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Jorge Luis Borges, el inmortal

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Por Isael Castillo

Cierta vez me encontré con un viejo amigo y tuvimos una breve, muy breve, platica sobre la antiquísima ciudad de Petra, misma que más que construida está esculpida en la piedra de la montaña y que en sus buenos tiempos sirvió como parada para el comercio de la seda y las especias a países como China, India, Egipto, Siria Grecia y Roma. (Hoy) ciudad turística con mausoleos, monumentos, hogares,
pasillos y coliseo, parecido al romano antiguo. Muy a grosso modo esto
es Petra, que estamos seguros puede apreciar en información e imágenes
en el internet, con solo “googlear” su nombre.

Se le ha denominado como una ciudad rosa o roja, por el color de la montaña; se le ha llamado también la ciudad perdida de Jordania y que, por su excelsa belleza esculpida con precisión, se le señaló de ser un lugar tan viejo como el tiempo y que, sin lugar a dudas, inspira en cada buril de la piedra cientos y miles de años, de hombres, mujeres y generaciones que pasaron y seguirán pasando mientras el mundo sea mundo y el desgraciado dedo de lo “humano” no lo toque.

Nos hemos preguntado en varias ocasiones para qué una civilización
querría hacer una ciudad pétrea y, sin ánimos de asomarnos a la Torre
de Babel, que desató hoy día una transculturización, de la cual emanan las naciones y sus lenguajes, obvio, siguiendo la versión literal de las sagradas escrituras, se nos dijo que se buscaba algo más que la caducidad de la existencia, lo finiquito en tanto
humano, la inmortalidad. Es cierto, la Torre de Babel ha sido el eterno sueño del hombre de querer llegar al cielo, si antes por el trabajo de la construcción de la torre, ahora por los cohetes o naves que surcan los cielos a la luna y Marte.

Sin embargo Petra tiene otro significado, más humano, terrenal cien
por ciento y no como respuesta a la muerte sino como trascendencia a
la misma, pero en piedra, solo en piedra. El hombre busca la inmortalidad, como los alquimistas reintentaron la piedra filosofal, como muchos más intentaron cuanto había en la tierra y se dieron cuenta –algunos- que el principio y fin del hombre es el mismo hombre.

A continuación viene el criterio de mi amigo, que me dijo que el hombre por más que corra más rápido, salte más alto, no correrá ni más rápido ni saltará más alto más que lo humanamente dado y ¿Después qué? El punto al que queremos llegar, y a lo mejor Jorge Luis Borges ni siquiera estaba pensando en la ciudad de Petra, es precisamente al escritor Borges quien en uno de sus libros, El Aleph, nos expresa en uno de sus capítulos, el primero, El Inmortal.

Una mujer, no cualquiera, la princesa de Lucinge, en Londres, en 1929, un anticuario llamado Joseph Cartaphilus, le ofrece la Ilíada de seis volúmenes en cuarto menor, esto es en principios de los años 1700´s; comenta Borges previo al cuento, que el anticuario falleció en el mar y que en el último tomo de los seis volúmenes de la Ilíada encontró un manuscrito, El Inmortal.

Es cierto que Jorge Luis Borges tenía determinada inclinación hacia éste tema, la inmortalidad , y nos parece lógico entonces que el libro lleve el nombre de El Aleph, que si bien es cierto aleph es la primera letra del
alfabeto judaico y Eliphas Levi, en su Dogma y Ritual de Alta Magia
sugiere el Aleph ver a Dios cara a cara, este aleph que su letra hebrea
refiere el griego al Alfa, vaya, el asunto de Jorge Luis Borges en su novela, en El Inmortal, sugiere la permanente niñez de los trogloditas que radican en un lugar, que podría ser como una ciudad de Petra.

Los hombres empezaron a construir o esculpir una ciudad y de pronto la
abandonan, la dejan, quizá la olvidan y se refugian en las cuevas,
absortos de todo fenómeno social, absorto de cuanto hay en el
exterior, simplemente viven, quizá porque saben que la muerte existe,
a diferencia de los animales que no tienen medida del tiempo o caducidad de la existencia, tal como lo conocemos nosotros.

Entra aquí la idea del cielo y el infierno, lo celestial y el castigo que tanto nos atormenta a una, considero, gran mayoría de seres humanos y hay quienes afirman que los animales ni conciencia tienen de ello, quizá será su
destino. Vaya, hay quienes afirman que los perros no van al cielo ni a ningún lado porque no tienen conciencia de Dios ni eternidad, simplemente son.

Jorge Luis Borges pone a temblar, porque ser inmortal presupone que al paso del tiempo un hombre terrenalmente no morirá. La inmortalidad sería inhumana porque si
alguno cayera de un acantilado, lo molieran a golpes o todo cuanto etcétera a usted se le pueda ocurrir, no
fallecería y se convierte prácticamente en un infierno.

La vida es justa y no hace falta ser inmortal. Borges refiere que la
inmortalidad supone que si a algún hombre le sucede algo, como un fatal
accidente, a nosotros mortales nos lleva la muerte, a ellos, los inmortales, no. Entonces ellos no tendrían ni responderían a pensamientos de ayuda mutua, solidaridad, humanidad por el simplemente hecho de que no mueren.

En uno de los pasajes, el escritor menciona que un inmortal caería a lo profundo y pese a los dolores nadie le salvaría; tendría sed y nadie le daría agua; pasarían decenas de años para que otro más le soltase una cuerda para sacarlo de la profundidad, el destino sencillamente no interesaba.

El libro El Aleph, adquirido en Sanborns, contiene esto y mucho más, porque son varios los cuentos con que se integra El Aleph, libro cuya portada es el de una pluma la cual escribe la letra hebraica.

A diferencia de la novela o cuento tradicional, El Aleph no contiene el clásico diálogo de los personajes y cada uno de los cuentos está
justificado y tiene un valor en el devenir de la vida. Nadie y nada en este mundo es y está por azar; en la geometría de la vida todas las líneas y todos los ángulos que hagamos en el vivir cotidiano dan una forma, eslabones de un destino que nos atormenta, que nos pone en paz con la eternidad o consigo mismo.