Por Pegaso
“El Pollo” tomó su bici como todos los días, terció su mochila en la espalda y empezó a pedalear.
En plenitud de la adolescencia, son el futbol y los videojuegos su principal preocupación.
En la escuela tiene una calificación promedio, más bien tirando a baja. Las matemáticas y el español simplemente no le entran.
Las discusiones con sus padres son cosa de todos los días pero poco le importa mientras siga teniendo su balón Nike y su consola de juegos con la última versión de Halo.
Ese día, sin embargo, algo ocurrió en su interior.
Llegó a la secundaria faltando apenas unos minutos para que se escuchara el timbre.
A lo lejos vio la figura espigada de una niña de su salón.
Hasta ahora no le había prestado mucha atención. Concentrado en sus juveniles ocupaciones, nada fuera de su reducido mundo tenía importancia alguna.
Pero esta vez sintió algo. Algo que le produjo una sensación hasta entonces desconocida en la boca del estómago.
De pronto se dio cuenta que en algunos rincones de la escuela había parejas. Parejas de hombre y mujer, es decir, de chicos y chicas.
Eso, hasta ahora, también había pasado inadvertido.
Acomodó su bicicleta a un lado del portón y colocó el candado con la cadena.
-¡Hola!-le dijo ella.
-¡Ho-ola!,-contestó él titubeante.
No sabía por qué se sentía así. En su mente quiso desplazar la imagen de aquel rostro lindo, pero no pudo.
El futbol y los videojuegos pasaron a segundo plano.
En clase no se pudo concentrar.
-“No es nada”,-se dijo a sí mismo y con un esfuerzo sobrehumano finalmente apuntó los datos que el maestro garrapateó en el pizarrón.
Durante el recreo permaneció sentado en una banca.
Sus amigos hicieron la “reta” para jugar una “cascarita”, pero él no quiso participar.
Se miraron con complicidad, sin darle mayor importancia al asunto.
Fue hasta la tarde, después de dejar la escuela cuando se atrevió a confesarle a su mejor amigo aquello que lo había inquietado.
“El Borra’o” le dijo, bajando un poco la voz: “¡Lo que pasa es que ya te estás haciendo hombre!”
-“¿Cómo? ¿Porqué?”,-se limitó a preguntar.
-“Cuando empiezan a gustarte las mujeres. A mí me pasó lo mismo. Dice mi hermano mayor que eso es natural”.
-“¿Y eso se pasa pronto?”
-“No lo sé, mano, yo aún siento cosquillitas en la panza cuando veo a Lupita, la del quinto “H”.
Aún con muchas preguntas en la mente, “El Pollo” tomó su bicicleta y desandó el camino hasta su casa.
Su madre-una mujer aún joven-, lo vio llegar.
Pero en lugar de sentarse frente a la televisión para maniobrar con habilidad los controles de su consola-como siempre ocurría-, ahora se le veía ajeno, melancólico.
Intuitiva como todas las madres, se acercó a él y preguntó la causa de su estado.
Con monosílabos, él evadió el tema y se fue a su cuarto, con la mente ocupada por la imagen de aquella joven.
Horas más tarde, llegó el jefe de familia.
Con semblante preocupado, la mujer expresó su congoja por el estado de salud de su retoño, describiendo con lujo de detalles el semblante que aquel presentaba en los últimos días.
-“Temo que vaya a enfermar”,-comentó.
-“No te preocupes-, respondió él. Tu hijo se está convirtiendo en todo un hombrecito”.
Y volvió a tomar el periódico que tenía en sus manos.