Por Juan Arvizu
El ultimo pensamiento que paso por su cabeza fue el rosto de su esposa, luego la bala calibre .45. Las balas no buscan ni piden explicaciones, solo cumplen su cometido y listo.
El cuerpo de Martin se inclinó hacia la derecha mientras que la Colt se desprendía lentamente de su mano, como en cámara lenta.
El botones del hotel y el gerente del mismo, pronto encontrarían el cadáver, pero contrario a lo que pudiera pensarse no verían una escena repulsiva con manchas de sangre por todos los lados. Solo hallarían a hombre doblado hacia su derecha y una Colt en el suelo.
La escena no era particularmente desagradable, salvo el manchón de sangre en la pared, el cual daba cuenta de que alguien había violado el mandamiento de “No matarás”, aunque sea matándose a sí mismo.
Horas antes de jalar del gatillo, Martin había charlado por teléfono con su hermano mayor y le pidió como favor especial que hiciera llegar a quien correspondiera el contenido de un paquete que ese mismo día le había enviado por correo. En una carta breve le explicaba detalladamente porque era importante que cumpliera su petición.
Concluida la charla Martin se dirigió al frigo bar y extrajo la botella de vino que previamente había puesto a enfriar.
Bebió sin vaso y sin prisa, con la seguridad de que el alcohol no era una herramienta para darse valor, sino una despedida de aquella bebida que, aunque le gustaba pocas veces se dio el lujo de consumir en la cantidad que hubiera deseado. Su trabajo, su demandante trabajo, no le permitía esa clase de lujos pues había que estar alerta, lo más alerta posible siempre.
Martin tuvo tiempo para consumir poco más de media botella y recordar cómo se había metido en ese embrollo y de las consecuencias.
Conoció a Eva en la recepción de un lujoso hotel de la ciudad capital. Ella se encargaba de la recepción y era muy buena en su trabajo.
Eva atendía a todos los clientes con una sonrisa, pues ser amable en estos establecimientos de lujo es casi un requisito.
Martin sabía que la sonrisa de Eva formaba parte de su uniforme, pero aun así prefirió pensar que esa sonrisa era especialmente para él. Fue en la tercera visita al hotel cuando comenzó el cortejo, evidente y descarado.
Eva cedía al galanteo entre divertida, intrigada y temerosa. Era evidente que aquel caballero le atraía físicamente, pero sobre todo y más importante le atraía la mala fama pública de Martin.
Para Eva su pretendiente era un enigma y aunque se decían muchas cosas de él, y la mayoría eran cosas malas, la atracción hacia él era casi magnética. No es un secreto que muchas mujeres se sienten atraídas irremediablemente hacia tipos malos, golpeadores, viciosos, abusivos, protervos.
El encargado del hotel noto desde la tercera visita al hotel que Martin pasaba cada vez más tiempo en la recepción, pero por su cabeza nunca paso llamarle la atención a la empleada, o mucho menos dirigirse al huésped.
Sabía muy bien que ambas opciones podrían traerle consecuencias nada agradables. Caramba, como si el jefe de matones del Clan estuviera para reclamos, se dijo a sí mismo.
Al poco tiempo de iniciado el flirteo, Eva acepto salió a cenar con Martin y de allí en adelante las citas se hicieron frecuentes, muy pocas veces a la vista de todos y muchas en sitios apartados de miradas indiscretas.
Para el pistolero Eva fue diferente a otras mujeres que tuvo en su vida. Ella fue especial y no sabía exactamente porque, quizás la diferencia de edad pues Eva apenas cumpliría 21 años en septiembre próximo y él ya pasaba holgadamente las cuatro décadas.
No, no era eso, ya había tenido mujeres mucho más jóvenes que Eva, bastante más jóvenes.
Una mañana de mayo al despertarse la verdad lo golpeo con toda su fuerza. Se había enamorado de Eva y quería permanecer a su lado, como no lo había deseado con ninguna otra mujer. Fue entonces cuando tomó la decisión de proponerle matrimonio y solo seis semanas después se casaron en una pequeña capilla lejos de la ciudad capital y sin invitados de parte del novio.
Compro una vivienda a las orillas del pueblo y la convirtió en su hogar, mientras que alternaba periodos de tiempo en la ciudad capital y el sitio donde Eva se encontraba.
Todo transcurrió sin novedad durante casi un año hasta que finalmente y por voluntad propia decidió encarar a los hermanos Santoro, sus jefes, y sin más les dijo que renunciaba, que se largaba.
La noticia no cayó muy bien a los hermanos ni al resto del Clan, pues de sobra se sabía que en ese tipo de negocios no hay renuncias ni jubilaciones.