Ciudad de México. (Latitud Megalópolis/Lilia Arellano). Viviendo su última oportunidad de aspirar a la Presidencia de la República, el canciller Marcelo Ebrard, se juega el resto de su capital político y se indisciplina ante el presidente Andrés Manuel López Obrador, en forma muy similar a la seguida por Felipe Calderón, quien le renunció a Vicente Fox con el fin de lograr su propósito. ¿Lo logrará el “carnal”?. Anunció su dimisión a la Secretaría de Relaciones Exteriores a partir del próximo lunes y aclaró no se iba de Morena para no adelantarse a los tiempos, pero en la realidad logró meterles presión a sus adversarios políticos y al primer mandatario. El siguiente paso será la preparación ordenada desde Palacio Nacional para enfrentarlo.
Otro cierto de ser este el último chance de jugar en la liga mayor es el senador Ricardo Monreal quien deberá analizar muy seriamente si debe renunciar, dejar el fuero, porque en su caso los razonamientos presidenciales no demuestran empatía sino todo lo contrario y visto está, no se dejan para mañana los cobros de facturas sobre las acciones en las cuales hubo indisciplina, considerada como deslealtades. Tanto Claudia Sheinbaum como Adán Augusto López, hasta Gerardo Fernández Noroña, invitado de último momento al Consejo Nacional de Morena, saben de las capacidades del “carnal” Marcelo, por lo que seguramente ya empezaron a construir un “expediente negro” sobre no sólo sus presuntos actos de actos de campaña adelantados, sino también sobre su larga trayectoria política, la cual se remonta a los días en donde era el brazo derecho del entonces regente de la Ciudad de México, Manuel Camacho Solís, quien lo inició en las lides políticas. Si así caminan las intenciones contra el principal responsable de la Tragedia de la L-12 ¿qué puede esperar el zacatecano si de queda a la deriva?
Marcelo no quiere repetir la historia de su mentor político, Manuel Camacho, quien esperó a ser designado por Carlos Salinas de Gortari como candidato a la Presidencia de la República, lo cual, como sabemos, no sucedió, pues CSG se decidió por Luis Donaldo Colosio. Camacho se disgustó y se convirtió en una pesadilla para la campaña del priísta Colosio, y no despegó por el activismo político del entonces regente de la Ciudad de México como negociador de la paz en Chiapas. El problema “se resolvió” cuando asesinaron al abanderado presidencial del PRI en Tijuana. A todos se culpó: al narcotráfico, a los Estados Unidos, a una conspiración internacional, al asesor presidencial José Córdoba Montoya, a Camacho Solís, en fin una serie de presuntos culpables estuvieron presentes en la investigación culminando en el dictamen señalando a un “asesino solitario”, a Mari Aburto Martínez, quien, según todas las fotografías del expediente no guarda ningún parecido con el asesino en el lugar de los hechos. Fue, sin duda, un chivo expiatorio. El beneficiado resultó ser Ernesto Zedillo Ponce de León, a propuesta de José Córdoba Montoya, y quien hizo todo lo posible por “enterrar “ al PRI, lográndose la sucesión en donde, por primera vez, se le entregó el poder presidencial al PAN en la figura de Vicente Fox.
México vio al arrancar este siglo el inicio de dos sexenios panistas, el de Vicente Fox, tan errático que ni siquiera pudo dejar sucesor, y luego con la imposición de Felipe Calderón montado en la estructura blanquiazul. Fue tan violento y corrupto el segundo sexenio panista que la gente harta votó por la imagen construída a Enrique Peña Nieto desde Televisa. Así regresó el PRI al poder, cayendo por las mismas causas por las cuales lo perdió: corrupción, agudizada con cinismo.Peña Nieto negoció su salida de la Presidencia con Andrés Manuel López Obrador tras el triunfo de éste en las urnas, luego de que el joven panista Ricardo Anaya amenazará con meterlo a la cárcel. Enrique y “La Gaviota”, su esposa, dejaron el país y entregaron el poder a López Obrador, quien aceptó no perseguirlos, más allá de las menciones en sus conferencias mañaneras y con escándalos mediáticos sobre la corrupción en Odebrecht y Pemex, y la toma de varios rehenes, entre ellos Rosario Robles y Emilio Lozoya. Ahora ponen broche de oro al solicitar la FGR 82 años de carcel para el exprocurador de la República Jesús Murillo Karam, 60 por el probable delito de desaparición forzada; 12 por tortuna y 10 por mala administración de la justicia.
Lozoya se convirtió en el delator de sus ex compañeros, tres expresidentes, dos candidatos presidenciales, y 11 legisladores y operadores políticos quienes figuraron en prácticamente la mitad de este sexenio como protagonistas de la corrupción del pasado, hasta ser descubierto el ex director de Pemex gozando de la libertad dictada en el “criterio de oportunidad” en un restaurante de lujo en la zona de Las Lomas de Chapultepec, generando la cólera del primer mandatario y severas críticas ciudadanas, por lo tanto, para acallar las protestas, lo ingresaron por vez primera en la cárcel.
Y ahora, estamos frente a la sucesión de López Obrador. El “tapado” se cambió por “corcholatas”, abonando a la degradación del término. Pero el juego sucesorio es similar al llevado a cabo en la época dorada del priísmo del siglo pasado. Es comprensible, el mandatario actual surgió de esa escuela política, lo mismo se registra con su estructura de gobierno, fueron evolucionando del priísmo, luego, en el caso de Marcelo Ebrard, a la socialdemocracia, el perredismo, el exilio y ahora a Morena, un movimiento no llegado a partido político, sino a una vasta corriente de tribus de la “izquierda mexicana” y de aventureros de la política, amalgamados por la “popularidad” y la feligresía lograda por el tabasqueño. Todo este rejuego sucesorio se derivó del análisis a detalle de las recientes elecciones en el Estado de México y Coahuila, las cuales en términos reales es de únicamente 1.5 puntos porcentuales de ventaja para Morena, el partido oficial sin el apoyo del PVEM y del PT. En el Estado de México, de acuerdo con los analistas, en votos por candidato, se encontró que el 17% del total corresponde al PVEM y el PT, sin ellos Delfina hubiera perdido con sólo 35 por ciento de los votos. Los aliados electorales hicieron posible su triunfo, por ello sigue más que vigente la renegociación con ellos. Otro dato a destacar es el abstencionismo, considerado nuevamente como clave, pues ni Morena ni la alianza opositora lograron movilizar a los mexiquenses; poco más de la mitad de la población se quedó sin ir a las urnas. Si los jóvenes se hubieran interesado por alguna de las fuerzas políticas en disputa, otra historia sería esta elección, pero esto sólo es especulación.