Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Va de Cuento

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Por Juan Arvizu


SAINT GERMAIN

El baile en el suntuoso palacio estaba muy animado. La orquesta traída especialmente desde Viena complacía sobradamente a la concurrencia, la cual estaba conformada por la crema y nata, la crème de la crème, de la aristocracia parisina: Presentes estaban desde Barones y Vizcondes hasta un príncipe destinado a ser rey, con un poco de suerte.
Los criados del palacio no se daban abasto atendiendo a los invitados, quienes con singular alegría daban cuenta de cuanto manjar o bebida estuviera preparada exclusivamente para ellos. Si había hambre en la campiña o incluso en las ciudades francesas ello no importaba en ese castillo, en esa fiesta.
Las parejas danzaban alegremente en medio del gran salón cuando hizo su entrada un caballero joven elegantemente vestido. Entregó abrigo y sombrero al criado destinado a esos menesteres y sin más preámbulo se dirigió hacia las bebidas.
Echo una ligera mirada y escogió la bebida de su predilección. La paladeo con cuidado, como lo hace todo conocedor. Entonces fue cuando se dignó a dirigir sus ojos hacia la concurrencia.
El caballero recorrió con la mirada a las parejas que bailaban y luego hacia las mesas. Reconoció a una de ellas y con un simple movimiento de cabeza los saludó.
Minutos después algo llamó su atención. En una mesa un poco alejada del centro del salón, se encontraba una dama elegantemente vestida en cuyo atuendo no faltaban joyas ostentosas, propias de la moda parisina en boga y de la gente con dinero.
La dama tenia cabello largo y negro y su rostro reflejaba la lozanía de alguien que tan solo unos años antes dejó la adolescencia. La mujer era hermosa y por eso el caballero recién llegado no pudo dejar de notar tanto sus finas facciones como la prominencia de senos y cadera.
Sin embargo, su atención iba más allá. Su mirada se clavó por un largo tiempo en la anciana que acompañaba a la dama y de paso notó, que un caballero bastante joven acompañaba a las mujeres.
Con la segunda bebida de la noche el caballero trató de aclarar su mente, como tratando de recordar algo, de reconocer algo.
Minutos después se convenció de que aquella dama bastante anciana debía ser Catalina. Su Catalina.
La mirada fija en la mesa de las damas y su acompañante no pasó desapercibida para este último.
El joven se dio cuenta que el caballero recién llegado no apartaba la vista de la mesa que ocupaban y eso le molestaba de manera profunda. Seguramente estaba interesado en Alicia, su prometida. Fue entonces que recordó la pequeña discusión que había tenido con ella unas horas antes por culpa de un vestido demasiado provocativo, según él.
Pero esa pelea no tuvo ningún efecto, pues Alicia uso el vestido de todos modos, porque siempre hacia su santa voluntad. Podría decirse que Alicia se adelantó por siglos a su tiempo.
Enrique hizo notar a sus dos acompañantes la insistente mirada del recién llegado. Alicia volteó a verlo de forma discreta y no le recordó a nadie familiar, pero la anciana parecía que si lo recordaba, aunque no lograba precisar quién era, cuándo lo conoció o por lo menos dónde.
Algo en el caballero le era sumamente familiar, pero pese a ello no recordaba nada sobre él. Cosas de la edad, supuso.
El caballero fue objeto de charla durante algunos minutos entre ellos y nada más ocurrió. Se olvidaron del tema, pero él no se olvidó de ellos. Seguía observándolos.
A la cuarta bebida el caballero se decidió y con paso firme se dirigió hacia lo que llamaba su atención, movimiento que fue notado de inmediato por el joven que acompañaba a las damas. En cuanto llegó inclinó la cabeza en señal de cortesía y saludó de palabra.
Enrique ni siquiera contestó el saludo y secamente dijo: La señorita Alicia solo baila conmigo, es mi prometida y nos casaremos a fin de año.
El caballero solo sonrió de manera afable y contestó: Primero déjeme felicitarlo por tan magnifica elección, imagino que la señorita…Alicia, es un dechado de virtudes, además de juventud y belleza. Créame que nada me daría más alegría que bailar alguna melodía en tan agradable compañía, de ser posible, sin embargo, mi presencia ante ustedes tiene otro motivo.
