Por Pegaso
¡Ahhhh! ¡Qué tiempos aquellos en el que el Director del periódico La Prensa, a la sazón, José Luis B. Garza “El Cabrito”, me pidió que fuera a cubrir información a Río Bravo y después a la Ribereña.
Llevaba yo una cámara réflex de las grandotas, una libreta de taquigrafía y unos lentes de fondo de botella.
Todos los días, al regresar de la reporteada, iba al laboratorio que teníamos en el mismo edificio para sacar las fotos todas movidas.
Ya después, me pusieron a reportear las fuentes más charchinas: Correos, Telégrafos, Central Camionera y todas las que no querían los reporteros más experimentados, porque ellos preferían cubrir la información del Municipio, del Gobierno del Estado, del Sindicato Petrolero y de la UAT, no sé por qué.
Desde aquellos lejanos días hasta la fecha, han transcurrido 41 años y he pasado mil y una peripecias en mi chamba de periodista.
Lo que sí sé es que es una profesión que no cambiaría por ninguna otra. Sí, es mal pagada, muchas veces incomprendida y últimamente, satanizada por el Gobierno de la Cuarta Transtornación, pero ahí la llevamos, como pateando un bote y no nos rajamos.
Viene todo esto a cuento porque en los últimos años, con el avance de la tecnología y la omnipresencia de las redes sociales, el periodismo ya no es lo que era antes.
Hoy –y eso lo veo con mucha tristeza- muchos de mis compañeros de los medios de comunicación lo que hacen es tomar su teléfono celular, entrar a Facebook Live y transmitir el evento en vivo y a todo color.
Después de eso, ya acabaron con su chamba del día.
Yo, por otro lado, terminados los eventos, todavía tengo que irme a algún lugar a redactar, a escoger las fotos, subirla a mi portal de Internet y de ahí a las redes sociales.
La sutil diferencia consiste en que agarrar un celular y subir en vivo un hecho, cualquier persona que va por la calle lo puede hacer, sin necesidad de tener una formación periodística o una carrera en Ciencias de la Comunicación.
En cambio, para hacer una nota informativa, sí que se requieren conocimientos especializados, porque no es nada más decir lo que pasó, sino cómo pasó y sobre todo, que el periodista da su singular punto de vista de lo que ocurrió con el mayor apego posible a la realidad.
Comentaba yo con un buen amigo que el periodista es al mismo tiempo maestro, porque orienta y enseña, notario público, porque nuestro material queda grabado o guardado durante mucho tiempo y se puede consultar cuando se requiera, además de ser un ombudman, porque salvaguardamos los derechos de los ciudadanos cuando alguna autoridad pretende abusar de su cargo.
¿Y qué es lo que sigue de aquí en adelante? Probablemente el periodismo sea una de las primeras profesiones que desaparezcan para siempre en un futuro próximo, porque el arte de saber escribir ha sido sustituido por lo viral y por las fake news.
Después de eso, hay que esperar que las noticias sean obtenidas por robots reporteros, procesadas por robots redactores y difundidas por robots conductores de programas noticiosos.
Un camino muy largo desde aquellos tiempos en que uno, como periodista novato, cargaba su cámara al hombro para tomar fotos en blanco y negro que salían movidas.
O como aquella enorme grabadora que me dio don Roberto Avilés Candia para ir a reportear, cuando estaba en Corpo Radio Gape.
Son cosas que están impresas muy profundamente en mis recuerdos y que algún día espero contar a mis nietos, si es que llego a tener.
Viene el refrán estilo Pegaso, cortesía de Renato Leduc: “Sapiente capacidad de justipreciar la dimensión temporal”. (Sabia virtud de aprovechar el tiempo).