Por Juan Arvizu
MOISÉS, EL PIERO, EL MOI
De mi temprana infancia conservo pocos recuerdos debido a que mi memoria no se caracteriza por ser muy aguda y porque, además, el paso de los años ha difuminado muchos de ellos.
Sin embargo, los dos recuerdos más vívidos que conservo son de cuando tenía más o menos cinco o seis años de edad y me di una tremenda quemada con agua hirviendo.
El segundo recuerdo es de un niño que lloraba día y noche y que una calurosa tarde se calló por completo y para siempre.
La quemadura que sufrí abarco una parte pequeña de la garganta y todo el estómago. Milagrosamente no conservo ninguna cicatriz de ese accidente. El tiempo lo borró todo pese a lo aparatoso y dolorosísimo que resulto para mi este percance, el primero de los muchos que tendría a lo largo de mi niñez y adolescencia, y que fueron el precio que pague por ser un niño muy inquieto.
Creo que ahora fácilmente me diagnosticarían con Trastorno Por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) y me atiborrarían de pastillas y terapia, pero en aquel tiempo el único diagnóstico y tratamiento para nosotros los hijos del proletariado, era la chancla y el cinto.
Del niño que lloraba y que después supe que se llamaba Moisés, en realidad recuerdo muy poco, salvo su llanto, ese llanto que nunca olvido y que en ocasiones me golpea con fuerza al pensar en lo que pudo haber sido y no fue.
Moisés fue mi hermano menor y murió de complicaciones en el aparato respiratorio, de esas que en la actualidad ya casi no matan a nadie, pero que en la década de los 60 del siglo pasado provocaban infinidad de muertes infantiles, ya fuera por ignorancia, por no saber identificar los signos de alarma, la falta de acceso a servicios médicos, la mala atención en los hospitales públicos, o simplemente “porque así fue la voluntad de Dios”.
MI padre le puso Moisés y como apodo le decía “El Piero”, en honor a un cantante sudamericano muy exitoso de esa época.
Mis tres hermanas no recuerdan a Moisés, salvó Bertha, y yo le puse años después de cariño “El Moi”. Este apodo solo lo uso yo, nadie más en la familia. Creo que lo inventé desde que supe que el niño que lloraba día y noche se llamaba Moisés.
No puedo recordarlo de otra forma, ni jugando, ni riendo, ni comiendo, solo lo recuerdo llorando y todavía hasta la escuela secundaria lo soñaba de esa manera- Su recuerdo es cada vez más borroso y en ocasiones ya no alcanzo a distinguir si es su llanto o es el mío (por él).
Murió muy pequeño y quizás por eso los Arvizu Martínez solo conservamos una fotografía de Moisés. En ella aparece mi madre con Moi en brazos, de un lado mi hermana Bertha y yo en el otro. Es la única foto, no hay más.
Nunca quise saber cuándo nació ni tampoco cuándo murió, porque creo que con relación a Moi, con solo pensar en esa personita ya tengo suficiente para ponerme triste.
En lo que si he pensado a lo largo de los años es que hubiera sido de Moi en la escuela, en la prepa y también porque no en la universidad. ¿Cómo me hubiera llevado con él?, ¿Que hubiera estudiado?, ¿le gustaría el cine y el teatro como a mí?, ¿Hubiera sido mi cómplice de travesuras y aventuras?, ¿Sería como yo o totalmente diferente?, ¿Llegaría a casarse y tener hijos?
En fin, solo son preguntas que nunca tendrán respuesta, simplemente porque así fueron las cosas y no pueden cambiarse.
Creo que muchos de nosotros nos hacemos alguna vez en la vida este tipo de preguntas, con relación a personas que ya se fueron, sobre todo de aquellas que estuvieron aquí solo por un breve tiempo pero que dejaron una huella profunda.
Esa huella permanecerá con nosotros hasta que los veamos nuevamente, cuando algún día también nosotros recuperemos nuestro perdido origen divino.