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Va de cuento…

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NEGROS AL SUR

Por Juan Arvizu

Todo el día pensó en la reunión que tendría con su padre mas tarde, en la noche.
La jornada, como siempre, fue dura, extenuante, en la plantación algodonera de esa granja der sur de Mississipi.
Desarrolló su labor con esmero, tratando de no dar motivo de queja a los capataces y supero incluso, aunque por poco, la meta fijada para la jornada.
Ya casi se ocultaba el sol, cuando el jefe de capataces hizo sonar el silbato anunciando el fin del día de trabajo.
Jonás se formó como siempre, esperando el siguiente silbatazo para avanzar.
Casi media hora tomaba llegar a la hacienda, donde finalmente eran liberados de los grilletes, un privilegio del que solo gozaban durante la faena y cuando estaban en la hacienda.
Al llegar, poco a poco los esclavos negros se dispersaron en dirección del lugar que tenían asignado para dormir.
Los siguientes minutos los aprovechó para descansar. Estaba molido, le dolía todo el cuerpo, sin embargo, ese día no tenía sobre su maltratada humanidad ninguna herida abierta provocada por látigo o cualquier objeto que los vigilantes usaban para castigar al menor pretexto.
Las horas transcurrieron y cuando lo consideró conveniente, se deslizó por la parte trasera del galerón. Bastaron menos de cien metros para llegar a su destino. Sin hacer ruido se aproximó al espacio donde estaba su padre.
Lo encontró recostado en su camastro, un lujo que pocos tenían pues los catres escaseaban.
Lo saludo de manera efusiva, besándole la mano. Tenía semanas sin verlo, sin hablar con él, y sabía que estaba enfermo.
Jonás preguntó por su salud y el padre procurando no mortificarlo, aseguró que se encontraba bien. Solo los achaques de costumbre.
Tras de un silencio prolongado, Jonás finalmente le comunicó su decisión de escapar de la plantación, pero externo que la libertad quedaba muy lejos y eran muy pocos los que finalmente la alcanzaban.
Canadá es un país de libertad para los esclavos, pero tampoco es el paraíso pues hay muchos que apoyan la esclavitud, aunque y cuando no la practican, contestó el viejo.
Le dijo que sin embargo era una oportunidad única para liberarse de la vida miserable que llevaban.
Yo fui como tú, también quería ser libre, agregó, pero luego llegaste tú y luego Shonna, tu hermana. Entonces, cuando me convertí en hombre de familia las ganas de escapar se fueron apagando, dijo el hombre casi con lágrimas en los ojos al recordar, que tanto su esposa como Shonna ya no estaban entre ellos.
El joven le permitió a su padre convivir un poco con sus recuerdos y después con voz pausada y muy baja le dijo que su destino no sería Canadá, sino México.
Le explicó que tenía noticias de que las cosas eran un poco diferentes en el país del sur, pues cerca de la costa había ya buena cantidad de negros. La vida no puede ser allá tan dura como aquí, externo esperanzado el joven.
Abreviando la conversación, pues sabía que tenía poco tiempo, le comunicó que tenía pensando escapar junto con otros tres esclavos cuando termine la luna llena, en dos o tres días más, pero algo le preocupaba: el destino que tendría el viejo cuando sus dueños supieran del escape.
El hombre sonrió y le manifestó que de eso no se preocupara, pues ambos sabían que le quedaba poco tiempo. Lo abrazo y le deseo suerte, ante la mirada furtiva de algunos negros que compartían el galerón con el viejo. Estos no dijeron nada y pretendieron seguir durmiendo. Sabían que el viejo estaba enfermo y probablemente solo se trata de una visita rápida para verlo.
Jonás volvió de forma sigilosa al sitio donde dormía, procurando no hacer ruido para no despertar al resto de los esclavos.
Durante los siguientes días el muchacho tuvo algunas conversaciones rápidas con los otros tres conjurados que serían sus compañeros de aventura. Se pusieron de acuerdo y acordaron el día del escape.
Llegada la fecha, los cuatro salieron de los galerones y se dirigieron a una pequeña bodega que se encontraba al final de la finca, usada para almacenar algunos granos y contaba con una pequeña caballeriza para atender a los animales enfermos.
Con unos fósforos que habían conseguido en la cocina iniciaron un pequeño incendio en la bodega y esperaron a que este creciera. Sería el distractor para poder escabullirse con menor riesgo de ser detectados.
Cuando el incendio fue lo suficientemente grande, emprendieron la huida y a lo lejos comenzaron a escuchar las voces de los vigilantes que alertaban sobre el incendio.
Rápidamente se alejaron del lugar y se internaron por la plantación continua, la cual por ser de noche no contaba con vigilancia.
Evitando los caminos avanzaron en forma veloz. Cuatro horas después abandonaron el estado de Mississippi internándose en Louisiana.
Avanzaban de noche y descansaban de día. Cualquier sitio era bueno para esconderse y fueron varias las ocasiones en las que estuvieron a punto de ser atrapados. Comían lo que podían y robaban cualquier clase de alimento cuando se presentaba la oportunidad.
