Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Al Vuelo-Auto

COMPARTIR

Por Pegaso


El locutor del concurso anuncia que el suertudo participante se ganó un auto.

Los avispados agregan: “Sí, se ha ganado un auto, pero un auto de formal prisión”, cuando tratan de satirizar con alguien que tiene fama de deshonesto.

Hoy, los vehículos automotores se consiguen a precios de oro. Un anuncio que leí recientemente dice: “Los autos sin vender del 2021 casi se regalan”, pero esto no es más que una vil y absurda patraña.

No. Los automóviles nuevos no se venden a precios baratos. Los más modestos cuestan 15 mil dólares, poco más de 300 mil devaluados pesos.

Para pagar ese monto al contado, un trabajador de maquila tendría que trabajar 150 meses seguiditos sin comer, sin gastar en las chelas y en el chupe y sin llevar la papa a su casa.

Ahora que si lo que quiere es sacar un auto nuevo a crédito, tendrá que desembolsar como mínimo, 30 mil pesos de enganche, lo que representan 15 meses de salario.

Pero si por algún venturoso motivo ha podido ahorrar los 30 del águila, todavía tendrá que pagar cantidades cercanas a los 5 mil pesos mensuales por 5 años, más las anualidades de 30 mil, lo que lo dejaría otra vez sin lana ni para comprarse un chicle.

Entonces, hay que descartar la posibilidad de que un trabajador de salario mínimo se pueda comprar un vehículo nuevo, a menos que herede una fortuna, se saque la lotería o se meta de político.

Vámonos con los seminuevos. En términos reales, comprar un carro en esas condiciones no implica un descuento excepcional. Posiblemente un 15 o 20% a lo sumo, con mensualidades y plazos parecidos a los de los nuevos.

¿Y si quiero uno usadón en buen estado? Pues si tenemos a la mano mínimo, 150 mil pesos para comprarlo al chas-chas, qué bueno. Si no, tenemos que ir a un lote de autos para pagar un enganche de 25 mil pesos y mensualidades de 4 mil por 5 años ¡casi lo mismo que comprar uno de agencia!

Por eso todo mundo en la frontera compra o compraba americanos. Antes, por 2 mil dólares, nos hacíamos de uno en buenas condiciones, tal vez “salvage” o “inundado”, pero podías presumir que tenía más o menos buena pinta. Solo teníamos que ahorrarle un poquito más para la regularizada, que estaba bien barata.

Pero llegó el decretazo, por allá del 2010 o 2012 y todo se fue al demonio. Subieron los precios de los vehículos usados de importación y se multiplicó la cantidad a pagar por concepto de impuestos aduanales.

Tras lo anterior, ¿qué nos quedó? ¡Pues comprar pura chatarra de la que ya no querían los gringos!

El decreto que sacó hace unos meses el Pejidente para regularizar los miles de vehículos “chuecos” que aún circulan en la frontera y en el interior del País, tiene como propósito tener un padrón confiable de ellos, ya que en buena parte son utilizados por los malosos para delinquir, pero también por los trabajadores como instrumento de trabajo, para ir a la chamba y hacer sus mandados del diario.

Vivir sin auto resulta muy difícil.

Realmente me quedo estupefacto, meditabundo y anonadado cuando veo que en el Valle de Texas no hay taxis, y son escasísimas las líneas de transporte público.

Ir a McAllen a pie es ir a hacer el ridículo, porque allá todo mundo trae un patas de hule de reciente modelo.

E incluso, aquí en Reynosa, tomar un Didi o agarrar un taxi resulta muy caro, y si nos subimos a una “pesera”, tenemos que soportar todo tipo de cosas, desde ir parado, agarrado de un tubo, soportando los berridos de un escuincle chillón, hasta los desangelados versos de un rapero amateur o los chistes mamomes de un payaso.

Entonces, los autos se han convertido en herramientas vitales para el trabajo y la vida cotidiana. Como decía la difunta Carmelita Salinas, “La Corcholata”, quien tiene uno, cuídelo, porque no podemos saber cuándo podremos hacernos de otro.

(Este consejo no aplica para políticos, funcionarios públicos o millonetas).

Viene el refrán estilo Pegaso: “Le fascina el carburante; proporciónale mayor cantidad de carburante”. (Le gusta la gasolina; dale más gasolina).