Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Sábado Santo en el río

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Reynosa, Tamaulipas. Retando al peligro, decenas de personas se meten a bañar y a pescar al río Bravo, metros abajo del vertedor de la presa derivadora Anzaldúas.

Mientras los vacacionistas domésticos disfrutan de una suculenta carne asada en los asadores de la Playita, visitando a los animales en el Zoológico de Reynosa o echándose un chapuzón en las albercas de los balnearios, hay quienes se arriesgan a repostar en las riberas del Bravo, haciendo caso omiso de los múltiples letreros que se han colocado en los taludes.

Bajar hacia donde están los pescadores no es fácil. Hay que pisar con cuidado las enormes lozas irregulares de caliza que fueron colocadas para amortiguar la erosión.

Una vez abajo, se escucha el ruido del agua que es liberada de la presa derivadora. Por ahora, corre lentamente, porque no es tiempo de riego para el Distrito 025 y además, la sequía ha mermado la cantidad de agua que hay en las presas.

Pero ahí están los letreros: “Peligro. Estrictamente prohibido entrar a el cauce del río. Aguas turbulentas”.

Pero ni las advertencias, ni la presencia de una unidad de la Guardia Nacional los desaniman.

Familias enteras pescando o disfrutando del sol, en una playita alterna donde la entrada es gratis. Peligrosa, pero gratis.

Ahí, junto a la cortina de la exclusa, varios improvisados pescadores hacen intentos por sacar algún bagre, carpa o catán, pero para su desilusión, solo atrapan peces diablos.

El pez diablo es una especie invasora. Difícilmente se puede aprovechar su carne porque está cubierto de una dura armadura que recuerda a la de un cocodrilo. Su coraza le sirve para protegerse de los filosos dientes de los catanes y otros depredadores, por eso se ha multiplicado de manera preocupante en el bravo y otros cauces.

Aguas más abajo, se escuchan voces y risas provenientes de un pequeño remanso.

Nuevamente bajamos el talud de aproximadamente 20 metros hasta llegar a un carrizal. A la derecha, al menos unas cincuenta personas, hombres, mujeres y niños, chapotean en el agua, al no ser tan profundo. Otros asan carne con leños que obtienen de los mezquites secos y algunos más se tienden plácidamente entre la hierba y la arena.

Así transcurre el Sábado Santo para los vacacionistas locales que no cuentan con suficientes recursos para ir a Cancún, Mazatlán, Acapulco, Los Cabos o ya, aunque sea, a la Isla del Padre.