Por Pegaso
Sabiendo que hay compañeros periodistas que son unas chuchas cuereras para el debate filosófico, me aventé ayer la ocurrencia – en un grupo de WhatsApp- de mostrar mi asombro ante la escena que estaba observando.
Es que después de la entrevista que hicimos al Obispo de la Diócesis de Matamoros, Eugenio Andrés Lira Rugarcía, algunos le pidieron que les diese su bendición o les bendijese alguna reliquia de su propiedad.
Y el prelado, ni tardo ni perezoso, se puso a orar en compañía de ellos, pidiendo al Altísimo por la salvación de sus Inmaculadas almas.
Con la intención de generar un constructivo y sesudo análisis ontológico que pudiera aportar nuevas ideas al mejoramiento y evolución intelectual del Homo sapiens, quizás más relevante que aquella revolución cognitiva que fue el descubrimiento del fuego y el lenguaje hablado, me atreví a escribir al calce de una foto: “¡Pero, esto no es posible!”
Debo decir que una de las características esenciales del ser humano es la congruencia. Congruencia entre lo que hace y dice. Congruencia entre lo que piensa y lo que practica.
En el caso de los periodistas, congruencia entre lo que promueve como verdad y la forma en que procesa la información que recibe mediante los sentidos y su inteligencia.
Veamos a ver si me explico mejor: Un Director de periódico envía a su reportero estrella a cubrir el evento donde el Presidente de la República inaugura el aeropuerto internacional de la ciudad.
Por algún motivo, el picateclas no puede ir y escribe la siguiente nota: “Yo creo que esta tarde el Presidente de la República, Fulano de Tal, estuvo con el Gobernador Sutano inaugurando el aeropuerto internacional de la ciudad. Creo que el Mandatario dijo que “es necesario conectar por aire a esta comunidad con otras ciudades importantes del país y para ello es necesario que las empresas inviertan en este tipo de actividades productivas”.
Al terminar la redacción, va y le entrega el trabajo al Director. ¿Qué creen ustedes que dirá éste?
Yo pienso que le aventará la computadora con todo y escritorio a la cabeza y lo despedirá con una patada en el trasero, porque no se trata de lo que crea, sino de lo que en verdad ocurrió y que él mismo atestiguó, aportando pruebas del hecho, como fotografías y declaraciones.
Los periodistas, por definición, no debemos creer, sino que estamos casados con la verdad. Debemos ser objetivos, no subjetivos.
No concibo a alguien que trabaje en este medio, que salga todos los días a buscar la verdad de lo que ocurre en las calles de la ciudad, o en los eventos políticos, sociales y deportivos, que se ajuste a ello quisquillosamente para transmitirlo a su público, pero que en su vida privada crea en una falacia, en algo cuya existencia no está comprobada.
El Director del periódico nos pide dos cosas: Que confirmemos la veracidad de nuestra información y que la redactemos lo más apegado a lo que ocurrió, porque los periodistas somos una especie de notario público combinado con maestro: Damos fe y educamos.
Entonces, no podemos educar con mentiras. Y si creemos en mentiras, estamos faltando al principio de la congruencia.
Yo, desde hace mucho, me esfuerzo por ser congruente entre mi chamba y mis convicciones personales.
Le decía a un buen amigo que he eliminado de mi léxico la palabra “creer”, porque es algo subjetivo, cuando mi deber es dar cuenta de lo objetivo. Ambos conceptos son diametralmente opuestos.
Claro. Alguno de mis compañeros que muy de buen grado recibió la bendición del Obispo, puede decirme: “Oye, Pegaso. Andas mal. Si yo quiero creer, es mi derecho. Debes respetar la decisión de los demás”.
Y yo aplaudiría su postura, porque como decía el filósofo de la Ilustración francesa Francois-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho de decirlo”.
La intención mía era iniciar un picudísimo debate, pero por lo visto, todos prefirieron ignorar mi sutil invitación.
Mucho mejor para ellos. Les iba a dar una buena arrastrada.
Por cierto, otro tema de debate que podríamos tener en un futuro próximo sería sobre las feas pelucas que usaban todos los filósofos de aquella época, como el mismo Voltaire, Robespierre, Rousseau, Descartes, Montesquieu y otros.
Por eso, aquí los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Una falacia reproducida un millar de ocasiones, se transmuta en certidumbre”. (Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad).