Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Al Vuelo-Dijuntos

COMPARTIR

Por Pegaso

Hoy y mañana se celebra en México a los muertos, difuntos, fallecidos, petatiados, exangües, exánimes, tiesos, decesados, tilintes, finados u occisos.

La tradición dice que este día se celebra el Día de Todos los Santos y mañana el Día de los Fieles Difuntos.

Según la Wikipedia, el Día de Muertos, tal como se acostumbra en México, se originó como un sincretismo entre las celebraciones católicas y las diversas costumbres de los indígenas de México, Centroamérica, Sudamérica y las Filipinas.

Las UNESCO, organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, otorgó a las celebraciones indígenas de Día de Muertos, el 7 de noviembre de 2003, el honroso titulo de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.

Pero lo que ahora celebra la gente común y corriente no tiene nada que ver con eso.

La simbología ligada a esa tradición es completamente desconocida. Solo se trata de poner unos escalones en algún rincón de la casa, escuela o sitio público, colocarle un chorro de cañas de azúcar, cempazúchitl, calaveritas de azúcar y pan de muerto, adornados con mucho papel crepé de color morado, negro y amarillo.

Ya casi no se publican aquellas famosas “calaveras”, que eran rimas o epitafios humorísticos de personas aún vivas donde la muerte bromea con personajes de la política, el espectáculo o el deporte.

Por ejemplo:

La muerte llegó corriendo

Hasta el búnker de Pegaso.

¿Dónde te metes, pelmazo,

Que me vengo derritiendo?

Aquí estoy, triste huesuda,

No te me estoy escondiendo.

¿No ves que estoy escribiendo?

¡Vete mucho a la… basuda!

(Je, je, jeeee. No hallé una palabra que rimara con huesuda).

Y sí. Cada elemento de una ofrenda o altar de muertos tiene un significado.

Las calaveritas de dulce llevan escrito el nombre del difunto en la frente, las flores sirven para atraer a los difuntos con sus olores y colores, al igual que el caminito de harina y las velas.

Se supone, porque esa era la creencia prehispánica, que después pasó a sincretizarse con las tradiciones católicas, que los muertos tienen “permiso” de dejar un rato el Purgatorio y venirse con sus seres queridos vivos a convivir un ratito.

Por ese motivo se coloca en el altar la comida que más les gustaba en vida. Aunque algunos abusan y ponen hasta tequila, taquitos de tripita, suadero y longaniza.

No faltan en los altares de muerto las fotos del familiar fallecido para evocar su recuerdo.

Todo esto forma parte de una arraigada costumbre. Lo que pasa es que la raza de ahora lo toma como pretexto para pachanguear y ponerse hasta las manitas, todo ello, bajo el pretexto de recordar a sus fieles difuntos.

Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “El fallecido al foso y el existente al esparcimiento”. (El muerto al pozo y el vivo al gozo).