Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Al Vuelo-Mamases

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Por Pegaso


Va un consejo para las mamases de los señores delincuentes, con el más sano deseo de hacer de esta una sociedad más humana, desinteresada y solidaria: Si ven que sus retoños empiezan a portarse más, corríjanlos.

No hay nada que pese más en la conciencia de un chamaco que la boca retorcida y el gesto amenazante de una progenitora, principalmente si esta va acompañada de una chancla.

Antes, las mamás no tenían ni siquiera qué decirnos que nos portáramos bien. Con una simple señal bastaba.

Era muy común que si el güerco no quería ir al mandado o de plano se ponía rebelde y la mamá lo enfrentaba con las manos en la cintura diciendo la siguiente frase: “Vas a ver cuando llegue tu papá”.

Y entonces, el mozalbete se ponía a temblar, porque ya sabía que el viejón no se andaba con medias tintas.

En el barrio donde crecí había un agente de tránsito al que le decían “El Pandita”.

Chaparrón, rechoncho y más negro que un pedazo de carbón, llegaba a su casa y ya su mujer le tenía una sarta de quejas.

“El Pandita” tomaba un pedazo de cable de plancha y buscaba al infante o infanta, hasta que lo encontraba muy quitado, o quitada de la pena jugando en la calle con los cuates.

Nada más verlo con el cordón en la mano, ponían pies en polvorosa, y allá iba “El Pandita” detrás de él o ella, hasta que lo o la alcanzaba y ¡rájale! Unos buenos azotes en la espalda.

Ya no supe más de aquella familia. Quizá ahora sean un dechado de virtudes como ciudadanos, o a lo mejor los descompuso más, pero los correctivos de aquellos años, si se daban a tiempo, solían tener buenos resultados.

Ahora que, mimar a los hijos y pasar por alto todos sus berrinches, resulta peor. A la vuelta de los años, si la familia era pobre y vivía en un sector criminógeno, crecía con la idea de que podía hacer todo lo que quisiera, al fin que no habría castigo para él.

Si vivía en una colonia residencial, con todos los lujos y comodidades, se convertía en político.

Desde hace mucho tiempo he venido analizando el fenómeno de la influencia de nuestras mamacitas en nuestro futuro comportamiento como adultos.

En la canción “Los dos amigos” que cantan “Los Cadetes de Linares”, dice lo siguiente:

Válgame, Santo Niñito/

que agarraron a José./

En la esquina del mercado/

lo ataron y se les fue./

Sería por las oraciones/

que su madre le rezaba;/

sería por su buena suerte/

o a José no le tocaba./

O sea, ¿que ya desde entonces las mamás de los delincuentes tenían una especie de complicidad con sus engendros?

Imaginemos por un momento cómo rezaba la mamá de José: “Diosito, cuida a mi hijo por favor. Que robe mucho dinero, que no lo agarre la policía y que si es necesario matar a los pasajeros del, pos que se mueran, pero que no me lo maten a él para que no me falte mi mandadito, mi regalito ni mi serenata de día de las madres”.

Algo así por el estilo.

El consejo es que, cuando vean que sus hijos se han pasado al lado de la delincuencia, mejor denlos por muertos, porque ya han dejado de ser humanos y se han convertido en bestias sedientas de sangre. Ya no hay forma de redimirlos.

Que si vienen los de derechos humanos y quieren meterle una denuncia por corregir a sus hijos, ¡regáleselos! Hágale como el Presidente de El Salvador, Nayib Bukele, cuando se le critica por entambar a los pandilleros: “¡Llévenselos!¿Dónde se los pongo?”-les responde.

Hace un tiempo vi una frase de un autor desconocido escrita en la pared de una escuela: “En el mundo sobran humanos, pero falta Humanidad”.

Los dejo con esa reflexión y termino con el gustadísimo refrán estilo Pegaso: “Fragmento de madera otorgado, ni la deidad lo elimina”. (Palo dado, ni Dios lo quita).