuchó la voz del piloto anunciando el cercano aterrizaje en la capital de Perú.
Señores pasajeros les comunico que en unos minutos más estaremos aterrizando en el aeropuerto Jorge Chávez de la ciudad de Lima, el clima local es de 32 grados centígrados y tenemos cielo totalmente despejado. Son quince para las 8 de la mañana. A nombre propio y de la tripulación les damos las gracias por volar con Avianca. Bienvenidos.
El señor no había podido dormir en todo el trayecto ya fuera porque se sentía un poco inquieto o por no poder quitarle el ojo a su equipaje de mano.
Finalmente, el avión toco pista y en unos cuantos minutos ya estaba detenido por completo. Atravesar el área de migración no represento problema alguno. El pasaporte mexicano te libra de muchas preguntas y molestias en los aeropuertos sudamericanos, lo que no sucedía así con los salvadoreños, nicaragüenses, cubanos, hondureños o panameños.
Sin embargo, en aduanas los agentes se percataron del contenido del equipaje de mano, así que fue conducido a uno de los separos donde le formularon varias preguntas de las cuales salió bien librado gracias a los documentos bancarios que llevaba. Lo que más les intrigaba a los agentes de aduanas era la gran cantidad de efectivo en moneda norteamericana que el pasajero transportaba, pero hasta el último centavo había sido declarado y no era delito llevar efectivo. El viaje supuestamente era de negocios y todo estaba legal.
Concluido el trámite se dirigió hacia la sala que tenía asignada para continuar su trayecto rumbo a Rio de Janeiro.
La espera fue extensa, pero logró abordar el avión de conexión y poco después ya se encontraba en el aire rumbo al puerto carioca, a donde llego en el tiempo programado y entonces encamino sus pasos hacia las cintas trasportadoras para recuperar su equipaje.
En la terminal aérea ya lo esperaba un conocido de su hermano Ismael y una hora más tarde fue trasladado a un hotel cerca del Corcovado.
Los siguientes días fueron de paseos por su cuenta y algunos tours que en el mismo hotel le ofrecieron y ambos le permitieron aprovechar de mejor forma su estancia en esa imponente ciudad brasileña.
Además, deposito el efectivo en la caja fuerte de recepción, así que pudo salir a pasear con relativa confianza.
Fue en el tercer día de su llegada a Rio cuando por la mañana bajo al vestíbulo y se dirigió al bar del hotel para encontrarse con su hermano Ismael. Cuando lo tuvo enfrente lo abrazo por largo rato. Tenían casi cuatro años sin verse.
Le entregó una mochila y también una copia del certificado de defunción que le había tramitado, después de años de considerarlo oficialmente desaparecido después del terremoto del 19 de septiembre de 1985.
El terremoto devasto buena parte de la ciudad de México y el edificio donde Ismael vivía se desplomo por completo.
Ismael salía todas las mañanas a correr a un parque cercano a su casa y aunque el 19 de septiembre de 1985 no se sentía del todo bien, decidió que no era tan grave como para suspender su actividad matutina preferida.
En el parque el malestar se agravó así que a duras penas completo la práctica. Generalmente tras de terminar de correr siempre regresaba a su casa para tomar un baño y prepararse para su jornada laboral.
Pero ese día el malestar lo obligó a permanecer en el parque más de lo programado, sentado en una de las bancas. De regreso a su casa, contrario a su costumbre se detuvo en una cafetería para usar el sanitario.
A Ismael no le gustaba usar cualquier sanitario y menos uno público, pero el malestar estomacal lo obligó a hacer una excepción. Ordenó un café a la mesera y se dirigió al baño.
Minutos después regresó a la mesa bastante sudoroso y fue entonces cuando sobrevino el terrible terremoto de 8.1 grados en la escala Richter.
Los primeros movimientos telúricos fueron leves, pero se incrementaron en forma muy rápida. Ismael salió del local en medio del tumulto y se percató de inmediato que no se trataba de uno más de los muchos sismos que azotan periódicamente la capital del país. Este, del año 1985, si se sentía con fuerza y estaba provocando mucha destrucción y caos.
Ismael contempló daños bastante visibles en los locales comerciales y edificios departamentales cercanos. En el camino hacia su casa comprobó que el terremoto fue descomunal, como nunca antes había ocurrido, o por lo menos él, capitalino de siempre, no recordaba algo parecido.
En pocos minutos llegó a su edificio, pero éste ya no estaba en pie y mucho menos su departamento. Todo se desplomó con el sismo.
A simple vista pudo observar que solo quedaban escombros de lo que un día fue un moderno edificio de cinco pisos.
Comprobó que también edificios cercanos presentaban graves daños y con el paso de los minutos se dio cuenta de la real magnitud de los hechos.
En la calle se acercó a un grupo de personas que escuchaban las noticias por la radio y comprobó que la capital mexicana estaba en graves problemas.