Alicia, su prometido y la anciana quedaron sorprendidos. El caballero explicó que pertenecía a la familia Limour-Covent de Austria la cual durante muchos años hizo negocios en Francia, concretamente con la familia a la que pertenecía la anciana y la dama que la acompañaba.
Por eso deseaba expresarle los saludos de su familia a la anciana, a su nieta y al prometido de esta.
Alicia aclaró de inmediato que la anciana no era su abuela sino su bisabuela Catalina.
Al oír es nombre confirmó que se trataba de su amada Catalina. No podía ser de otra manera-
La mujer de edad más que avanzada comenzó a recordar a la familia Limour-Covent y dijo con algo de curiosidad.
¿Claro, ya me acuerdo un poco, creo que había dos hermanos pequeños en esa familia, Gustav y Adolfo, cuál de ellos eres tú?
Ninguno de ellos contestó el caballero, de hecho, soy el nieto, Gustav fue mi abuelo. La reconocí esta noche por casualidad y por eso me acerqué a saludarla.
La anciana sonrió de forma amplia pero después quedó en silencio. Hizo cuentas de que los pequeños Limour-Covent actualmente, si vivían, debían ser unos ancianos pues estaban hablando de casi 70 años antes.
Se preguntó a sí misma como era posible que ese joven la recordara, era algo imposible, pues ni siquiera había nacido, pero el recién llegado cambió rápidamente de tema.
A usted la reconocí casi enseguida, sigue usted idéntica y me atrevo a afirmar que luce usted incluso más bella que hace años, comentó tratando de halagar la vanidad de la anciana.
La mujer, olvidando de momento el tema cronológico, sonrió en forma abierta y dijo: Que joven caballero tan amable, ¿Cuál es su nombre?
El hombre vaciló un poco y el primer nombre que se le vino a la mente fue el de su padre: Francisco. Me llamó Francisco.
La anciana aseguró que era un placer conocer a un descendiente de la familia Limour-Covent y lo invitó a sentarse con ellos, a lo cual Enrique no puso objeción alguna pues ya no se sentía amenazado por alguna aviesa intención que tuviera el recién llegado, sin embargo, se mantendría alerta.
El caballero y la anciana se entretuvieron largo rato charlando, lo cual reconfortó más a Enrique. Le agradaba bastante que el recién llegado ni siquiera hubiera volteado a ver a su prometida, como si ella, una belleza andante, ni siquiera existiera.
Enrique invitó a bailar a Alicia y lo anciana aprobó con un aplauso. Cuando se quedaron solos el joven y la anciana comenzaron a hablar de cosas familiares y poco a poco la plática derivó cada vez más hacia Catalina.
¿Cuantos hijos tiene Madam?
Tengo seis hijos, ocho nietos y siete bisnietos. Alicia es mi bisnieta más chica. ¿Y usted Francisco, es casado?
No señora, no soy casado.
¿Me preguntó Francisco qué edad tiene usted?
El caballero dudó un poco antes de dar su respuesta y dijo: Digamos que tengo 30 años señora.
Digamos, digamos, vaya forma de hablar, es usted muy gracioso. ¿Cuantos años cree que tengo yo?
De inmediato el caballero dibujo en su mente el número 93, pero no lo dijo, en cambio contestó que, por su lozanía y belleza, seguramente ella no pasaría de los 60 años.
La anciana soltó la carcajada y afirmó que cada vez le caía mejor el recién llegado.
Tengo 93 años jovencito, los acabo de cumplir.
Francisco sabía que el cumpleaños de Catalina fue a principios de mes, pero se guardó de expresarlo.
Se imagina usted que yo tuviera menos de 60 años, las cosas que haría, las cosas que todavía haría.
El caballero se mostró un poco menos festivo y le preguntó directamente: ¿qué haría madam si tuviera menos de 60 o por lo menos se sintiera de menos de 60?
A la anciana la pregunta le pareció divertida y hasta tonta.
