Por Pegaso
Cuando se inventó la moneda, la Humanidad pudo realizar operaciones comerciales de manera más fácil, porque antes de eso solo existía el trueque o intercambio de mercancías.
Era muy difícil decir, por ejemplo: “Mira, te cambio un par de zapatos por un kilo de arroz”, porque no había un “zapato patrón” ni un “tipo de cambio zapato-arroz”.
Un genio de esos que abundan en la historia tuvo la brillante idea de utilizar una cierta medida de oro para cambiarla por alimentos. Poco después vino la acuñación de metales preciosos.
El siguiente paso fue cambiar esos metales por materiales más comunes, como el cobre o las aleaciones con estaño, pero esas monedas no valdrían nada si no hubiera una entidad o gobierno que las respaldan.
A mayor reserva de oro de un país, más fuerte es su moneda.
Estados Unidos, durante décadas, sustituyó el oro por petróleo y la economía se petrolizó. Pero resulta que eso es inflar el valor de la moneda de manera artificial y por consecuencia, el dólar está pegado a la pared con alfileres.
Ahora, lo que tenemos es cada vez menos dinero físico y más moneda electrónica o virtual.
Llegaron los bitcoins, los cuales no necesitan ni siquiera tener un respaldo en oro ni ningún país que responda, simplemente la confianza que la gente tiene en ellos.
Pronto, porque los gobiernos tienen la rara tendencia de querer hacer cumplir las profecías bíblicas, veremos que todo tipo de moneda quedará obsoleta, y solo el que tenga un chip instalado en el cuerpo podrá comprar o vender, como dice La Biblia que será la marca de la “bestia”.
Nosotros, que vivimos otros tiempos, recordamos con nostalgia el poder adquisitivo que tenía el peso frente a otras divisas.
Cuando era un Pegaso chaval, mi padre, antes de irse al trabajo, agarraba un veinte o un tostón y desde la esquina lo arrojaba rodando hasta donde estábamos todos los chiquillos. Y aquel que lograba agarrarlo, ya tenía con qué comprar los dulces de ese día.
Cuando mi familia llegó a Reynosa, el dólar estaba a 12.50.
Era una buena época para los mexicanos. Sí. Nuestros padres se partían el lomo para ganar lo poquito que le daban a nuestras mamás, pero era suficiente para la compra del mandado.
Nosotros pedíamos fiado en la tienda de Don Félix, que se ubicaba en el callejón Estrada de la colonia Chapultepec, antes “El Chaparral”.
Ahora tienen que trabajar los dos progenitores y cada uno tiene dos o más chambas, ¡y ni aún así alcanza!
Si trabajas en una maquiladora, tienes que organizar tandas, vender joyería de fantasía, hacer taquitos de harina o de plano, prostituirte para poder complementar el ingreso familiar.
Por cierto, ¿alguien de las nuevas generaciones sabe lo que era un “panchólar”? ¿Un varo? ¿Un morlaco?
No los culpo. Eran expresiones lingüísticas propias del vulgo hasta antes de los años ochenta.
Ibas a la tienda y pedías: “Me da un varo de frijoles”, y el dependiente de la tienda de la esquina (no había OXXOs ni Seven Eleven) ya sabía que se refería a un peso de frijoles.
En las cantinas se apostaba así: “Van dos morlacos a que me sale un as”.
La palabra “panchólares” se hizo popular gracias a los anuncios de la marca de chocolate en polvo “Choco Milk”, cuyo avatar era “Pancho Pantera”.
La empresa sacó una campaña publicitaria con estampitas en forma de billete y todos los chamacos traíamos en nuestra bolsa los mentados “panchólares”.
En fin. Esa es más o menos la historia del dinero, cómo surgió y cómo se ha utilizado a lo largo de la historia, incluyendo la mexicana.
Me despido con el conocidísimo y esperado refrán estilo Pegaso: “Niego que la totalidad de lo que resplandece es metal áureo”. (No todo lo que brilla es oro).