Por Pegaso
Yo no estoy peleado con la tecnología. La tecnología está peleada conmigo.
Recién tuve un problema con mi teléfono celular, un Huawei P30, que se supone, es de gama alta.
Luego de aceptar una actualización que la misma empresa envía, empezó a fallar de la cámara media, es decir, el gran angular funciona y el zoom también, a partir de 5x. Pero en el rango de 1 a 5x, se ve borroso y no puedo tomar buenas fotos.
Intenté reiniciarlo mediante el programa EMUI que está incluido en el mismo software, pero todo fue inútil. Me enredé con las instrucciones y se me bloqueó el aparato, así que tuve que llevarlo a un negocio donde desbloquean celulares, y me reestablecieron parte de mis datos, no todos.
Total, yo quería reconfigurarlo a como estaba de fábrica, pero me fue imposible. Me perdí en los vericuetos del programa y al final, volví a lo mismo, con doscientos pesos menos en el bolsillo, que fue lo que me cobró el técnico por desbloquearlo.
¡Tan felices que éramos antes! Nomás teníamos que descolgar el auricular y marcar en un disco con números, o teclear en el panel del aparato para poder comunicarnos con alguien.
Pero el avance del Internet y las redes de telefonía celular nos han traído nuevas posibilidades de estar conectados y muchos, muchos dolores de cabeza.
Yo recuerdo, allá por los 90, un amigo me vendió un teléfono Nokia de los de ladrillo, al que le faltaba el cargador.
Batallé para hallar el cargador, pero al final lo logré.
Sólo pude disfrutarlo un tiempo, porque casi de inmediato aparecieron los nuevos modelos y ya no me sentí cómodo con mi ladrillo, que por cierto, sólo servía para llamar y no había ni siquiera servicio de mensajería.
Luego vinieron los bípers, que eran unos aparatitos que tenían una pequeña pantalla. Cuando se oía un pitido, inmediatamente tomábamos el bíper, que estaba enganchado al cinturón, y veíamos quién estaba tratando de comunicarse con nosotros, y después teníamos que marcar por celular. ¡Todo un show!
Los modelos siguientes ya traían una pantalla más grande, a color, permitían tomar algunas fotos de baja resolución y eran más pequeños.
Luego, vino el siguiente paso, con aparatos conectados a Internet, donde podíamos enviar y recibir correos electrónicos.
Más delante hicieron su aparición las benditas redes sociales y las aplicaciones (apps) y, entonces, todos los bienes y todos los males del mundo fueron liberados, como en la Caja de Pandora.
En la actualidad, los teléfonos celulares de gama alta son más que una oficina ambulante y sumamente portátil para quienes tenemos la necesidad de contar con ellos.
Nos cabe en una mano el teléfono, el fax, la televisión, la grabadora de voz, la cámara fotográfica, la cámara de video, la radio y hasta el cine.
Pero para todo ello es necesario dominar una serie de programas y aplicaciones, cada una con sus claves de acceso.
Yo tengo un cuaderno con varias hojas repletas de claves, y a veces, cuando me ocurren cosas como las que dije líneas arriba, tengo que buscar una, y otra, y otra, hasta que doy con la correcta, aunque a veces, ni así se puede acceder.
No digo que no sea una gran ventaja poder estar conectado las 24 horas del día por teléfono o por las redes sociales, pero también es una gran molestia, cuando no eres lo suficientemente paciente para aprenderte todos los pasos que hay que dar para recuperar cuentas, reiniciar el aparato o reconfigurarlo.
En momentos cuando ese es cuando te jalas de los pelos y dices: “¡Tan felices que éramos antes!”
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Esto es a prueba de aborígenes”. (Esto es contra indios).