Por Pegaso
No necesité pensarlo mucho. La diferencia es abismal.
El Pegaso de Oro en esta ocasión es para el Cabecita de Algodón, sin lugar a dudas.
El Pegaso de Oro, para quien no lo sepa, es una codiciada estatuilla virtual que se otorga al personaje que se ha destacado a lo largo de los últimos años como el más chimengüenchón, vacilador, chistosín, gracioso, payaso, bufón, humorista, chancero, guasón, cachondo, chirigotero, chacotero, chungón, matizón y changonetero.
Si alguien va a pasar a la historia como el más chorero, no hay duda que será #YaSabenQuién.
Les sacó tres cuerpos y nariz a sus más cercanos competidores, los ex presidentes Chente Fox y Quique Piña Nieto, que ya es mucho decir.
Otras figuras como Loret de Mula, Trozo, el Payaso Cochambroso, el Tícher Lóriga, Aduela Mincha, el Tío Richie, Claudio X. Monjalez, Sergio Sarniento, Héctor de Camaleón y Piedro Feliz de Com, no le llegaron ni a los talones.
No crean mis dos o tres lectores que esta presea es nueva.
Fue creada hace miles de años por mis ancestros Pegasos y ha sido entregada a las más egregias, luminosas e importantes figuras de toda la Humanidad.
La recibió Cristo, por su acto de salir de la cueva sin que nadie lo viera, lo recibió Buda, por su voluminosa barriga, lo recibió Mahoma, por mandar a los árabes a partirle la mandarina en gajos a los infieles, lo recibió Marx, por inventar el comunismo y lo recibió Mao, por seguirle el juego a Marx.
Ahora lo recibirá #YSQ, con méritos suficientes para opacar no solo a esas, sino a otras muchas figuras históricas por sus ocurrencias sin fin y por haber convencido al 76% de los mexicanos que deben seguir siendo pobres para ser felices.
Yo quisiera ir a entregarle la estatuilla a su despacho de Palacio Nacional, pero la verdad, no tengo dinero para el pasaje.
Tanto quiere el Cabecita de Algodón a los pobres, que ya me hizo uno de ellos.
Por lo tanto, me pondré a pedir coperacha entre los cuates para ver si logro juntar lo suficiente para irme de perdido en un autobús gallinero, haciendo escala en todas las rancherías.
Una vez frente a Palacio, no haré lo mismo que Chóchil Cálvez, quien exigía derecho de audiencia.
No. Diré que soy pobre. Ese será mi pasaporte para que los guardias presidenciales me den acceso a los amplios jardines del inmueble.
Como me verán con la estatuilla dorada, me preguntarán si la robé en algún lugar, pero procederé a explicarles que yo soy Pegaso, un humilde columnista de este prestigioso medio informativo y que he viajado desde Ruinosa, Ta-ta-tamaulipas para entregarle la codiciada presea. Seguro me llevarán directamente hasta el despacho presidencial, donde ALMO estará ocupadísimo, firmando los decretos para reformar el Sistema Judicial del país.
Dejará todo lo que esté haciendo para recibirme, porque soy pobre y sé que me quiere mucho y me dirá las siguientes aladas palabras:
ALMO: ¡Pegajo! ¡Qué alegría que me vijitej, ahora que erej pobre. Antej, cuando eraj fifí y neoliberal ni jiquiera te hubieran dejado pajar laj puertaj de Palajio, pero como ahora erej uno de mij amadoj dejpojeídoj, jiempre jeráj bienvenido.
PEGASO: (Imitando el tonito de voz de Lord Molécula). Mi muy estimado y fino señor pejidente. Vengo a hacerle entrega de esta codiciada estatuilla, El Pegaso de Oro. Recíbala, por favor. Representa el reconocimiento a su grandiosa gestión al frente de este gobierno que pasará a la historia como el más chipocludo, el menos corrupto, el más justo y pacífico de la historia.
ALMO: ¡Grajiaj! ¡Muchaj grajiaj! Me lo llevaré conmigo a “La Chingada”. Ahora, jalte de mi ofijina, porque me ejtáj echando tuj pulgaj.
PEGASO: ¡Gracias, egregio pejidente!
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “Temperamento y comnplexión, hasta el sepulcro”. (Genio y figura, hasta la sepultura).