Por Pegaso
Decirle “señor” a un hombre que se viste de mujer, no es faltarle el respeto, no es discriminación ni mucho menos, violencia de género. Es la verdad.
Yo, como periodista, estoy comprometido con decir la verdad, así que si alguien se presenta ante mí asegurando que nació como hombre pero que se identifica como mujer, y quiere que también yo esté obligado a que piense que es mujer, pues creo que algo anda mal. El periodista que se respete y en general, toda persona que desea apegarse a la realidad, no puede seguirles el juego de esa manera.
Porque además, ¡se ofenden porque uno dice la verdad!
Eso fue, ni más ni menos, lo que ocurrió con un diputado federal del partido MORENA llamado Salma Luévano.
Resulta que el Pejidente ALMO llegó a un evento donde estaba este cuate, el cual, recordando que al cabecita de algodón le gusta besar de lengüita a las muchachonas, dijo que también tiene su corazoncito y que le estampa un besote que le dejó marcados los cachetes de colorete.
Para mí, para mí, que se lo hubiera dado de sacacorchos, para que el viejito chimengüenchón tuviera algo con qué defenderse de las críticas que levanta cuando besa a las chavas guapetonas y les hace el fuchi a las feyoyas.
“Yo beso a todas, a todos y a todes”,-diría el carcamal, y con eso se quitaría la etiqueta de “rabo verde”.
Recuerdo hace unos meses que un diputado local del mismo partido, pero del Congreso de Tamaulipas, el cual también se percibe como mujer, dijo en público y lleno de orgullo: “Yo soy la perra del Presidente”.
Entiéndase bien: Nadie está en contra de que ellos se vean a sí mismos como mujeres. Después de todo, cada quien puede hacer de su cuerpo un papalote.
Lo malo es que nos quieran imponer a los demás su punto de vista.
Y les daré un ejemplo: Yo me creo Supermán y quiero que todos me llamen Clark Kent.
Si usted o cualquiera de los demás me dice que es absurdo, que no soy Supermán, estará en lo correcto.
Pero si yo tomara la misma absurda y demente actitud de ellos, entonces lo acusaría a usted de intolerante y discriminatorio porque violenta mi derecho de percibirme como a mí se me da mi regalada gana.
Pero para empezar, yo no puedo volar, tampoco puedo detener las balas, saltar edificios o tener visión de rayos X, como tampoco los transexuales pueden tener hijos ni el resto de las funciones de una mujer biológica.
Puedo vestirme como Supermán, pensar que soy Supermán, percibirme como Supermán, pero no puedo obligar a los demás que piensen que soy Supermán.
Los hombres trans pueden vestirse como mujeres, pensar que son mujeres, percibirse como mujeres, pero no pueden obligar a los demás que piensen que son mujeres.
Si tras esta explicación que está más clara que el agua, aún hay hombres que insisten en que se les considere mujeres, yo no sé a dónde va a parar este mundo matraca.
Ahora resulta que la película Babe, el Puerquito Valiente tenía razón y al rato dejaremos de comer chuletas porque todos los cerdos se sentirán y percibirán como perros ovejeros.
Por lo pronto, la próxima vez que vaya yo a la Cámara de Diputados, si me encuentro a don Salma Luévano, le diré en su propia jeta una y mil veces: “Señor, señor, señor, señor”… a ver quién se cansa primero.
Viene el refrán estilo Pegaso: “¡A pesar de que la hembra de simio se atavíe de tejido sedoso, ¡como hembra de simio permanece!” (Aunque la mona se vista de seda, ¡mona se queda!)