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Historias de Reynosa

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CIRCO, MAROMA Y TEATRO

Por Juan Arvizu

Sus amigos se quedaron con los ojos cuadrados cuando Cesar les informó que quería convertirse en luchador profesional, de esos que se presentan en la arena coliseo y son aclamados, aplaudidos, vitoreados y también abucheados por la fanaticada.
Los amigos más cercanos de Cesar, sabían que le gustaba la lucha libre, pero de allí a querer convertirse en un luchador profesional había un mundo de diferencia.
¿A ver mendiga jota, le dijo su amigo la Borrega, como crees que te van a permitir convertirte en luchador esa bola de salvajes?
Yo opino lo mismo, dijo la Minga, con un tono de voz más afeminado que de costumbre
Cesar no se inmuto en lo más mínimo pues de antemano sabia la reacción que tendrían ambos personajes, por lo que solo agregó que ya estaba inscrito en las clases de lucha libre de la Arena Coliseo y comenzaba el sábado próximo.
Minga le dio una nueva bocanada a su cigarro mentolado y mostró cara de fastidio, pero prefirió no comenzar una larga discusión con Cesar. En lugar de eso dijo, levantándose de la banca del parque público en el que se encontraban.
¿Bueno pues, y hoy donde vamos a ir?
Podemos ir al cine hoy es promoción de dos por uno, sugirió la Borrega
Cesar no se mostró entusiasmado con la idea y en lugar de eso propuso ir todos a su casa y aprovechar para cortarse el pelo y hacerse una pedicura.
La Minga estuvo totalmente de acuerdo, así que, a la Borrega, el estilista del grupo, no le quedó más remedio que aceptar por lo que los tres se dirigieron a la calle Oaxaca donde Cesar vivía.
El sábado muy temprano, el aspirante a luchador llegó a la Arena Coliseo, donde ya se encontraban algunas personas entrenando y de inmediato buscó al profe Valente.
Cuando lo encontró Cesar se presentó y Valente le ordenó que tomara asiento juntos a dos jovencitos cerca de las gradas.
Saludo a los muchachos y tomó asiento. Se dio cuenta de que, contrario a lo que esperaba, solo eran tres los aspirantes a luchadores.
Unos minutos después Valente se acercó para recetarles un discurso, en el que destacó que un luchador debe estar en buena forma, así que siempre antes de iniciar las clases deberían de ejercitarse. Les ordenó que se pusieran su ropa deportiva y dieran unas diez vueltas a trote a la placita que tenían enfrente de la arena.
Los tres, en forma entusiasta cumplieron la orden y en menos de una hora ya estaban de regreso, aunque bastante extenuados, Se notaba que no están acostumbrados al esfuerzo físico.
Entonces Valente les brindó una amplia explicación sobre los orígenes de la lucha en el mundo y en particular en México y las reglas aplicables, y finalmente dijo que los entrenamientos eran tres veces por semana, los días martes, jueves y sábados.
Valente adelantó que, en ocasiones, por cosas del trabajo, no podría estar con ellos, pero siempre serían entrenados por alguno de sus ayudantes.
Entusiasmado, Cesar no faltaba a ninguna clase y se aplicaba lo más que podía, así que rápidamente se convirtió en el más adelantado de los pupilos.
Los duros entrenamientos fueron la causa de que uno de los aspirantes a luchador decidiera cambiar de planes. Prefirió seguir de panadero que arriesgarse a sufrir alguna herida en el cuadrilátero.
Unos meses después, ocurrió la segunda deserción del compacto grupo por lo que Cesar quedó como el único pupilo de Valente.
Para él tales renuncias fueron una bendición porque le permitieron tener por completo la atención del entrenador, quien nunca lo discriminó en forma alguna. Cesar podía llegar a ser muy afeminado, pero en la Arena Coliseo procuraba comportarse lo más varonil posible para no desentonar en ese ambiente de esfuerzo físico, sudor y olores varios.
Todas las llaves se las aprendió al dedillo, practicó hasta el perfeccionamiento los lances y las patadas voladoras y soporto durísimos y extenuantes entrenamientos. Un año después ya estaba listo, solo faltaba la gran oportunidad para hacer su debut.
Por varios días pensó en el nombre de batalla que usaría, uno que lo distinguiera del resto de los luchadores, pero que fuera fácil de recordar y también fácil de pronunciar.
De entre todos los nombres que contempló, escogió los tres que consideró más apropiados y se lanzó a hacer una encuesta entre amigos, conocidos y familiares, para determinar con cual debutaría.
Por la máscara no se preocupaba pues decidió que lucharía del lado de los exóticos, de los rudos, los rudos, los rudos….
Unas semanas después Valente le informó que como ya estaba listo para el debut, lo programarían para el primer domingo de junio, es decir en tres semanas más. Cesar preguntó si era necesario tramitar la licencia de la comisión de box y lucha, pero Valente le informó que por eso no se preocupara que ya todo estaba contemplado.
Valente lo invitó a que el domingo entrante asistiera a la función para que pudiera ver luchar a Santo El Enmascarado de Plata, que ya estaba en su gira de despedida de los cuadriláteros.
Después de la pelea tenemos que hablar sobre tu futuro como luchador, no faltes, le pidió Valente al tiempo que le entregaba unos boletos para entrar a la función de la Arena Coliseo.

