Por Pegaso
En este espacio me he declarado como un redomado e irredento antiinfluencer.
¿Por qué? Pues porque estos chavalones, creyenndo que por tener un buen número de seguidores tienen el mundo en sus manos, quieren hacer lo que sea, como sea y cuando sea sin temer a las consecuencias.
Ya ha habido algunos que han muerto por sus temeridades, intentando quedar bien con sus miles o millones de seguidores. Mientras más likes y comentarios positivos tengan, más exponen su vida y la de los demás.
Llamar “trabajo” o “profesión” a eso, es demasiado pretencioso.
Y hay algunos que sí les va bien. Ya ven al gobernador “Fosfo-fosfo” de Nuevo León, que era un anodino influencer, junto con su vieja.
La fama marea. A muchos les llega de repente y no saben qué hacer con ella.
Aunque no es nuevo en esto, Luisito Comunica es un cabrón insoportable y trata mal a los seguidores que para su infortunio, se lo encuentran y le piden una foto o un autógrafo.
Recién salió a la luz el caso de una influencer venezolana llamada Manuela Rodríguez, que quería venir a México a pasarse unas vacaciones con su novio.
Ella pidió al renombrado chef Edgar Núñez, propietario de un exclusivo restaurant, un “canje publicitario” consistente en una comida para los dos, a cambio de mostrar sus servicios en sus redes sociales.
Por supuesto, el chef la mandó a volar y además, le dio una buena “quemada”, porque la historia trascendió a los medios nacionales e internacionales.
Y como ese hay mil y una anécdotas. Los influecers pretenden ser empresas de publicidad sin serlo.
A cambio de hacer comentarios positivos, piden, y piden, y piden cosas, como el caso de una influencer española llamada Cristina Pedroche, que pidió una televisión valuada en más de 58 mil pesos, gratis, a la empresa Samsung.
Y como esas compañías no dan un paso sin guarache, la mandaron a freír espárragos.
En todo el mundo se cocen habas. En Inglaterra, la influencer Elle Darby quería festejar su San Valentín en el hotel Withe Moose Café, queriendo pagar a la empresa con “exposición”, es decir, menciones en sus redes sociales.
La respuesta del dueño del hotel fue incendiaria: “Se necesitan pelotas para enviar un correo electrónico como ese. ¿Quién va a pagarle al personal que cuidará de ti?¿Quien va a pagar a las camareras que limpiarán tu habitación?¿A los que te sirvan el desayuno? La respuesta es no”.
Los influencers se han convertido en una lacra social, porque la misma gente, los jóvenes, consumen todo tipo de contenido basura. Que si se te ven las chichis en una foto y la subes a tus redes sociales, ganas 10 mil likes, que si haces un tik tok gracioso, te dan mil likes…
Pero son las mismas empresas publicitarias las que tienen la culpa. Ahora, en lugar de contratar a medios de comunicación tradicionales, serios, con gran prestigio y credibilidad, como la televisión, los periódicos y las revistas, prefieren utilizar contenido chatarra para llegar a un número grande de personas.
Vea esta opinión de un “especialista” en mercadotecnia: “Ventajas del marketing de influencers en política: Es más efectivo para volver viral un contenido. Las personas suelen estar pendientes de los influencers a los que sigue, incluso tener alertas cada que publican, eso hace que la probabilidad de que la audiencia que nos interesa vea el mensajes, es mucho más alta. Ayudan a humanizar al político”.
Si tecleamos en Internet la frase “Política e influencers”, nos aparecen miles de páginas que recomiendan el uso de influencers para viralizar contenidos.
Así que el uso de influencers no se limita a las compañías que buscan publicitar sus productos, sino también son utilizados por partidos políticos y candidatos.
Como decía mi abuelita: “Están chiflados”, y ciertamente, y desgraciadamente, parece ser una tendencia que llegó para quedarse.
Lo único que puedo recomendar a mis dos o tres lectores, es que si algún día un influencer llega a sorprenderlos ofreciéndole “publicidad” en sus redes sociales a cambio de un bien o servicio, denle una patada en el trasero y díganle que se ponga a trabajar para que pague por lo que consumen, como el resto de los mortales.
Y el refrán estilo Pegaso dice así: “De acuerdo, Jesusa, ¿y tus enormes prendas íntimas?” (Sí, Chucha, ¿y tus calzonsotes?