TEXTOS
Por Isael Castillo
Pedro Páramo
Estaba en el segundo año de la secundaria, era 1983, los maestros de aquellos tiempos, quizá los de hoy también, nos presumían (creo que con orgullo) de qué escuela normal para educadores se graduaron como maestros, los más hasta agregaban que pertenecieron a tal o cual banda de guerra y que su desarrollo educativo fue casi militar, otros más nos explicaban con nostalgia aquellos buenos tiempos de compañerismo y muchas lecturas en la normal superior. Lo cierto, es que muchos no nos podemos quejar, tuvimos buenos maestros, como aquel de pensamiento crítico con sus recomendaciones de libros y que nos obligaba a cuestionar la historia; la maestra con la literatura juvenil, los clásicos y hasta textos como El secreto de los AAK que luego me llevo a conocer –por coincidencia- a Allan Kardec y el espiritismo; el maestro socialista o el maestro con énfasis en los escritores mexicanos, entre ellos Juan Rulfo, quien por cierto en aquellos tiempos me aburría como también me aburría Carlos Fuentes, Luis Spota, Ignacio Manuel Altamirano, tiempos en los que prefería las divertidas caricaturas didácticas de Rius, ya sea en libros o Los Agachados, inclusive veía Hermelinda Linda y Aniceto Verduzco solo por diversión y (honestamente) morbo.
Muy, pero muy muy a fuerza leí el Llano en llamas y con mucho freno a un tal Pedro Páramo, de los que la maestra nos pedía una síntesis por escrito no sin antes narrarla verbalmente a los compañeros, cosa que me disgustaba pero que hoy agradezco. Si tuviera que evocar 1983 y a Pedro Páramo, solo recuerdo paisajes rancheros y una tremenda soledad que me daba el bajón emocional, fue eso precisamente el motivo por el cual rechacé su lectura, pero a causa de las calificaciones tuve que leer en un mes, tiempo que nos daba la maestra para leer, escribir la síntesis y memorizar para compartir lo que aprendimos en el salón de clases. No fue sino hasta preparatoria, después del año 1986, que me vuelvo a topar a Pedro Páramo, tiempos escabrosos de política o grilla estudiantil, yo estaba entre los “rojillos” cobardones, pues si bien le entraba duro a la dialéctica y encuentros verbales sobre “los derechos estudiantiles” y las planillas de mesa directiva, tenía como contrapeso el hogar, donde la chancla voladora de la abuela nos tenía sojuzgados por el cuello ¡la chancla en el cuello pues! así que se podía hacer grilla, pero nada de andar en mítines o huelgas como las hubo. Tiempos en que pasé de la música rock “fresita” al rock duro, folk y rebelde, aderezado con la música protesta latinoamericana y la nacional, siendo aquí donde me topo nuevamente a Juan Rulfo, entonces Pedro Páramo me pareció algo más interesante.
La lectura de cuanto pasó en Comala con Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo, me pareció una nostalgia de fantasmales amores y desamores, encuentros y asesinatos de un pueblo chico con infierno grande donde todos sabían todo de todos. Un Pedro Páramo garañón y una Media Luna como escenario donde se sucedían todo lo que usted pudiera imaginar en cosas de amor, como que Dolores no se quería casar “a la de ya” sino ocho días después porque estaba en sus días de menstruación, o cuando Dolores le pide a su amiga Eduviges que pase la noche con Pedro Páramo, o la muerte de Miguel Páramo, cuyo caballo corría ya sin rienda, mucho menos con jinete. Juan Rulfo y los autores mexicanos tenían ya otra dimensión. Leí el texto como sí Comala fuera un panteón de muertos donde sus recuerdos se nos aparecían como advertencias. Las ediciones de aquellos años eran sencillas, libros no muy gruesos para leer el texto, previo a un breve prólogo, e imaginar las escenas de los moribundos con Juan Preciado.
Ahora, en 2024, vuelvo por tercera ocasión a leer a Juan Rulfo, con la diferencia de que no puedo despegar –ni tantito- los ojos de las páginas del libro, con un hambre por la lectura de Pedro Páramo, cada hoja la leo y vuelvo a leer, encontrando joyas en líneas, como cuando Eduviges recibe a un fatigado Juan Preciado y lo envía al cuarto del rincón de su hogar, un cuarto vacío, sin mueble alguno, y Eduviges le hace notar al hijo de Dolores y Pedro Páramo que la mejor cama es el sueño. Frases en este libro de Rulfo podremos encontrar muchas porque saltan a la vista por su contenido poético, filosófico y hasta por la rudeza de la vida o en respuesta al machismo, quizá hasta por el valemadrismo de dejar a su suerte a una mujer como Dolores. En esta etapa de la vida, iría por una cuarta lectura de Pedro Páramo y una segunda de Aura de Carlos Fuentes, para el mes octubre y noviembre, en donde se celebra el Día de Muertos o meses muertos, ambas, guardando las dimensiones de cada uno, semejantes en cuanto a fantasmas.
Esta edición de Pedro Páramo me atrae mucho porque además de las fotografías que el mismo Juan Rulfo tomó en Jalisco y que muestran, como decía, la vida campirana, trae además contextos de Rulfo, cronología, análisis de la obra, un ensayo, historia del texto, fragmentos de publicaciones en revistas, análisis de las diversas ediciones del FCE, entre otros, que nos ofrecen una visión más amplia sobre el contenido del libro y de ahí entendemos el realismo mágico, en el cual se expone la vida de un pueblo campirano y los fantasmas que lo habitan, como si todavía vivieran, con un Juan Preciado envuelto en los diálogos y relaciones con las almas que ya no habitan entre nosotros.
Gracias por seguir estos comentarios, hasta la próxima semana.