Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Al Vuelo-Comegatos

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Por Pegaso


Al pasar por un local de la calle Juárez, esquina con Matamoros del centro de esta fronteriza ciudad de Reynosa, alcancé a escuchar un comentario.
Un individuo le decía a otro: “Oye. ¿Ya sabes del güey que se dedica a cazar gatos y después se los come?”
Me quedé sorprendido. Está bien que haya sobrepoblación de gatos callejeros, pero que a alguien se le haya ocurrido comerlos como si fueran cabritos al pastor, ya es algo fuera de lo común.
Engullir a nuestras mascotas o animales de compañía siempre ha sido tema tabú.
Lo noté hace varios años, cuando el entonces Presidente de la Asociación Ganadera Local, Gildardo López Hinojosa, pretendió introducir la carne de caballo en las carnicerías locales, pero fue un rotundo fracaso porque la gente pensó que saldría relinchando.
Lo cierto es que el sabor de la carne de equino no difiere mucho de la de vacuno, salvo que es más magra. El caballo hace más ejercicio por ser bestia de carga mientras que las vacas se la pasan todo el día pastando y haciendo “¡muuuuuu!”
El “Comegatos”, para mí, que se convertirá dentro de poco en un mito urbano.
Debe ser algún pordiosero que no tiene en que caerse muerto y para paliar el hambre se enbuchaca a cuanto felino encuentra a su paso.
Hasta ahora, solo las aves, bovinos y peces eran nuestra principal fuente de alimento. El hombre, al estar en la cúspide de la cadena alimenticia, puede comer lo que sea. Hemos visto que los chinos comen murciélagos, cienpiés, alacranes y cucarachas, provocando la aparición de nuevas enfermedades, como el COVID-19.
En su libro “De animales a dioses”, Yuval Noah Harari hace referencia a nuestra voracidad, que permite un despliegue de excesiva crueldad hacia los animales que nos sirven de comida.
Así, hay corrales de vacas para la producción industrial de carne. Cada animal vive en un minúsculo corral donde apenas puede moverse, pare a sus becerritos y casi inmediatamente las separan de ellos, para evitar que consuman la preciada leche.
No les va mejor a los cerdos, ya que tienen que estar parados día y noche en su pequeño habitáculo. Cuando llegan a cierta edad y peso, son sacrificados para hacer chuletas, tocino y chorizo.
Y no se diga de las gallinas y pollos. Nomás salen del cascarón, pasan por una banda industrial donde unos operadores los seleccionan y avientan con saña a los más débiles o que no cumplen con los estándares. Posteriormente los sacrifican de una manera realmente dolorosa y cruel, para que nosotros, sin siquiera pensar en eso, disfrutemos de unas ricas alitas, unas crocantes piezas en Churchs o una hamburguesa de pechuga en McDonalds.
Shopenhauer, el célebre filósofo alemán del Siglo XIX reflexionaba de la siguiente manera:
“El mundo no es una fábrica y los animales no son productos para nuestro uso”, y agregaba que ellos también sienten y sufren al igual que nosotros.
También decía: “El hombre es el único animal que causa dolor a otros sin más objeto que querer hacerlo”, y su más famosa sentencia: “La compasión por los animales está íntimamente ligada a la bondad de carácter, y con seguridad afirmo que quien es cruel con los animales, no puede ser buen hombre”.
Por eso la anécdota del “Comegatos” me dejó sorprendido, anonadado y patidifuso.
Y termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso, cortesía de Sabritas: “Poseo la absoluta seguridad de que estás imposibilitado de ingerir un solo ejemplar”. (A que no puedes comer solo uno).