Por Juan Arvizu
El niño abrió los ojos en forma desmesurada pues no lo podía creer. Finalmente, su sueño se había hecho realidad. Frente a él tenía la bicicleta más bonita del mundo
Sí, si, era una bicicleta usada y de color morado, pero era una BICICLETA de verdad.
Su padre, en forma parca como era su costumbre, le confirmo que la bicicleta la había comprado para él.
A partir de ese momento y durante los próximos días el niño no se separó de la bicicleta y hasta los mandados del hogar los hacía con alegría.
Presumió su regalo por todo el barrio y finalmente pudo pasear junto con sus amigos que lo medio discriminaban porque era el único que no poseía ese medio de transporte.
Bueno, en realidad no era el único discriminado del grupo, pues también la pandilla le hacia el feo al bizco y al mantecas, pero él no era ni bizco ni gordo y sin embargo estaba en el grupo de los discriminados porque no tenía una bici con la cual ir a dar el rol.
Trepado en su bicicleta recorría las calles de día y de noche y así pasaron varios días sin que decayera el entusiasmo.
El fin de semana la pandilla no salió a pasear por el centro de la ciudad por lo que el niño decidió aventurarse él solo, así que en pocos minutos llego a la calle Miguel Hidalgo y después entro por el pasaje Morelos para llegar finalmente al negocio de las maquinitas, como eran conocidas también las famosas “Chispas”.
Observó que fuera del local había otras bicis recargadas en la pared, así que pensó que estaba bien dejar su preciado regalo en el mismo lugar.
Durante más de una hora se mantuvo bastante entretenido con las maquinitas hasta que finalmente se le acabo el dinero y tuvo que renunciar, por lo menos ese día, a seguir destruyendo asteroides o evitando que aplastaran a la ranita.
Como quiera había tenido una buena tarde y se sentía satisfecho, así que salió del local y de pronto la realidad urbana lo golpeo de frente: su BICICLETA no estaba donde la había dejado.
No podía creerlo, le habían robado la bicicleta. Desconsolado pregunto por ella al señor de los tacos, al bolero y a quien se encontró en el camino, pero nadie le supo dar razón.
Comprendió que la bicicleta no aparecería y entonces en cuestión de segundos paso del coraje a la angustia. Cómo daría la noticia en su casa sobre ese terrible infortunio.
Pensó que su papa seguramente se enojaría, pero allí quedaría el asunto, sin embargo, su mamá era de armas tomar, así que la estrategia debía de contemplar la mejor forma de neutralizar a la combativa señora.
Así, absorto en diseñar el plan de ataque, Juanito emprendió el camino a casa pero lo hizo con paso lento pues no se le antojaba para nada llegar como lo hizo a las maquinitas, raudo y veloz.