Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Al Vuelo-Mamases

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Por Pegaso


Haciendo un ejercicio de imaginación podemos suponer que las mamases de los grandes capos de la droga en México y en el resto del país son mujeres de fuerte carácter, de mirada dura y gestos pétreos.

Es imposible que alguna de ellas sea una cabecita de algodón, toda ternura y bondad.

No. Cada cosa se identifica con su semejante. Es la ley de la vida.

Quienes andan por ahí traficando, matando, ejecutando, haciendo masacres, desmembrando, cortando cabezas, acribillando, aventando gente en tanques repletos de ácido, secuestrando personas no fueron corregidos desde su infancia por una madre benévola.

La chancla voladora, ese mítico objeto que corrigió las rebeldías de muchos de nosotros, jamás estuvo en las manos de las mamacitas de los jefes mafiosos.

Porque una madre que sí quería realmente a sus vástagos, indudablemente tuvo que aplicar un correctivo cuando veía que se portaba mal o que se juntaba con amigos malvivientes.

Una mamá amorosa, cuando el chamaco llegaba y le decía: “Es que todos mis amigos van a ir a tal lugar”, le respondía, poniéndose las manos en la cintura y levantando una ceja, como “La Roña” María Félix: “¡Ahhh! Y si sus amigos se avientan de cabeza de un puente, ¿usted también se va a aventar?” Y con eso les mataban el gallo.

En el momento de redactar esta nota estoy viendo la foto de la mamá de uno de los capos más famosos, y su mirada y su gesto da miedo.

El duro semblante de la mujer revela la calidad del hijo.

No quiero decir de quién se trata, porque lo que menos toleran los delincuentes en el mundo mundial es que alguien hable mal de su mamacita.

Simplemente quiero hacer notar que en este momento, en cualquier parte de la geografía nacional, hay otras muchas mujeres que se sienten orgullosas por el camino que toman sus hijos desde muy jóvenes. Empiezan reuniéndose con los vagos del barrio, después son enrolados por algún grupo de la delincuencia organizada, se convierten en punteros, luego en estacas, después en halcones y finalmente llegan a escalar algún puesto de mando dentro de una organización criminal, donde solo pocos pueden llegar a ser jefes de un cártel.

Su carácter cruel y sanguinario pronto los hace sobresalir, pero hay una o dos características que son comunes a todos ellos: El culto a la santa muerte y el amor desmedido hacia sus mamás.

Del primero no hay mucho qué decir. Todas las mañanas, antes de salir a hacer su “chamba”, se hincan en un pequeño altar de la Santa Muerte y piden que los proteja de las balas enemigas, bajo la lógica de que la muerte es pareja con todos, y de que incluso venció a Cristo.

En cuanto a lo segundo, no hay persona que ame más a su mamacita que un miembro del crimen organizado. Les llevan regalos costosos, les compran la despensa, les llevan serenata en su día, mariachis para su cumpleaños y les presentan a sus novias más operadas que La Tetanic, las cuales, por supuesto, tienen que ser aprobadas por las progenitoras.

Y las mamases se dejan querer.

Pero resulta que cuando los soldados les matan a sus hijos, son las primeras en salir a la calle a maldecir a los asesinos de sus vástagos y a decir que eran más inocentes que un bebé de pecho. Ya envalentonadas porque generalmente las respaldan otras feroces mujeres y hombres igualmente relacionadas con el delincuente abatido, escupen en la cara a los militares, les dan de patadas en las donas y les dicen hasta de lo que se van a morir.

Y allá, en Palacio, muy orondo, el Pejidente se divierte viendo esos videos y dice a sus cercanos colaboradores: “Mira, ¿ya vej cómo mi ejtratejia de abrajoj, no balajoj jí ejtá dando rejultadoj?”

Por el contrario, en los cuarteles, los militares están que hierven de la rabia porque lo que quieren es ir a reventarles la cabezota con una bala calibre 50 a esos enemigos del pueblo que matan y desaparecen gente sin misericordia alguna.

Por eso aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Comunícame a qué individuo reverencias y procederé a manifestarte tu identidad”. (Dime a quién saludas y te diré quién eres).