Por Pegaso
¿A poco no? Los seres humanos somos muy dados a antropomorfizar cualquier cosa: Animales, objetos inanimados…, cualquier cosa que se nos ocurra.
Lo hacemos por un deseo vehemente de vernos reflejados en nuestras creaciones, como cuando en La Biblia dice: “Dios creó al Hombre a su imagen y semejanza”. Nos gusta sentirnos Dios.
¿Por qué lo digo?
Porque recientemente veía y analizaba yo los dibujos animados del Universo Disney.
¿Se han dado cuenta que ahora llamamos Universo a toda aquella creación ficticia donde caben determinados personajes creados por un individuo o grupo de individuos?
En los medios de comunicación dicen: “El Universo Marvel, donde están El Hombre Araña, Iron Man, Thor, Hulk, Black Widow y otros, así como “El Universo Marvel”, con Superman, Batman, Aquaman, Wonder Woman, Linterna Verde y demás.
Pero hay muchos, muchos otros universos, como el de Walt Disney, los Watchmen, el de Terminator, el de Depredador, el de Mario Bros y hasta universos mexicanos, como el de Chespirito, el de Kalimán, el de Memín o Chanoc.
Cada grupo de personajes creados por uno o varios autores, tiene sus propias características.
Me gusta el Universo Disney porque se trata de animales antropomorfizados, es decir, con apariencia y sentimientos humanos.
Mickey Mouse, por ejemplo, camina parado, tiene una cabeza muy grande en relación con su cuerpo, usa calzoncitos rojos y unos enormes zapatos amarillos, como toda vestimenta.
Su novia es Minnie Mouse, semejante en todo a Mickey, solo que ataviada con un vestido y moño rojo con bolitas, zapatos amarillos de tacón y pestañas prominentes, para remarcar su femineidad.
Disney les ha dado voz. La de Mickie es tipluda, como de falsete, mientras que la de Minnie es más dulce.
Ambos tienen un perro llamado Pluto, que es el único personaje que no está antropomorfizado y sigue siendo perro.
Pero lo extraño es que ¡tienen un amigo que es otro perro, Guffy, pero camina como hombre, se viste como hombre y habla como hombre!
No hay que buscarle lógica a los universos creados por los seres humanos. Son imperfectos y perfectibles. Producto de nuestra imaginación. Y como tales, podemos proveer a nuestros personajes con poderes, hacerlos sensibles, duros, temibles o tiernos. No hay límites.
Junto con Mickey aparecen unos patos, también con algunos caracteres humanos, aunque en un grado menor, porque Donald, sus sobrinos y el Tío Rico caminan como pato, hablan como pato y parecen realmente patos, aunque la intención de Disney de hacerlos parecer personas nos llega a engañar.
En el lenguaje cinematográfico o de los cómics se habla de un “crossover” cuando hay una mezcla de universos.
Ya se han ensayado algunos de ellos, por ejemplo, cuando se pone a pelear a Pelear a Superman contra Hulk, uno del Universo DC y otro de Marvel.
Se debe contar con el acuerdo de los propietarios de los derechos de autor para hacer algo semejante, porque en el mundo del entretenimiento, que factura al año miles y miles de millones de dólares, todo lo que brilla sí es oro.
Lo que he narrado hasta aquí forma parte de la mitología moderna del hombre, pero durante miles de años, casi desde que la Humanidad existe, hemos forjado historias. Por ejemplo, creamos a los dioses griegos, a los hindús, sumerios, mesopotámicos, egipcios y hebreos. Somos nosotros los creadores, no los creados.
Con la llegada de la Inteligencia Artificial es muy posible que los límites para seguir creando mundos cada vez más complejos y creíbles sean infinitos.
Pronto podría pasarnos como en Matrix, que nos conectemos a una computadora cuántica y vivamos la vida que nosotros queramos: Un potentado, un deportista glorioso, un rey o un jeque árabe, rodeado de lujos y placeres.
Por eso aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “¿A qué individuo le proporcionan hogaza de harina procesada que prorrumpa en llanto?” (¿A quién le dan pan que llore?)