Por Pegaso
Hay un libro que se llama “El Arte de la Guerra contra Ojetes”, de un tal Osvaldo Flores.
No me lo crean, pero pienso que se trata de un tipo que está cansado de esa raza de sujetos de baja calaña moral que prefieren no mover un dedo antes que hacerle un favor al prójimo.
Al leer el título pensé que se trataba de una edición de “El Arte de la Guerra”, de Tzun Tsu, pero después que me di cuenta de las dos líneas inferiores me cayó el veinte.
No lo he leído, sin embargo, lo más probable es que sea un compendio de lo que es ser un ojete y de cómo evadirlos.
De entrada, los subtítulos contenidos en el índice nos dicen parte de la historia: Definición de ojete.
Y luego algunos salutíferos consejos: Sea ojete para combatir a los ojetes.
Un capítulo aparte de este libro está dedicado a los ojetes “realistas” y otro a los ojetes “kamikazes”.
Entonces, como no lo he leído y solo puedo inferir alguna idea de su contenido por el índice, sería muy aventurado de mi parte recomendarlo.
Eso sí, puedo seguir el hilo conductor de lo que el autor quiso decir y puedo asegurar que la palabra “ojete” no se refiere precisamente a algún orificio corporal.
La Real Academia de la lengua lo define como “abertura circular hecha en una tela, en el cuero, etc., y rematada con hilo o con un aro para pasar por ella un cordón, cinta u otra cosa. Agujero con el que se adornan algunos bordados”.
Pero el autor sí que quiso darle la connotación ofensiva que todos conocemos. Y en ese sentido, buscando una definición en un diccionario de mexicanismos, me encuentro con que “ojete” es “una persona sumamente cobarde y de malas intenciones, que actúa de mala fe y con el propósito de dañar a los demás o aprovecharse de ellos. Ejemplo: “Le pones en la madre a un ojete que en realidad merece la pinche muerte”. “Es una vieja ojeta y culera”. (Nota de la redacción: La definición viene en el Diccionario del Español de México, no es algo que se acostumbre publicar en esta prestigiada y culterana columna).
El título del libro “El Arte de la Guerra contra los Ojetes” me recuerda a aquel libro que una vez me recomendó mi amigo el Doctor en Leyes Fortino López Balcázar denominado “Derecho Penal del Enemigo”, de Eduardo Martínez Bastida.
El enemigo es todo aquel delincuente que ha abandonado de motu proprio la práctica del derecho, la convivencia en la sociedad.
Un ojete, entonces, es aquel tipejo que desprecia a los demás y vive para partirle la madre a todo el mundo, inclusive a sus propios progenitores.
Ojetes y delincuentes forman parte de una sub raza humana que está a un grado de convertirse en animales.
Precisamente, el libro de Martínez Bastida maneja la tesis de que, al dejar de respetar las leyes humanas, los enemigos o delincuentes han pasado a ser animales. Se parecen a nosotros, visten como nosotros, hablan como nosotros, pero son el enemigo. Se han convertido en animales.
En la antigua Grecia, a los delincuentes y ojetes se les desterraba, se les condenaba al ostracismo. En el México moderno, por el contrario, se les solapa y hasta se les apapacha.
Por eso nos quedamos con el refrán estilo Pegaso que a la letra dice: “¡Elimina mis signos vitales, puesto que perezco!” (¡Mátame, porque me muero!).