Por Pegaso
Vean bien esa foto. Vean bien esa cara y esos ojos. Es el estigma del nuevo México. El parteaguas de una nueva etapa en la Historia de nuestra Nación.
La controvertida decisión que tomó ayer el Senado de aprobar la Reforma Judicial, es el fin de la República y el principio de no sé qué cosa, buena o mala.
Ya no puede seguir llamándose República, porque una república es aquella donde existen contrapesos en el poder. Al menos de eso se trata una República Constitucional.
De manera ideal, en una República Constitucional deben estar separados e independientes los tres poderes que la conforman: El Ejecutivo, es decir, el Presidente y todo su gabinete legal y ampliado, el Legislativo, que son los diputados y senadores y el Judicial, que son los ministros de la Suprema Corte. Si a una silla de tres pies le cortas una o dos patas, caerá al suelo, inevitablemente.
Cada uno en su ámbito de trabajo: El Legislativo, que es a mi juicio el más importante, se encarga de elaborar las leyes; el Judicial, de decir si esas leyes obedecen los principios constitucionalistas y el Ejecutivo, se encarga de llevarlas a cabo.
Cuando ese equilibrio no existe y un solo hombre llega a controlar dos de los poderes e incluso, los tres, el país deja de estar bajo un régimen republicano.
En el régimen republicano hay un pacto. Un Pacto Federal. Las entidades federativas, con sus propios congresos y esferas de competencia, son coadyuvantes de la Federación en la totalidad de los asuntos públicos, por ejemplo, en el tema de los impuestos.
La recaudación que se hace en cada Estado se centraliza y después la Administración Federal, que es lo mismo que el Poder Ejecutivo, se encarga de repartir los recursos para obras, pago de escuelas, hospitales y gastos de infraestructura.
Todo hasta ahí está bien. Se entiende. Por eso, la aprobación de la Reforma Judicial nos deja en el limbo.
No se trata de los cambios en sí que se van a aplicar a las dependencias de ese poder, a los magistrados y jueces, que actualmente ganan sueldos estratosféricos y tienen privilegios propios de un jeque árabe.
No. Se trata del control de los tres poderes por parte de un mismo individuo.
Entonces, la cara que mostró el viejo Yunes ayer, al llegar al Senado para votar a favor de la Reforma, será algo que pasará a la historia: La faz lívida, los ojos pelones e inexpresivos, de zombie, nervioso a más no poder, mientras sus compañeros de partido, el PAN, le gritaban: “¡Traidor!”
Grábense ese rostro. Pasará a la posteridad.
Yunes, quien durante muchos años fue enemigo acérrimo del Presidente López Obrador, ahora se ha convertido en su más importante aliado, en la pieza que faltaba para completar la cifra mínima necesaria para tener mayoría calificada en la Cámara Alta.
Yunes, quien calificaba de loco al fundador de MORENA y la 4T, ahora es visto como un héroe porque permite seguir adelante con el proyecto de nación que siempre quiso el de Macuspana, Tabasco. Algo que no sé si será un maximato, pero que definitivamente, ya no podrá considerarse como una república.
Puede tener el 99.9999% del apoyo popular, pero nunca ha sido bueno que un solo sujeto detente todo el poder en una nación.
Solo si se es un rey o un dictador. Y yo no le veo cara de monarca.
¡Ni el PRI se atrevió a tanto!
Viene el refrán estilo Pegaso: “A lo hecho, pecho”. (A lo elaborado, tórax).