Por Pegaso
Hace unos meses un amigo me presumió de su amistad con el famoso luchador Blue Demon.
Le pregunté si me podía regalar una máscara del “Manotas” y dijo que sí. Es fecha que aún no me la ha hecho llegar.
Sin embargo, esto da pie para hablar del apasionante mundo de la lucha libre y los gladiadores encapuchados.
En mi muy lejana juventud, allá por la década de los setentas, podíamos entrar a las funciones de cine de la Plaza Terraza Reynosa con unos cupones que venían dentro de las bolsas de jabón.
Nos íbamos caminando desde la colonia Chapultepec hasta la plaza y disfrutábamos de aquellas películas memorables, hoy consideradas como cine de culto en muchos países: “Santo contra las mujeres vampiro”, “Santo contra Capulina”, “Neutrón contra el Dr. Caronte”, “Santo, Blue Demon y Mil Máscaras contra las Momias de Guanajuato” y muchas más.
Salíamos de la función sintiéndonos los héroes, luchando entre nosotros al estilo de aquellos personajes que navegaban entre la fantasía y la realidad.
Las máscaras de aquella época eran sencillas, pero muy bonitas. Las actuales son garigoleadas y feas.
Por ejemplo, la de El Santo era toda blanca con bordes en los ojos, boca y nariz de color plateado, pero lucía extraordinariamente en el ring. No por nada se le conocía como “El Enmascarado de Plata”.
La máscara del Blue era de color azul marino con ribetes blancos y la del Huracán Ramírez, también azul, pero con figuras de remolino bordeando la boca y los ojos.
Me gustaba la capucha de Tinieblas: Máscara de color dorado con una especie de corazón negro cubriéndole la mayor parte del rostro.
Y fíjense. Algunas revistas especializadas en el deporte de los costalazos y las llaves enlistan a 25 luchadores enmascarados como los más icónicos de todos los tiempos en nuestro país: Canek, Atlantis, Blue Demon, El Santo, Fuerza Guerrera, Solar, Mil Máscaras, Pierroth, Huracán Ramírez, Lizmark, Tinieblas, Rayo de Jalisco, Cien Caras, Dr. Wagner, El Villano, Blue Panther, La Parka, Místico, Rey Misterio, Fishman, Octagón, El Matemático, El Solitario, Máscara Sagrada y Dos Caras.
La lucha libre mexicana aportó innumerables películas de acción, como las ya mencionadas, pero fue toda una época de emociones sin fin.
Por ejemplo, se adelantó varias décadas al cine de zombies, como cuando El Santo se enfrentó a las Momias de Guanajuato.
Las películas de Hollywood ahora están explotando temas como los extraterrestres y los vampiros, cuando ya Mil Máscaras y Blue Demon los agarraban a patadas en las donas en los sesentas y setentas.
¿Y qué decir de las innovaciones tecnológicas? El Santo usaba teléfono celular desde su auto y se colocaba un Sanjet en la espalda, tal como ahora se empiezan a usar las mochilas de vuelo autónomo.
Mil Máscaras ganó un titipuchal de campeonatos mundiales y nacionales, pero a lo largo de su carrera jamás perdió la máscara.
Y ese es uno de los encantos de la lucha libre: El misterio.
Sabemos que el Mil era Aarón Rodríguez Arellano, de San Luis Potosí y que El Santo Fue Rodolfo Guzmán Huerta, pero en nuestra juvenil imaginación se trataba de seres poderosos, capaces de vencer a los más peligrosos enemigos con aquellas sus llaves y golpes en el pecho que no mataban a nadie, pero que a final de cuentas sacaban adelante a los protagonistas de la película.
Sin más, nos quedamos con el refrán estilo Pegaso, cortesía del doctor Alfonso Morales: “¡Cuán atroz, Rivera!” (¡Qué bárbaro, Rivera!)