No lo sé, solo fue un decir, nadie puede retroceder el tiempo.
Francisco repuso que, si bien el tiempo no puede regresar, pudiera ser que para algunos el tiempo no pase de la misma manera. Abundó durante varios minutos sobre el tema, hasta que entendió que la anciana no estaba comprendiendo sus palabras y peor aún la estaba comenzando a incomodar.
Entonces Francisco impulsivamente le hizo una pregunta, aunque segundos después hubo de arrepentirse de ello.
¿Recuerda usted todavía a Rodrigo Aponte?
La pregunta dejo atónita a la anciana y un torrente de recuerdos se agolparon en su mente. Los bailes, los besos, las promesas, la guerra.
La anciana se quedó sin palabras y fue entonces, mirándolo fijamente a los ojos, cuando se dio cuenta de quién era realmente era el inesperado invitado de esa noche. Lo apuntó con el dedo índice mientras trató de decirle algo, pero no encontró palabras.
La anciana estaba sobresaltada y su corazón latia muy aprisa, por lo que el caballero la tomó de la mano y le dijo algo muy cerca del oido. Era un poema aprendido de memoria a fuerza de repetirlo. Después se retiró comprendiendo lo impropio que resultaba ese acercamiento físico en un sitio tan público como ese. Sin embargo la concurrencia los ignoraba por completo.
Como puede ser, no lo entiendo, afirmó agitada la anciana.
La respuesta del caballero fue que en este mundo hay cosas que la gente común no puede ver y menos entender.
La anciana hizo muchas preguntas, una tras otra, tenía un mar de dudas y quería respuestas.
Le pidió acercarse nuevamente a ella un poco, pues adujo que, aunque su mente seguía tan aguda como siempre, los ojos ya le fallaban desde muchos años atrás.
El caballero cumplió el deseo de la dama y Catalina pudo observarlo de cerca y en forma detenida. Comprobó que fuera del bigote y el pelo más largo, se trataba efectivamente de su novio Rodrigo, a quien dejo de ver hace poco más de 70 años.
Luzco un poco diferente, lo sé, afirmó el caballero. De tanto en tanto me veo forzado a hacer unos pocos cambios en mi persona, para no provocar situaciones incomodas.
Luego preguntó a la señora ¿sabes cómo te reconocí hoy?. Te pareceres mucho a tu abuela, la Marquesa Domand. La conocí cuando ella era muy joven.
La anciana volvió con el torrente de preguntas, pero fue en ese momento cuando su bisnieta y el prometido vinieron a salvar la situación. Se sentaron junto a ellos.
Alicia notó que la anciana se encontraba muy agitada por lo que, preocupada, le sugirió retirarse del lugar para que pudiera descansar.
Esa propuesta irritó visiblemente a la anciana quien dijo que ella no se iría de ese lugar hasta hablar largo y tendido con el caballero que tenía enfrente.
Alicia y su prometido se sorprendieron. No entendían que estaba pasando.
Se hizo un silencio que nadie se atrevía a romper.
Finalmente, el caballero argumento que desafortunadamente la hora ya no era apropiada (de hecho, muchos invitados comenzaban a retirarse de la fiesta).
Ofreció en cambio reunirse con la anciana, mañana, en la casa de la calle Mont Moire, donde pensó que la anciana podría seguir viviendo.
Catalina aclaró que durante los últimos 30 años su hogar está en la calle Nortre Moint en pleno centro de parís.
A ese lugar ofreció visitarla el caballero al día siguiente y propuso que la hora del encuentro fuera a las 5 de la tarde.
La anciana accedió y se levantó de su asiento.
El caballero la tomó del brazo y la condujo hasta la salida del salón, seguidos ambos por los intrigados jóvenes, Alicia y su prometido.
Cuando cruzaron el umbral de la gran puerta del castillo la anciana hizo una última pregunta
¿Cómo te llamas ahora?
Conde Saint Germain, fue la respuesta.
Enseguida el caballero regresó al interior del palacio. Deseaba con ansias una nueva bebida. Sabía que acaba de romper una de las reglas más elementales que tenían impuestas las personas sui generis como él.

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