Por Pegaso
¿Qué pasaría si en lugar de la mitología hebrea el mundo occidental hubiera adoptado la mitología griega?
Sin lugar a dudas, estaríamos llenos de templos de Zeus, Hera, Atenea o Apolo.
Esa es precisamente la idea que maneja la serie de Netflix “Kaos”.
Una profecía predice el fin de los dioses, en un universo donde las deidades de la Grecia clásica han sobrevivido hasta nuestros días y hacen lo que mejor saben hacer: Lo que les da su regalada gana.
Si mal no recuerdo, por mis lecciones de historia de la secundaria, fue el emperador romano Constantino I “El Grande” quien decidió hacer del cristianismo la religión oficial en todo el vasto territorio dominado, es decir, toda la cuenca del mediterráneo, incluyendo Judea, Egipto, el norte de África, la mayor parte de Europa y el Reino Unido.
Hasta antes del año trescientos y pico en que se hizo el cambio de religión, los romanos se habían fusilado la mitología griega para hacerla propia.
Por ejemplo, a Zeus le cambiaron el nombre y lo llamaron Jove o Júpiter, a su esposa y hermana, Hera, la rebautizaron como Juno, a Afrodita, la diosa del Amor le pusieron Venus, a Atenea, Minerva, a Apolo, Febo, a Deméter, Ceres, a Hades, Plutón, y así, sucesivamente.
Pero a final de cuentas, seguía siendo el mismo panteón.
De pronto, no se sabe por qué motivo, quizá por alguna epifanía, Constantino “El Grande” decidió que ya no quería adorar a los dioses griegos y pensó que sería mejor idea honrar al dios judío y a todos los ángeles, potestades, serafines, chapulines y demás fauna celestial.
Pero, ¿qué pasaría si don Consta no hubiera “matado” a los dioses griegos?
Estoy viendo la serie “Kaos”, donde el papel de Zeus lo hace un envejecido Jeff Goldblum, el mismo actor que interpretó a “La Mosca” en la película del mismo nombre, o que protagonizó “El Día de la Independencia” y “Parque Jurásico”.
Aunque, por lo que voy viendo, el universo que describe la serie no está muy actualizado, ya que en lugar de teléfonos celulares hay aparatos antiquísimos que funcionan con dial y las computadoras son del año del caldo, como de los ochentas.
Los realizadores han adecuado los personajes, situaciones y locaciones a los tiempos modernos.
Zeus vive, sí, en una enorme mansión construida sobre el monte Olimpo, en Grecia. Las acciones transcurren en la isla de Creta, donde un ambicioso gobernante llamado Minos tiene encerrado a su hijo, convertido en El Minotauro, solo que en esta ocasión no es una cruza de humano con toro, sino que Dédalo, el que controla el laberinto, le ha hecho una cornamenta a la medida.
Con el fin de evitar que la profecía que anticipa la caída de los dioses se cumpla, Zeus manipula, engaña, mata y hace mil barbaridades, todas ellas, propias de los dioses de la antigüedad.
Aunque la idea de dioses griegos redivivos no es nueva.
Ya ha habido varias pelis con esa temática, como Percy Jackson y los dioses griegos, donde un muchacho común y corriente, más pegándole a nerd, descubre que es hijo de Poseidón y tiene poderes inimaginables que lo convierten en un héroe parecido a Hércules, Aquiles o Perseo.
Seguramente, si el culto a los Olímpicos hubiera prevalecido en el mundo moderno, nadie se acordaría que existió un dios llamado Jehová, en algún rincón perdido de un desierto llamado Judea.
Y yo, Pegaso, seguiría volando por los cielos en lugar de estar escribiendo esta furris columneja.
Venga el refrán estilo Pegaso: “A la totalidad te adiestras, excepto a la inanición”. (A todo te acostumbras, menos a no comer).