Por Pegaso
Yo no fumo ni fumaré nunca. Se me hace algo inquietante que a alguien le digan en la cajetilla que puede morirse de enfisema o cáncer pulmonar y aún así, insista en ese acto suicida.
No sé. Como que tengo en el coco el chip de no fumar. Lo intenté varias veces. Encendía el cigarro e inhalaba el humo, como veía que lo hacían los amigos fumadores, pero nada. Solo sofocación y un sabor amargo que no me gustaba.
No le hallaba sentido, ni en aquel entonces ni hoy en día.
Tengo, no les miento, décadas de no tocar un cigarro.
Cuando voy al OXXO o Super 7, no falta un tipo que compre una cajetilla.
Su comportamiento es típico: Primero compran lo que van a comprar, y ya que están pagando, dicen: “¡Ahhh! Y me da una cajetilla de cigarros de tal marca!”
Desde el momento en que entran a la tienda, aún antes de ir a los anaqueles a adquirir otros productos, ya le echaron el ojo a la interminable fila de pitillos que están en el mostrador, tras el cajero, para ver si efectivamente está ahí el objeto de sus deseos.
Una vez que pagan, lo guardan en el bolsillo con un gesto de alivio y se retiran, tal vez pensando en las bocanadas de humo que habrán de disfrutar momentos más tarde.
Quiero decirles a mis dos o tres lectores que, generalmente, es un hábito que se aprende de los padres. Si se tuvo un padre fumador, lo más probable es que el hijo sea fumador.
El ejemplo que se ve en la casa, generalmente es reproducido en la siguiente generación.
Pero bueno, a mí el cigarro jamás me sedujo, a pesar de todas sus vistosas presentaciones, sabores y tamaños.
De acuerdo con el ranking del 2023, la marca Marlboro fue la más popular del mundo, facturando la no despreciable cantidad de 34,741 millones de dólares, seguida por Pall Mall, L$M, Copenhagen, Camel, Winston, Igos, Chesterfield, Rothmans y Sanpoerna.
Los hay para hombre y para mujer; hay con filtro, sin filtro, light, mentolados, clove, saborizados, hay en forma de puro o eléctricos. Lo importante es tener algo en la boca, y esto nos remite a aquella interpretación freudiana que el acto de fumar produce satisfacción al ser un sustituto subliminal de la felación.
Los publicistas han aprovechado ese aspecto en muchísimas ocasiones. Basta ver la cajetilla de Camel.
Yo entiendo a los fumadores compulsivos que no pueden dejar de lado ese vicio. La nicotina y demás sustancias que componen el humo son altamente adictivas.
En cada inhalación, el usuario introduce a su organismo no solo nicotina, que produce un efecto tranquilizante en el cerebro, sino amoníaco, que se usa para destapar caños, alquitrán, una forma de carbón, monóxido de carbono, un gas venenoso, dióxido de carbono, un activo veneno ambiental, arsénico, sustancia altamente tóxica, plomo, metal pesado que puede producir graves alteraciones en la salud, benceno, compuesto que se usa para producir raticidas y hasta uranio, un elemento radiactivo.
Todo eso va a los alvéolos pulmonares y se incorpora al torrente sanguíneo. Con el paso de los años vienen problemas como el cáncer pulmonar, enfisema, tos crónica, infartos y pérdida de la potencia sexual, entre otros.
Atrás, en la cajetilla, el fumador puede ver los efectos acumulados del tabaco, con ilustraciones crudas y aterradoras: Personas enfermas, pedazos de pulmón carbonizados y miembros amputados.
Pero cuando va al OXXO o al Super 7, todas esas terroríficas ilustraciones aparecen en la mente del fumador como si fueran un jardín de rozagantes flores, que, lejos de invitarlo a dejar el vicio, lo incitan más a gozar de unas profundas bocanadas de aquel pestilente y peligroso tufo.
Nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Mi satisfacción es y quién me despojará de ella”. Mi gusto es y quién me lo quitará).