Por Pegaso
Estaba yo viendo un infograma sobre la popularidad de cada mandatario de América Latina, con datos de la organización Americas Society, donde ponen en primer lugar, con un 89% al Presidente de El Salvador, Nayib Bukele y en segundo, al de México, Andrés Manuel López Obrador, con el 69%.
Y me puse a pensar, ¿en qué lugar estaría AMLO si desde el inicio de su mandato hubiera atacado frontal y valerosamente a la delincuencia organizada, tal como mandata la Constitución? ¿Y si en lugar de dividir al país en dos bandos irreconciliables se hubiera dedicado a restañar heridas, conciliar intereses y hacer que todos empujaran parejo en beneficio no solo del pueblo llano, sino de toda la sociedad en su conjunto?
No dudo ni tantito que ahorita, en este momento, la lista de Americas Society la encabezaría López Obrador.
Sin su sed obsesiva de venganza, su terquedad rayando en patología y su megalomanía, me imagino que hubiera llegado a ser un buen gobernante.
Mesiánico, como es, utiliza los más efectivos trucos de manipulación conocidos desde hace siglos por los estafadores, magos y líderes carismáticos.
Tal es su dominio sobre la mente de millones de mexicanos, que incluso darían la vida por protegerlo, justificando todos sus errores y glorificando sus triunfos.
Por desgracia, AMLO no es un estadista, sino un líder político que fue un buen candidato, pero que sigue desempeñando el mismo papel, aún después de cinco años de ser presidente.
Un estadista, según la definición de Winston Churchill, es aquel político que piensa en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.
Si López Obrador hubiera sacado las manos del proceso interno del partido gobernante, MORENA, y hubiera dejado que la sociedad mexicana decidiera quién debe gobernarnos durante los siguientes seis años, sea de ese mismo partido o de otra opción política, habría dicho mucho de él como estadista.
No lo hizo así. Desde que destapó a sus “corcholatas”, ya se sabía que una de ellas era la preferida. Lo demás fue solo circo.
Ni siquiera dio oportunidad a que hubiera oposición dentro de MORENA, sino que aplastó a Marcelo Ebrard, cuando este pretendió ir en contra de su proyecto.
Si la opinión pública mundial da a Bukele una calificación del 89%, puedo asegurar sin temor a errores que AMLO andaría rondando el 95%, si en realidad fuera un estadista, un patriota.
Porque, y aquí va otra de las características de un verdadero hombre de Estado: No hace alianzas con los criminales.
En redes sociales estoy viendo los mensajes que algunas personas, hombres y mujeres mexicanos lanzan contra el influencer Luisito Comunica, quien fue a El Salvador y realizó un documental sobre la forma en que viven los reos en la mega cárcel llamada “Centro de Confinamiento del Terrorismo” (CECOT).
El creador de contenido Luis Arturo Villar Sudek, mejor conocido como Luisito Comunica, da la razón en sus reportajes al presidente salvadoreño Nayib Bukele por haber sacado a las lacras de la calle y mejorar la seguridad en su país.
Por increíble que parezca, hay quienes defienden a los delincuentes, al señalar que el influencer mexicano está en contra de los derechos humanos y poco falta para que lo crucifiquen y exijan la suspensión de su canal.
Yo les digo a esas personas: Ustedes no han vivido el infierno de la inseguridad en una república bananera como El Salvador. En México, a pesar de la actividad de los cárteles, alguna que otra masacre, balaceras y corretizas, podría decirse que estamos todavía en la gloria a comparación a como estaba ese pobre país.
Y si tanto quieren que se les respeten sus derechos humanos, ¡pues vayan por ellos y llévenselos a sus casas, donde podrán apapacharlos, hacerles piojito y consentirlos a su gusto!
Una de las tesis manejadas en el libro “El Derecho Penal del Enemigo” de Eduardo Martínez Bastida es precisamente la manera en que los delincuentes, por si mismos, han abandonado la condición humana y se han convertido en bestias sedientas de sangre. ¿Tienen, por tanto, derechos humanos? La respuesta es un rotundo ¡No!
Con estas reflexiones, nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Es más valioso que exista un demente que no un par de ellos”. (Más vale que haya un loco y no dos).