Por Pegaso
Tras ver un video de un grupo caribeño llamado Los Karkis, me quedé turbado al pensar qué carajos quiso decir el egregio compositor de tan exitosa y romántica melodía.
Para empezar, no me pude aprender toda la letra. Creo que solo dice: “Arremángala, arrempújala; arremángala, arrempújala; arremángala, arrempújala; arremángala, arrempújala, sí; arremángala, arrempujala, no…” y así, hasta el infinito, con un sonsonete que pretende ser un ritmo tropicalón antillano con un grupo de correteables chamaconas bailando cadenciosamente.
Es una de esas canciones de las cuales yo no alcanzo a dilucidar su mensaje.
Tal vez sea necesario utilizar algún instrumento académico-legal, como la Hermenéutica Judicial para adentrarnos en el espíritu del compositor.
¿A qué se habrá querido referir con el estribillo de “Arremángala, arrempújala”? Mí no comprender.
Quisiera pensar que el autor estaba batallando para ponerse una camisa de manga larga y se inspiró en tal suceso para componer su obra maestra.
Quizá la misma letra guarda las instrucciones o el algoritmo para poder calzarse una ajustada prenda de vestir.
Imagine el lector que se compró una camisa nueva, de esas garigoleadas que tanto les gusta a los malandros. Como las mangas están tan estrechas, difícilmente se pueden acomodar bien en los brazos.
Entonces, usted prende el aparato receptor de ondas de radiofrecuencia y escucha la cancioncilla: “Arremánga, arrempújala, sí; arremángala, arrempújala, no”. Lo que significa que primero tiene que arremangarla y después empujarla hasta que quede correctamente colocada.
Lo que no me cabe en la mente es que la canción, que dura más de dos minutos y medio, solo utiliza cuatro palabras: Arremángala, arrempújala, sí y no.
Creo que el compositor se quedó sin neuronas.
Pero lo más perturbador es que a los chavos y chavas que aparecen en el video parece no importarles. Sólo se mueven como autómatas al son de la pegajosa música que incluye sonidos generados por un sintetizador y una batería.
Parecen estarse divirtiendo como enanos, siguiendo las notas del ritmo caribeño, sin pensar siquiera que se está describiendo el simple hecho de ponerse una camisa. ¡Qué inocentes!
Esta pieza, sin embargo, es una de muchas a las cuales no les encuentro sentido alguno, como aquella del “Negro Africano”. Nadie hasta ahora me ha podido decir qué es lo que quería el negro y por qué descobijaba a la negrita.
O aquella de “No te subas al coco, no; no te subas al coco, no. No, no, no, no al coco no, al coco no”, que parece que dice: “No te subas al cócono, no te subas al cócono”.
Y hasta donde sé, los cóconos, guajolotes o pavos no son para subirse, sino para hacerlos en mole con arroz en las fiestas pueblerinas.
Con la que sí he tenido éxito en averiguar su origen y significado es en aquella canción de “La Sonora Dinamita” llamada: “El viejo del sombrerón”.
En realidad, se trataba de ¡Manuel Cumbiazos Lerma! Sí, el exgobernador de Tamaulipas, que hechizaba a las jovencitas con sus poderes místicos. Ya ven que traía en su camioneta una pirámide y siempre se ponía debajo de ella a meditar. (Nota de la Redacción: De la pirámide, no de la camioneta).
Entonces, la chica de la cumbia siempre esperaba al “Viejo del sombrerón”, o séase, a Cumbiazos Lerma, durante sus frecuentes giras por Reynosa.
Vámonos con el refrán estilo Pegaso que dice así, que dice así, que dice así: “El individuo de raza negroide posee temperamento festivo y tú entregándole instrumentos huecos de percusión”. (El negro es alegre y tú dándole maracas).