Migrantes, entre el hacinamiento y la esperanza

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Por Jesús Rivera
Reynosa, Tamaulipas. Mientras se termina el domo para migrantes, en un predio localizado a la orilla del río Bravo, pegado al albergue Senda de Vida, continúa el hacinamiento de centroamericanos en la plaza de la República.
Ahí, donde el símbolo nacional-un águila parada sobre un nopal, devorando a una serpiente- sirve de entretenimiento a chiquillos y adolescentes que lo escalan sin ningún respeto, viven centenares de personas.
Hombres, mujeres y niños en espera de que el Gobierno de los Estados Unidos les otorgue una visa humanitaria, sobreviven de manera precaria.
Un día en la vida de este asentamiento de migrantes empieza muy temprano. Hay quienes se bañan a manguerazos, aprovechando las instalaciones del jardín público, o quienes pagan una cantidad simbólica para poder utilizar la regadera de algún negocio cercano.
Poco antes del mediodía llegan grupos religiosos para ofrecerles un frugal almuerzo, consistente en huevos con jamón, frijoles y tortillas, con su café caliente o agua de Jamaica.
Debajo de las pequeñas carpas de tela, las mujeres se entretienen con sus teléfonos celulares, en tanto que los hombres charlan animadamente, sentados en las bancas o en lo que era pasto verde.
Hablan de los días pasados en su patria, donde la pobreza y la inseguridad es aún más aguda que en México.
Situaciones que los obligaron a emigrar hacia el norte, en busca del sueño americano.
Los niños juegan futbol en el poco espacio que encuentran. Los más pequeños toman sus trompos de plástico y lo arrojan al suelo, en medio de risas festivas.
Hay una patrulla de la Guardia Nacional de manera permanente, en la esquina norte, precisamente a unos metros del águila.
Hacia la esquina contraria se ve un riachuelo de aguas negras que vienen de las letrinas.
La empresa que renta los módulos no les da mantenimiento, y los desechos humanos se derraman hacia la calle, provocando un foco de infección.
A pesar de ello, a unos metros de distancia personal de alguna dependencia hacen cortes de pelo.
Casi en medio de este conglomerado, una improvisada tienda vende artículos diversos, demostrando una vez más que aún en la desgracia se puede sacar provecho.
La construcción del domo avanza, pero aún pasarán varios meses hasta que esté completamente equipada y los migrantes centroamericanos puedan ser trasladados hacia ese lugar.
Después, sólo quedará una plaza destrozada, sucia y maloliente que requerirá de una inversión millonaria para su rehabilitación.

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