Por Jesús Rivera
Reynosa, Tamaulipas. Hace un poco más de 4 años, el 27 de febrero del 2020, se presentó el primer caso de COVID-19 en México, un hombre de 35 años de edad que había viajado recientemente a Italia.
El 16 de marzo de ese año los medios de comunicación destacaban el primer caso en Altamira, Tamaulipas. El primer fallecimiento por la enfermedad fue el 4 de abril.
En Reynosa, a partir del 15 de marzo se suspendieron las clases en las escuelas y los alumnos empezaron a tomar clases en línea.
Luego de tres años de miedo, angustia y desesperación por los familiares y amigos que fallecieron, el 5 de mayo se decretó el fin de la emergencia sanitaria por parte de la Organización Mundial de la Salud y todo parecía volver a la normalidad.
Sin embargo, había algo que nos hacía pensar que algo no andaba bien.
Para el otoño del 2023, las personas que habían recibido las vacunas presentaban síntomas atípicos de influenza. Algunos tardaban semanas, e incluso meses para poder sentir mejoría, a pesar de la aplicación de antivirales y analgésicos inyectados.
Hoy por hoy especialistas hablan de una nueva pandemia, una pospandemia, producida como resultado de efectos colaterales de las vacunas.
Hay quienes piensan que el COVID-19 potenció enfermedades subyacentes, como la diabetes, el cáncer, las enfermedades autoinmunes y otras.
Mientras tanto, se encienden alertas rojas en Japón por el aumento de casos de Estreptococo A y en varias partes del mundo por variedades mutantes de coronavirus.