A MANO ARMADA
Por Juan Arvizu
Durante meses planearon el golpe y previeron hasta el último detalle. No podían dejar nada al azar.
Escogieron el día y la hora apropiada, las armas que utilizarían, la ruta de escape, el automóvil a emplear y donde esconderían el botín.
Manuela tenía menos de 30 años y su novio Gustavo acababa de cumplir esa edad. Ambos eran jóvenes y llenos de sueños, pero la buena vida a la que aspiraban no les llegaría por obra de la casualidad ni tampoco de la noche a la mañana.
Una tarde al salir del cine Bahía, decidieron cenar en uno de los muchos puestos de comida que se ubicaban en la Calle Oaxaca, menor conocida en ese entonces como calle Del Taco.
Allí surgió la idea de asaltar un banco. Manuela trabajó durante algunos años en una institución bancaria y conocía el modus operandi, así que solo era cosa de echarle sesos y valor al asunto.
Durante los siguientes días ambos se dedicaron a planear el gran golpe y decidieron que lo harían un viernes poco después de que el banco abriera. Esperar el viernes tenía un doble motivo.
Una amiga muy cercana de Manuela le confió que el banco que escogieron para el asalto recibía todos los viernes la visita de la camioneta que transportaba la raya de los trabajadores de varias maquiladoras.
Por medio de esa misma amiga, la pareja consiguió una metralleta mini Uzi y dos pistolas calibre .38. Creyeron que eso sería suficiente para amedrentar, pues nunca tuvieron la intención de matar a nadie. Solo querían el dinero no la vida de persona alguna.
De hecho, pensaron que contando con el factor sorpresa y el miedo que inspirarían, ni siquiera tendrían que disparar, pues en ese tiempo los asaltos bancarios eran más cosa de la Ciudad de México o el más cercano Monterrey, pero no en un pueblo norteño donde todavía no llegaba plenamente “ni el progreso, ni la civilización”.
El día viernes, conforme al plan, ambos vistieron de pantalón de mezclilla y sudaderas, En la cabeza usaron medias y gorras beisboleras.
Esperaron pacientemente a que abrieran el banco Serfin y notaron que afuera de la sucursal ya estaban algunos clientes esperando.
Los empleados del banco llegaron y el guardia los dejo entrar. Pocos minutos después llego la camioneta en la que transportan valores y efectivo. Dos sujetos armados hicieron guardia en el exterior mientras que un tercero entraba a entregar unas bolsas de lona.
Cuando los recién llegados salieron del banco, Manuela y Gustavo solo esperaron a que la camioneta se alejara y entraron intempestivamente, amagando al guardia, a los empleados y clientes. Al guardia lo despojaron de su pistola y lo pusieron hincado frente a la pared.
Ordenaron que todo mundo se echara al piso y sin chistar clientes y empleados obedecieron- Manuela vigilaba amenazante metralleta en mano.
Gustavo preguntó por el gerente y no obtuvo respuesta, pero de antemano sabía que el sujeto de traje oscuro y gafas era a quien buscaba.
Voy a revisar uno por uno y cuando encuentre al gerente le voy a poner una bala en la cabeza, amenazó.
El gerente se levantó tímidamente del suelo y puso las manos en el aire.
Gustavo se lo llevó aparte y el gerente, raudo y veloz, afirmó que la bóveda del banco era blindada y solo se abría con dos llaves. El solo tenía una.
Gustavo le contestó con voz pausada que no les interesaba la bóveda, sino la caja fuerte que estaba en su oficina, la que usaban para el inicio de operaciones.
El gerente comprendió que era inútil tratar de mentir o ganar tiempo, lo condujo hacia su oficina y abrió la caja fuerte.
Gustavo rápidamente metió las bolsas de lona y demás efectivo en una mochila deportiva y se reunió con su novia en el vestíbulo.
Manuela ordenó con voz fuerte que todo mundo debía dirigirse a los sanitarios, mientras que a paso veloz se encaminó a la salida.
Manuela comprobó que en la calle había todavía muy poco movimiento, así que acompañada de Gustavo salieron del banco y rápidamente abordaron el automóvil en el que llegaron.
Se quitaron gorras y medias y enfilaron sin prisa rumbo al único puente internacional que Reynosa tenía en ese tiempo.
Cerca del Río Bravo, donde termina la colonia Del Prado, cambiaron de automóvil con la ayuda de la amiga de Manuela.
Allí dejaron el carro que usaron en el atraco y le prendieron fuego junto con gorras, medias, pantalones de mezclilla, sudaderas y tenis.
Manuela entregó a su amiga el botín y las armas que utilizaron. Se despidieron de prisa y luego, junto con su novio, se dirigieron al cruce internacional con rumbo a Mcallen, Texas, mientras que la amiga en otro automóvil condujo en sentido opuesto.
Más adelante, se deshizo de las armas arrojándolas al Rio Bravo. Después como si nada, transitó por las calles de la zona centro de la ciudad las cuales para ese entonces ya estaban llenas de patrullas de todo tipo.
Se trataba más que nada de presentar trabajo, pues los informes recibidos eran contradictorios. Unos testigos afirmaban que los ladrones huyeron en un automóvil gris y otros que en uno café. Algunos afirmaron que eran tres los asaltabancos y otros que solo fueron dos, otros mas que el carro partió rumbo al norte y otros que al sur.
Total, la cosa es que el centro estaba repleto de agentes de la Policía Judicial del Estado y policía preventiva y poco después se les unieron hasta efectivos del Ejército mexicano.
Poco a poco las cosas se fueron calmando.
La policía ubicó el automóvil gracias a una llamada de los vecinos, sin embargo, era imposible obtener mayor información sobre el particular, ya que estaba totalmente quemado. Además, era un carro americano que ni placas de circulación traía.
Manuela y Gustavo pasaron varios días en la isla del padre y en San Benito, donde el joven tenía familiares. Después cruzaron hacia Reynosa y se reunieron con su cómplice en la discoteca Zodiac`s de la zona rosa.
Allí se enteraron que el asalto al banco provoco un revuelo enorme en el municipio y pueblos vecinos y que durante varios días no se hablo de otra cosa que no fuera de ese tema. La amiga les dijo en tono burlón que los periódicos y la radio siempre destacaron que se trató de un asalto a mano armada, como si se pudiera atracar un banco mediante un oficio o con una bolsa de palomitas.
Los tres rieron de buena gana por la ocurrencia y una hora más tarde en un estacionamiento cercano la pareja recibió de manos de la amiga dos maletas de tamaño mediano.
Ahora si se despidieron de forma larga y amistosa. Sabían que no volverían a verse en mucho tiempo. Tenían planes diferentes.
A los pocos días la amiga tomó un vuelo con destino a España donde planeaba estudiar una maestría.
Manuela y Gustavo guardaron un bajo perfil. Incluso Manuela hasta se ofreció para ayudar a su padre en el negocio de estudio fotográfico que el señor tenía en el centro de la ciudad.
La pareja decidió por fin anunciar su compromiso matrimonial, para lo cual planeo una carne asada en la casa de los padres de Manuela.
La reunión serviría tanto para anunciarle oficialmente a toda la familia el próximo matrimonio, como para celebrar aunque fuera en secreto, entre ellos dos, el éxito del robo.
Fue durante esa convivencia que les cayó la policía encima, pero solo lograron detener con lujo de violencia a Gustavo. Afanosamente buscaron a Manuela por toda la casa y otras cercanas, pero nunca la encontraron.