Por Pegaso
La noticia no me sorprende.
Por muy estrambótico y absurdo que resulte, yo sí creo capaz al nazi gobernador de Texas, Gregg Abbot, de lanzar cocodrilos a las aguas del río Bravo para que se almuercen a todos los migrantes que pretendan cruzar la línea divisoria.
Ya había puesto cercas de púas en buena parte de la frontera con México. El Gobierno Federal dijo que no, y mandó personal a quitarlas, pero hubo resistencia de parte de la Guardia Estatal y ya hasta se andaban agarrando a madrazos.
Texas, o más bien, el Gobernador de ese Estado, se acogió a cierto artículo de la Constitución amagando con declarar su independencia si Biden no lo deja hacer su santa voluntad en el territorio que desgobierna.
Pero a pesar de todo, diariamente miles de migrantes centro americanos, caribeños y sudamericanos se avientan de clavado a las aguas del río para cruzar ilegalmente. No han podido contener la migración ilegal y eso ha obligado a tomar medidas más drásticas.
En un video que se subió a redes sociales, se dice que Abbot ordenó sacar 800 cocodrilos de un foso para llevarlos hasta el Bravo y soltarlos en su corriente.
En el mismo video se ve como uno de los saurios ataca a una persona en un afluente y este lucha desesperadamente por llegar a la orilla.
Si resulta cierta la versión de los cocodrilos, ¿qué puede detener a ese gobernante a echar también tiburones, pirañas o hipopótamos?
Recuerdo muy bien mi tierna infancia. Siendo un Pegaso chaval, vivía yo con mis padres en la populosa colonia Chapultepec.
Ahí, a escasos metros del río, íbamos todas las tardes a echarnos el chapuzón o a pescar bagres y matalotes.
Los más grandes cruzaban a nado el río y se iban a los sembradíos a robarse las sandías o melones. Se daban tal atracón, que nada más dejaban las cáscaras en los barrancos.
En cierta ocasión, yendo con un amigo de la adolescencia por el bordo, casi llegando al puente internacional, escuchamos una voz desesperada.
Paramos de correr para ver quién estaba dando tales gritos. Subimos al montículo y desde ahí pudimos ver a un sujeto que se estaba hundiendo en medio de la corriente.
Como yo sé nadar muy bien, fui a toda carrera, me quité los tenis y me aventé al río, justo en el momento en que el tipo desaparecía bajo la superficie.
Varias brazadas después, moviendo las manos de un lado a otro pude tocar una cabeza y entonces, lo jalé de los pelos hacia la superficie.
El hombre daba manotazos y me dificultaba jalarlo, pero aún así pude llegar a la orilla, sacando fuerzas de no sé dónde, porque yo estaba más flaco que una escoba.
Cuando acabamos de salir, vi que el hombre traía unas tremendas botas y que por eso mismo no podía sostenerse a flote.
Acto seguido se echó de rodillas y empezó a agradecerle a la virgencita de Guadalupe. A mí, ni las gracias me dio.
¿Qué hubiera pasado si desde aquel entonces el loco gobernante hubiera aventado cocodrilos al río?
Sencillamente no estaría aquí para contarles esta anécdota.
Viene el refrán estilo Pegaso: “¡Ya emergió el instrumento utilizado para ordenar el tejido capilar!” (¡Ya salió el peine!)