EDITORIAL
Reynosa, Tamaulipas. Fue en los primeros meses del 2006 cuando Felipe Calderón hinojosa, tras asumir la Presidencia de la República, declaró la guerra al narco.
Fue como pisar un hormiguero.
A la fecha, de apenas cuatro o cinco cárteles que se repartían el territorio nacional, actualmente hay decenas de ellos, cada uno con un número incalculable de células, divisiones y subdivisiones.
Se calcula que en México, a la fecha, el crimen organizado es el quinto empleador de México, con más de 185 mil efectivos, solo por abajo de empresas legalmente constituidas como FEMSA, Walmart, Manpower y America Movil.
Esa fuerza militar es apenas menor que la del Ejército Mexicano, que en este 2024 es de 261,773 soldados.
Aunque desde años atrás la actividad de las mafias en México se sentía, principalmente en algunas zonas geográficas, como Sinaloa, Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Baja California y Chihuahua, fue en el 2006 cuando la población llana sintió los efectos de una guerra de baja intensidad.
En Reynosa se desató el infierno el 18 de febrero de 2009.
A escasos metros de la escuela primaria Felipe Carrillo Puerto, sobre el bulevar Del Maestro, militares y delincuentes intercambiaron fuego durante interminables minutos, ante la mirada impavida de maestros y el terror de los alumnos.
Hasta entonces no se tenía un protocolo de actuación ante situaciones de riesgo. Los maestros, para salvaguardar a los estudiantes, les ordenaron que se echaran pecho a tierra a fin de evitar las balas perdidas que pasaban zumbando sobre sus cabezas.
Un día antes, el 17 de febrero se suscitó uno de los primeros encuentros violentos, las fuerzas armadas se enfrentaron con un grupo de individuos fuertemente armados que se pertrecharon en los edificios comerciales ubicados a un costado del puente broncos.
El hecho se hizo famoso con la cobertura que hizo el periodista Miguel Turriza, para la televisora por cable Cablecom.
Desde la parte superior del puente, el reportero narraba la presencia del Ejército y la Policía Estatal, que habían rodeado a los sicarios.
Repentinamente se escucharon terribles detonaciones. Sin inmutarse, Turriza y su camarógrafo siguieron narrando los hechos, pecho a tierra, como si estuvieran en una escena de guerra en Afganistán o en Cisjordania.
Muchas cosas han pasado desde entonces: Desapariciones forzadas, asesinatos de cantantes famosos, macacres, persecuciones, bloqueos, quema de vehículos en plena calle y temor generalizado de la población.
La narcoguerra cumple este año su mayoría de edad.
En el 2018, con la asunción de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República, el Ejército se replegó. Ya no combatió más a los cárteles. Esa tarea se dejó en manos de los Policías Estatales quienes, ante una fuerza bélica superior, se han declarado incompetentes.
Las escaramuzas ahora se producen entre grupos rivales que se disputan un territorio.
Y enmedio de esa violencia, cualquier cosa puede pasar.
Recientemente se supo que autoridades eclesiásticas de Guerrero solicitaron una tregua a los dos cárteles que se pelean las plazas de Acapulco, Taxco y Tierra Caliente. Los cabecillas accedieron suspender hostilidades momentáneamente.
Por otra parte, el Gobierno de los Estados Unidos declaró la guerra a “El mayo” Zambada, líder del Cártel de Sinaloa por ser el principal exportador de fentanilo hacia aquel país.
Bajo la sospecha de haber sido financiado por el narco en sus campañas, Andrés Manuel López Obrador vive sus últimos meses como Presidente de la República, pero aún con todo, defiende a capa y espada su política de “abrazos, no balazos” para los delincuentes.
Como dice el dicho: “Ves la tempestad y no te hincas”.