Por Pegaso
Tras la serie de comentarios que me enviaron mis dos o tres lectores en respuesta a mi colaboración del día de ayer, quiero decirles que a lo largo de la historia hubo también madres abnegadas que hicieron hasta donde sus fuerzas les alcanzaron, por corregir o detener a sus vástagos, cuando éstos pretendían cometer alguna tropelía.
Hécuba, la esposa de Príamo y madre de Héctor, domador de caballos, durante el asedio de Troya por parte de los griegos, muchas veces insistió en que su hijo no saliera a pelear contra el belicoso Aquiles, el de los pies ligeros.
Aunque en la película Troya (Troy, por su título en inglés. Estrenada en 2004. Director: Wofgang Petersen. Protagonistas: Brad Pitt, Eric Bana, Diane Kruger y Orlando Bloom), quien le pide que no vaya es el propio Príamo.
Sin embargo, envalentonado, Héctor, el de tremolante casco, no le hizo caso a su mamá y ya vieron lo que pasó: El pelida lo correteó varias veces alrededor de las murallas de Troya, hasta que finalmente se cansó y decidió hacerle frente.
Y mientras Héctor moría a manos de Aquiles, su mamacita se arrancaba el cabello y prorrumpía en llanto, porque el testarudo de su hijo no le hizo caso.
Algo similar sucedió con Rosita Elvírez.
Dice el corrido cantado por “El Piporro”, que su mamá le pedía que no fuera a la fiesta donde iba a estar Hipólito, el asesino de su padre.
“Mamá,-le decía- yo no tengo la culpa que a mí me gusten los bailes”.
Total, se fue a la fiesta, bien peinadita y con sus zapatos nuevos de tacón. Cuando la vio Hipólito, la invitó a bailar, pero como Rosita sabía que había matado a su padre, ésta lo rechazó.
Fue entonces cuando el perjuro sacó su arma y le dio tres tiros a la chamacona.
Así que, muchas veces, son los hijos quienes no quieren escuchar los buenos consejos de sus padres.
Ahí tenemos otro ejemplo: El hijo desobediente.
El corrido interpretado por Antonio Aguilar relata el pleito de dos jovenazos que se encontraron en la calle.
Ambos sacaron sus puñales como queriendo pelear, pero en eso llegó el padre de uno de ellos y le dijo: “Hijo de mi corazón, ya no pelees con ninguno”.
En lugar de tomar el salutífero consejo, el envalentonado tipo le dijo a su progenitor: “Quítese de aquí, mi padre, que estoy más bravo que un león. No vaya a sacar mi espada y abrirle su corazón”.
Ante esto, el papá solamente bajó la vista y levantó las manos al cielo diciendo: “Hijo de mi corazón, por lo que acabas de hablar, antes de que salga el sol, la vida te han de quitar”.
Si ayer recomendé a las madres y a los padres que eduquen bien a sus hijos y que si éstos se van por el mal camino, es mejor que los den por muertos, ahora el consejo va para los jovenazos que quieren comerse al mundo:
Vayan a la escuela, estudien, sigan una carrera y sean hombres de provecho. Si no han tenido oportunidad de educarse, por lo menos piensen en el enorme daño que harán a sus seres queridos y a la sociedad, pero sobre todo, consideren que pasarán a la historia como unas lacras indeseables.
-¡Me vale madre!-contestará alguno. Mientras tenga lana, una buena nave y muchas viejas, no me importa morirme.
Pues sí. Efectivamente. Estudios estadísticos demuestran que los jóvenes que incursionan en el bajo mundo de la delincuencia viven en promedio 5 años, antes de que una bala calibre 50 disparada por un soldado o un policía les reviente la cabeza como a una calabaza.
Por eso, aquí los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Vegetal arbóreo que se desarrolla combado, en ningún momento su base leñosa logra erguir”. (Árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza).