Por Pegaso
En todas partes, a donde volteemos, hay un modelo que podemos identificar muy bien con la familia arquetípica.
La familia arquetípica es aquella que tiene características comunes y participa de cuatro elementos bien diferenciados: Un padre, una madre, un hijo trabajador y un hijo rebelde.
Se puede trasponer la familia arquetípica a la sociedad: Una autoridad (padre/gobierno), un elemento orientador o consejero (madre/iglesia), uno o más elementos constructivos (hijo trabajador/sociedad civil) y uno o más elementos disidentes (hijo rebelde/oposición/delincuencia).
En el ámbito de la familia arquetípica y el proceso electoral que estamos viviendo, ¿a quién corresponde cada papel?
A primera vista, Claudia Sheinbaum y su jefe político, ALMO, parecen identificarse más con el padre/gobierno, Xóchitl Gálvez con el hijo trabajador/sociedad civil y Samuel García con el hijo rebelde/oposición.
Un libro que marcó mi vida se llama Seducción Subliminal (Subliminal Seduction, por su título en inglés), de Wilson Bryan Key. Si no lo han leído y pueden conseguirlo, léanlo. Tendrá un impacto definitivo en su forma de ver el mundo.
El autor realiza un viaje que nos lleva al fenómeno de la percepción y cómo los publicistas utilizan las imágenes subliminales para engañarnos y hacernos comprar lo que quieran.
Uno de sus capítulos habla, precisamente, de la familia arquetípica.
En una familia promedio, existe una especie de lucha silenciosa, no verbal, entre el padre y el hijo rebelde.
Ambos se disputan el cariño de la madre y generalmente, gana el padre, lo que profundiza más el resentimiento del vástago rebelde, identificado también como “la oveja negra de la familia”.
A lo largo de sus páginas, el libro demuestra cómo la familia arquetípica está presente en todas partes, por ejemplo, en un equipo de futbol, en los componentes del grupo musical Los Beatles y en mil cosas más.
De acuerdo con tal concepción, en un escenario de competencia, el padre siempre va a tener mayores posibilidades de ganar.
Por consiguiente, el secreto de ganar una elección es siempre buscar la manera de ser el padre, de tener la voz cantante, de marcar la agenda e imponer la iniciativa.
La madre acata las disposiciones que dicta el padre, en tanto que el hijo rebelde, o si queremos llamarle el hijo cabrón, es el que le disputa la supremacía.
Entonces, si Xóchitl Gálvez, quien es realmente la opositora, continúa en su papel equivocado de ser la madre y no asume el del hijo rebelde, sus posibilidades de ganar las elecciones disminuyen.
Al entrar en el período de precampañas, Samuel García le arrebató de tajo esa posición dentro de la familia arquetípica, y da la idea de que va a competir directamente con el padre/Claudia Sheinbaum/ALMO por la Presidencia de la República, cuando sabemos con certeza que se lanzó como candidato con el único propósito de quitarle votos a la Gálvez.
En el escenario actual, lo más probable es que gane Claudia Sheinbaum.
No veo que, pese a lo aparatoso de la campaña de Samuel García, con un manejo mucho mejor de las redes sociales, donde su esposa es una conocida influencer que tiene millones de seguidores, llegue a alcanzar y rebasar a la puntera. Recordemos que en las redes sociales es fácil dar un click, pero es mucho más difícil levantarse e ir a votar.
Veo a una Xóchitl que se está aplatanando, con “hambre de sed”, porque no hay quien la oriente y asesore en busca de posicionarse mejor en el ánimo de los electores.
Está resultando como esa mamá subyugada donde el padre utiliza toda su fuerza y poder para conservar y preservar el estado de cosas dentro de la familia.
Y alguno de mis dos o tres lectores preguntará, ¿porqué el PRI perdió la Presidencia de la República en dos ocasiones? Porque de alguna manera se dieron las condiciones para que el hijo rebelde, Chente Fox en el 2000 y ALMO en el 2018, se le subieron a las barbas y le arrebataran el poder al padre/PRI de seguir manteniendo la jerarquía en esa familia arquetípica que era el viejo sistema político.
Viene el refrán estilo Pegaso: “A pésima zancada proporcionarle urgencia). (Al mal paso darle prisa).