 

Media hora después Cesar se reunió con la Minga y la Borrega en una cafetería del centro de la ciudad y les contó que estaba a punto de debutar.
Sus amigos le confesaron que nunca creyeron que algún día lo verían encima de un cuadrilátero, convertido en todo un luchador.
Cesar aseguró que siempre, desde su niñez, admiraba a los luchadores y todo el espectáculo que estos armaban los domingos de lucha libre en su natal Veracruz.
El domingo, acompañado de la Borrega, Cesar tuvo la oportunidad de ver al legendario Santo, El Enmascarado de Plata, un luchador bastante disminuido en sus facultades físicas por la edad, pero que todavía daba espectáculo y era aclamado a rabiar por los fanáticos.
Al terminar la pelea estrella incluso tuvo la oportunidad de pedirle un autógrafo a Santo, el más conocido de los luchadores mexicanos del siglo pasado.
Se despidió de la Borrega porque este tenía un compromiso laboral y no le daba ya tiempo de nada, tenía que arreglarle el pelo y maquillar a las damas de honor de una boda.
Se despidieron y Cesar se fue directo a las oficinas administrativas de la Arena Coliseo, donde ya se encontraba Valente.
El entrenador lo saludo y le confirmó la fecha exacta del debut. Enseguida, con voz calmada le dijo.
Mira Cesar, la lucha libre es todo un espectáculo, la gente viene a la arena a pasar un buen rato, es un show de trajes llamativos y máscaras brillosas, es una tremenda diversión para todos. Es de los pocos espectáculos en el que disfrutan chicos y grandes, abuelitos, hombres y mujeres.
Cesar escuchaba con atención a su mentor, pero no le encontraba sentido a la plática pues todo lo que oía ya lo sabía, por eso estaba allí, por eso quería convertirse en luchador.
Agregó Valente que el objetivo de todos los luchadores es brindar una buena función, haciendo uso de todas sus facultades y destrezas físicas, pero siempre buscando no lesionarse o lesionar al compañero, ¿me entiendes? Preguntó.
El entrenador señaló que la lucha libre en todo el mundo es un negocio importante del que dependen muchas familias y cierto es que tiene mucha magia para los espectadores, pero la lucha no deja de ser un show, un show vistoso y alegre, pero es solo un show, en el que los golpes no son tan golpes y las caídas no son caídas.
¿Entonces nada es verdad, todo es falso? Preguntó tímidamente Cesar.
Valente respondió que tanto como falso no, pues los lances, las acrobacias y las llaves, todo eso es real, pero no deja de ser un show. Espero que me haya explicado y te deseo suerte en tu debut.
Cesar no dijo nada mientras Valente se alejaba, pero su rostro reflejaba gran decepción. Nunca debutó.