Su casa o, mejor dicho, lo que quedaba de ella, se encontraba relativamente cerca del centro de la Ciudad de México y hacia el centro se dirigió. Por todo el camino vio escenas de llanto y también de rescate de sobrevivientes que eran sacados de los escombros por anónimos ciudadanos.
Cuadra tras cuadra, mientras avanzaba, contempló el mismo tipo de escenas. Heridos, muertos y personas socorriendo a otras menos afortunadas.
Pensó y pensó en el gigantesco número de muertes que provocaría un fenómeno natural de esa magnitud. Quizás a muchos de los muertos ni siquiera podrían rescatarlos, mucho menos ser reconocidos.
De pronto, una idea pasó por su mente. No sería una ocasión ideal para desaparecer.
Si, simplemente desaparecer. Total, nada le ataba a la Ciudad de México y los problemas legales de su empresa no acaban de terminar. Encima se encontraba en trámite de divorcio y su ex pareja buscaba la forma de dejarlo en la calle, lo cual no le sería fácil pues Ismael, de profesión abogado conocía muy bien el tejemaneje de la cosa legal. Ya tenía tiempo desarrollando un plan de ocultamiento de bienes. Poco a poco desapareció propiedades y dinero en efectivo, pues no estaba dispuesto a compartir por completo el producto de años de esfuerzo.
Sabia sin embargo que su expareja iba por todo, pero la trampa ya estaba hecha. Por más que Irene le buscara no encontraría nada, pues él tuvo tiempo suficiente para desarrollar su plan con el apoyo siempre incondicional de su hermano Joaquín, quien también era su socio en negocios y en el despacho jurídico.
La idea fue madurando en su cabeza y en pocas horas ya tenía un plan bien elaborado. Buscaría la forma de llegar hasta la frontera sur para internarse en Centroamérica. De allí, de alguna forma, avanzar hacia Argentina y después cruzar al Brasil. El itinerario podría ser alterado sin problema, lo importante era llegar al destino final sano y salvo, y con dinero desde luego.
Desde siempre le gustaba Brasil. Sus playas, su idioma, su gente.
Sin embargo, el plan tenía sus fallas y debía trabajar un poco más en afinarlo De momento pensó que era importante que nadie lo viera, así que buscó un teléfono público y llamó al despacho que tenía junto con su hermano.
Ismael estaba de suerte pues quien contestó fue su hermano Joaquín y no la secretaria. Lo puso el tanto de la situación y le pidió que no le dijera a nadie que estaba vivo. Ya le contaría después el porque de esa extraña petición.
Se pusieron de acuerdo y dos horas más tarde Joaquín pasó en su automóvil por Ismael y juntos se dirigieron hacia Cuernavaca, a una casa de campo que ambos heredaron de sus padres.
Una vez instalado en el lugar Ismael le contó su plan por completo. Joaquín escucho con atención y luego hizo varias preguntas. No le acaba de convencer el plan de su hermano, pero este le recordó que además de los problemas legales y el divorcio, estaba el tema del asunto viejo y ese no tenía solución, por lo menos no una solución barata.
Convencido de que Ismael ya tenía tomada la decisión, su hermano solo apuntó que viajar a Brasil en la forma planeada sería difícil, por lo que sugirió que lo primero sería llegar a Centroamérica y de allí tomar un vuelo hacia el destino final.
Agregó que conocía a una persona que a cambio de dinero podría proveerles un pasaporte falso el cual serviría muy bien para abordar un vuelo comercial.
Ismael preguntó por el dinero que Joaquín le guardaba. Todo se encontraba en el banco y de momento sería difícil tener acceso a él, así que la mejor idea era dejarlo donde estaba y buscar después la forma de hacérselo llegar a Brasil, o donde estuviera.
Durante los siguientes días Ismael permaneció escondido en la casa de campo familiar y después por vía terrestre llegó hasta Chiapas y cruzó la frontera hacia Guatemala. Levaba suficiente efectivo para cualquier gasto, pero no demasiado que pudiera llamar la atención.
Ingresando como turista llegó poco después a Brasil y aprovechando algunos contactos logró establecerse en una pequeña ciudad cercana a Rio de janeiro.
Allí, instaló varios pequeños negocios, asociándose con sus conocidos brasileños. Periódicamente hablaba por teléfono con su hermano y este le seguía enviando diferentes cantidades de dinero a través de terceras personas.
Su nueva vida era dulce y apacible. No extrañaba para nada la Ciudad de México, ni sus embotellamientos viales, el smog, las prisas y los asaltos.
Rio de Janeiro le recordaba un poco a la capital mexicana, por eso pocas veces se animaba a visitar a los cariocas.
Ismael y Joaquín charlaron por varias horas y hasta exploraron la posibilidad de que este último se fuera a vivir al Brasil.
Anímate, le dijo Ismael, el portugués no es difícil de aprender.
Joaquín solo se quedó pensativo y luego preguntó
¿Algún día sabrán tus hijos que estas vivo?
Ismael sonrió y solo se encogió de hombros.

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