Por Jesús Rivera
Dejar su familia, su vivienda, sus amigos y su país no fue nada fácil para Melquiades y Ruth, una salvadoreña y otra hondureña, con un problema en común: Las pandillas.
Melquiades Hernández Telcit, de San Miguel, El Salvador, tiene seis meses en Reynosa. Dejó a cuatro de sus seis hijos, huyendo de la Mara, una de las pandillas más sanguinarias de Centroamérica.
Como madre soltera, tuvo que tomar la decisión de migrar hacia el norte para buscar mejores condiciones de vida para su familia.
En el nuevo albergue para migrantes que se construye en la colonia Aquiles Serdán, trabaja por horas, incansable, cargando en la cabeza pesados botes repletos de concreto que después entrega a los albañiles.
Cada bote pesa alrededor de diez kilos, pero para aquella mujer curtida, la carga es poca en comparación con la ilusión de poder llegar a los Estados Unidos.
Sus hijos de 14 y 17 años la acompañan en esta aventura en la que muchas veces tuvo que arriesgar la vida.
Los que se quedaron tienen 10, 24, 25 y 27años, respectivamente.
-¿Es difícil la vida en su país?-se le preguntó.
-Muy difícil, por el trabajo, más que todo y por las pandillas, porque no se puede salir de un lugar a otro.
-¿Esperan ustedes que en Estados Unidos les den asilo?
-Pues primeramente Dios que así sea. Ahí estamos luchando, viendo qué se hace.
-¿Ya presentó sus documentos allá?
-Ahorita aún no, pero ahí estamos luchando.
-¿Tiene esperanza que puedan?
-Primeramente Dios que así sea.
Un bote tras otro. El sudor corre por su frente, a pesar de la temperatura fresca del día, pero Melquiades sigue aportando su trabajo para hacer realidad el nuevo refugio para migrantes.
“Me gusta trabajar, así uno dedica el tiempo en algo,-comentó. Tenemos que apoyar en lo que podamos”.
Dijo que todas las personas que están en la Plaza de la República estarían mejor en los albergues, como Senda de Vida, o en el nuevo que está en construcción y que pronto abrirá sus puertas.
“Aquí estamos seguros, por lo menos, en Senda de Vida nos sentimos seguros. Tenemos nuestra comida, nuestro pollo y ¿qué más queremos? Aquí va a ser igual, me imagino, porque van a tener su propio baño, la cocina donde les hagan la comida y todo”,-aseguró.
Ruth Yamileth Sevilla Castrejón, originaria de Tegucigalpa, Honduras, tampoco se raja cuando de trabajar duro se trata.
De edad mediana, delgada, se tambalea un poco mientras equilibra el pesado bote con concreto que lleva en al hombro.
“Las maras nos están amenazando. Corrí de ellas porque le mataron a un hijo a mi hija, en el vientre. Amenazaron, porque ella no quiso trabajar para ellos. Incluso tengo un hijo que está en Atolva, máxima seguridad, porque ellos lo metieron a trabajar y luego que ya no quería, le pusieron a la policía, le pusieron dos muertos, tráfico de droga, distribución y que amenazaba a las personas”,-aseguró.
Con lágrimas en los ojos dijo que tuvo que vender su casa para poder migrar hasta Reynosa, donde espera lograr el asilo en los Estados Unidos.
“Yo vendí mi casa y ya no puedo regresar”,-expresó.
“Necesito sacar a mi hijo; le bajaron la condena porque no le hallaron pruebas, él no está en la plataforma, no está en ninguna mara, pero lo implicaron”,-dijo sollozando.
Otra de sus hijas, su yerno y dos pequeños también salieron huyendo del su pueblo a causa de la violencia.
-¿El gobierno de su país es corrupto?
-Es de lo peor que puede haber porque ellos meten inocentes. Por eso estoy yo aquí.
Ruth y su familia se vinieron con una caravana desde Tegucigalpa, durmiendo en el suelo, arropándose con cartones o plásticos y comiendo lo que podían.
-He subido hasta acá, arriba, con grandes esfuerzo, donde me dieron refugio y es mi esperanza para poder pasar y tener el asilo,-afirmó.
En el albergue Senda de Vida llegó hace dos semanas.
Antes, la caravana se detuvo en Tapachula, Chiapas y de ahí siguieron distintas rutas hacia la frontera norte de México.