Antes de salir de Lousiana uno de los fugitivos tuvo que ser abandonado a su suerte, pues tuvo la mala fortuna de dar una mala pisada y lesionarse un tobillo. Le dejaron una pieza de pan y un poco de leche de cabra.
Los tres restantes, Jonás incluido, siguieron su camino hasta llegar al estado de Texas, donde bordeando la costa avanzaron cientos de kilómetros tratando de llegar a la frontera mexico-estadounidense.
Fue un atardecer, cuando se encontraban robando manzanas que fueron descubiertos por vigilantes de la hacienda.
Los vigilantes tomaban como deporte cazar a esclavos fugitivos, así que tenían mucha experiencia en tales menesteres.
Apenas estaban dando cuenta de algunas manzanas cuando un vigía, en lo alto de un tore, dio la voz de alarma.
– Negros…negros a la vista…gritó el hombre alertando a sus compañeros.
Los hombres se miraron unos a otros sorprendidos, sin entender a su compañero, pero intuyendo que algo estaban pasando.
Tratando de darse a entender, el vigía grito nuevamente Negros…negros al sur…negros al sur.
Así, se emprendió la cacería de los fugitivos.
El esclavo más joven se separó de los otros durante la huida y fue capturado. Allí mismo, en la plantación, fue sujetado a un árbol para ser castigado “como se lo merecía”, antes de ser reportado a las autoridades como esclavo fugitivo. Sería fácil saber a quién pertenecía pues en su espalda tenia bien marcadas con hierro ardiente las iniciales “BJ”
Jonás y el otro esclavo huyeron como pudieron y se alejaron lo más posible del lugar. Horas más tarde cayeron rendidos todavía bastante asustados. Se quedaron en silencio pretendiendo escuchar cualquier ruido que los alertara de la cercanía de sus perseguidores, pero no escucharon nada.
Quizás los hombres se habían cansado de buscar o simplemente se entretuvieron con el negro capturado. Nunca lo supieron.
En cuanto descansaron lo suficiente, reanudaron la marcha hacia la frontera.
Noches enteras fueron aprovechadas para avanzar. Viajaban siempre con el temor de ser descubiertos, pero tuvieron la buena fortuna de no encontrarse con más sorpresas.
Más de una semana después finalmente tenían frente a ellos el Rio Bravo, bautizado por los americanos como Rio Grande.
Sin pérdida de tiempo Jonás se metió en el caudaloso rio mientras que su compañero lo veía desde la orilla.
Al percatarse de que avanzaba solo, Jonás volteo y comprobó que el otro esclavo permanecía en la orilla. Inmóvil.
¿Qué pasa…vámonos? Le gritó, pero no obtuvo respuesta.
El negro en la orilla se limitaba a ver la corriente del rio. No sabía nadar.
Comprendiendo la situación, Jonás de devolvió para buscar una solución. Quizás una rama grande o un tronco de árbol servirían para su propósito, pero no alcanzó a regresar a la orilla porque a lo lejos percibió hombres que se acercaban a caballo.
No tuvo más remedio que lanzarse a la corriente del rio, dejando en la orilla a su compañero, quien sin saber que hacer corrió sin rumbo alguno.
Se escucharon varios disparos y el último de sus compañeros cayó abatido por las balas.
Un hombre robusto y de pelo rojizo bajo rápidamente del caballo y comprobó que el negro estaba muerto.
El resto de los hombres dispararon una lluvia de balas sobre el rio tratando de aniquilar al que nadaba desesperado hacia la orilla opuesta.
El hombre barrigón y rojizo cortó cartucho a su rifle y apuntó con cuidado hacia el fugitivo. Le tomo pocos segundos afinar la puntería y disparar.
La bala le paso a centímetros de la cabeza a Jonás. Los siguientes disparos dieron a metros del fugitivo, quien nadaba velozmente hacia el lado mexicano. La corriente lo había alejado lo suficiente de sus agresores.
Sin detenerse para nada, Jonás salió del agua y se perdió en algunas dunas cercanas. Todo su cuerpo temblaba y no podía contenerse, aunque sabía que se encontraba relativamente a salvo, pues sus perseguidores no cruzarían el rio para seguirlo, tatas veces lo hacían.
Fue necesario un buen rato para que finalmente se calmara. Más adelante, encontró un árbol frondoso y bajo su sombra se acurrucó hasta que el esfuerzo físico de los últimos días finalmente lo rindió y se quedó profundamente dormido.
Por la mañana, cuando apenas se apreciaban los primeros rayos del sol, a Jonás lo despertó un dolor en el costado derecho. Un arriero mexicano le picaba las costillas con una gruesa rama.
Al abrir los ojos vio ante sí a tres hombres que lo miraban con curiosidad le sonreían.
Los tres le hablaron, pero no les entendió, no hablaban su idioma.
Lo que, si comprendió de inmediato, fue cuando uno de ellos le entrego un pedazo de pan con carne seca en su interior. También le dieron agua.
Un par de horas después Jonás agradeció como pudo el gesto de los hombres y emprendió su camino rumbo al sur. Su destino era un puerto llamado Veracruz, donde sabía que había muchos otros como él, pero eran hombres libres.

NOTA: Esta historia es ficción, pero está inspirado en una historia que oí hace muchos años, de un par de negros esclavos que huyeron de Estados Unidos hacia nuestro país, concretamente al estado Veracruz, donde está la fuente de los actuales afro mexicanos.

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