Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Al Vuelo-Talibanes

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Por Pegaso

¿Saben cuál es la canción que está de moda en Afganistán? Aquella de Pedro Infante que dice: “Camino a las alturas/se ven los talibanes,/ se pierden en las nubes/ y se acercan al sooool.”

Nota de la Redacción: Sospecho que nuestro colaborador confunde a los talibanes con Los Gavilanes, una supuesta cuadrilla de bandidos justicieros que asolaban las campiñas mexicanas en la época de la Revolución.

Los talibanes, que en idioma afgano quiere decir “estudiantes”, forman parte de un movimiento y organización militar fundamentalista islámica, que lleva actualmente una guerra “santa” o yihad dentro del mismo país para recuperar el poder, el cual, dicho sea de paso, ya lo tienen de nuevo luego de la retirada de los Estados Unidos.

Se les considera terroristas y se les atribuye el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001, cuando mandaba galleta en ese grupo el barbón de Osama bin Laden.

En los últimos veinte años, parecía que Afganistán iniciaba un período de occidentalización, donde los derechos de las mujeres eran más amplios y ya hasta se les permitía, a las que querían, quitarse las burqas, que son una especie de enaguas largas y feas con las que solo se les ven los juanetes.

Pero con la llegada de los talibanes nuevamente al poder, esos derechos se cancelaron automáticamente.

Nomás llegar a la capital Kabul y a las principales ciudades medio occidentalizadas, los zoquetes agarraron sus rodillos con pintura y se dedicaron a cubrir el rostro de todas las fotografías de publicidad donde se veía alguna mujer.

Al viejerío que trabajaba en tiendas o incluso, en dependencias del gobierno, se les dijo que se fueran a sus casas y no regresaran, pero que además, se pusieran su niqab, o sea, el velo que les cubre por completo la cara.

El mundo teme por las mujeres afganas.

Miles de ellas están buscando la forma de salir de su país, y naciones como México, con nuestro Pejidente tan generoso él de por sí, han anunciado que las recibirán con los brazos abiertos.

En los países árabes fundamentalistas, la mujer está destinada solo a las tareas de procreación y del hogar. Tienen prohibido salir a la calle, si no las acompaña un varón de la familia.

Por nada del mundo deben quitarse sus burqas y niqabs, si no, cualquier cabrón que las vea tiene el derecho de lapidarlas ahí mismo.

Las que se rebelan, son castigadas severamente, hasta con mutilaciones y la muerte.

Los árabes fundamentalistas toman al pie de la letra las enseñanzas del Corán, que dice que la mujer es propiedad del hombre y que pueden hacer con ella lo que les da su rechingada gana.

A ver, yo propongo algo. Si es que tanto desprecian a sus mujeres, que las dejen ir a todas, a ver cómo se reproducen los muy ojetes.

Otra cosa que yo recomendaría es que todos los países occidentales se pongan de acuerdo y ocupen el país. Y que a todo aquel fundamentalista hombre que se encuentren, lo obliguen a ponerse una burqa todo el día y toda la noche para que vean lo que se siente.

Seguramente los que iniciaron esa bárbara religión tenían serios traumas infantiles, puesto que consideran pornográfico incluso enseñar los tobillos. Y a las mujeres de occidente no las bajan de putas por vestirse como ellas quieran.

Alguien tendrá una antítesis contra mi tesis diciendo: “Vamos, Pegaso, esos son usos y costumbres que se tienen que respetar. Incluso en México hay comunidades enteras en Oaxaca, Chiapas y Guerrero donde se practica casi el mismo tipo de fundamentalismo y las mujeres son poco menos que objetos”.

Y yo les respondería: “Bueno, cabrón, vístete de mujer y vete a Afganistán, a ver si te gusta cómo te tratan”.

Los talibanes debían aprender de la canción de Chente “Manos Largas” Fernández que dice: “Las horas más divinas de mi vida/ las he pasado al lado de una dama.”

Por eso aquí les dejo el refrán estilo Pegaso que a la letra dice: “A la fémina, ni siquiera con la parte coloreada de una flor de la familia de las rosáceas”. (A la mujer, ni con el pétalo de una rosa).

 

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