Por Jerry Zu
Reynosa, Tamaulipas. En el crucero que hacen el bulevar Morelos y la avenida Tiburcio Garza Zamora, un hombre, su mujer y su hija adolescente ofrecen las melancólicas notas de su instrumento musical para obtener apenas unos cuantos cientos de pesos al día para mal vivir.
Vienen de la Ciudad de México. Apenas hace algunos días decidieron venirse a la frontera a probar suerte. Llegaron a Reynosa en un camión de línea con sus escasas pertenencias y, por supuesto, un pequeño órgano de manivela que se turnan para tocar.
Son comunes en la Capital del País y otras ciudades del Centro, pero pocas veces se ven y se escuchan en ciudades más al norte.
El organillo es un instrumento musical portátil inventando a principios del Siglo XIX en Inglaterra.
Para producir música solo hace falta girar un manubrio que hace mover sobre su eje a un cilindro que contiene púas de diferentes formas y tamaños que mueven a su vez a unos macillos que percuten en las cuerdas de piano que se sitúan en el interior de un cajón, haciéndolas sonar.
Cada rodillo solía tener 10 temas diferentes.
En cuanto a los organilleros, se trata de músicos callejeros itinerantes que se ganan el sustento ejecutando un instrumento musical autómata, constituido por un órgano de tubos portátil y un sistema mecánico de relojería, más conocido como organillo. La principal función de este músico es amenizar las calles y plazas públicas, llevando un repertorio de piezas populares.
Íconos de una época pasada, cada vez hay menos organillos y organilleros, desplazados desde hace mucho tiempo por la música grabada y las nuevas tecnologías.
VIVIR DE ILUSIONES
Para don José (nombre ficticio), su esposa e hija, venirse a Reynosa representa una oportunidad de mejorar sus condiciones de vida.
En la Capital del País las condiciones son duras y cada vez es más difícil sacar el sustento diario.
En los primeros días en Reynosa, por la novedad de este tipo de música, los automovilistas les dan alguna moneda que reciben en su cachucha de color caqui, el mismo color de su uniforme.
Los tres están ataviados de manera parecida. El hombre de rostro curtido por el sol, con claros rasgos indígenas, su mujer, de baja estatura, rostro moreno y ojos vivaces, y la jovencita, de no más de quince años, se colocan desde temprana hora en algún crucero y accionan el organillo para ofrecer a los habitantes de Reynosa los agudas pero melancólicas notas que replican “Las Mañanitas” y otros cantos populares.