EDITORIAL
Constantemente aparecen en las redes sociales los avisos de familiares de jóvenes desaparecidos pidiendo la ayuda de los usuarios para su localización.
Por desgracia, la mayor parte de ellos han decidido adoptar un estilo de vida que pudiera tomarse como apología de la violencia y el crimen: Se tatúan figuras propias de la Delincuencia Organizada, como calaveras, claves o armas de fuego, gustan de escuchar narcocorridos o música sinaloense, se visten y actúan como si pertenecieran a alguna banda delictiva y presumen sus fotos en las redes sociales sin rubor alguno.
Es la materia prima del crimen organizado.
Recientemente salió a la luz pública que la DO recluta estudiantes de química para que elaboren el fentanilo y otras drogas sintéticas.
Sin embargo, son los jóvenes de las barriadas, los que suelen ser reclutados para engrosar las filas de la narcoviolencia.
Ya sea que se incorporen de manera voluntaria, por “invitación” de amigos o por amenazas, la vida que les espera al incorporarse a alguna célula de la DO es muy difícil y muchos de ellos no viven para contarlo.
Se estima que el promedio de vida de un joven reclutado por el narco es de apenas 5 años.
Muchos jóvenes razonan de esta manera: “Bueno. Puedo morir en cualquier momento, pero mientras viva voy a tener el dinero que quiera, el auto que quiera y las mujeres que quiera”, además de que es muy común que muchos de ellos se sientan seducidos y consideren un honor servir a algún líder mafioso por el cual morirían sin pensarlo dos veces.
Pero mientras tanto, las familias sufren.
Las madres, padres o hermanos que saben que un familiar anda en malos pasos, asumen que en cualquier momento será sustraído y puesto a disposición de algún grupo criminal.
Padres: No permitan que sus hijos se tatúen.
Jóvenes: Eviten tatuarse motivos ligados a la delincuencia.
Más que una apología, es una invitación al delito.