(Del blog Cultura Reynosa)
Por Eduardo Sánchez/Cultura Reynosa
Reynosa, Tamaulipas. A mediados del siglo pasado, en la esquina de las calles Aldama y 16 de Septiembre del centro de Reynosa, se construyó una casona de estilo colonial, propiedad de Manuel Salazar Durón, de Montemorelos, Nuevo León y la alemana Elena Straub Martin, nacionalizada mexicana, quienes contrajeron matrimonio en el año 1938.
En torno a la casa, terminada de construir en 1949 por el arquitecto Mario Jiménez, han surgido leyendas que han pasado de generación en generación y que forman parte de la cultura popular, como la que en el patio se encuentra una tumba o que fue construida en los terrenos de un cementerio, incluso que en las ventanas del torreón aparece una silueta por las noches.
Sentado en el patio enmarcado por nopales, sábilas, flores y helechos, frente a la sencilla, pero a la vez imponente capilla, Juan Gerardo Salazar Straub, uno de los hijos de Don Manuel y Doña Elena, de profesión arquitecto, cuenta que él nació cuando se terminó de construir la casa, hace 72 años.
Lourdes, Letty, Víctor, Sandra, Gerardo y Blanca fue la descendencia del matrimonio Salazar Straub, que concluyó su unión en el plano terrenal cuando falleció Don Manuel, en el año 1956, sobreviviéndole Doña Elena hasta el 2017, al morir a la edad de 96 años.
“A mamá le gustaba el color rosa y verde en los remates de la fachada –señaló Juan Gerardo durante la charla- en 45 años no se le metió mano a la casa. Hace tiempo, vi una publicación en el periódico que había sido declarada ‘Patrimonio histórico’, pero nosotros nos hemos hecho cargo de todo”.
“Cuando le iba a dar mantenimiento a la casa, pregunté a mi hermana que vive en Monterrey cuál color quería para los remates y me dijo que rosa, como le gustaba a mi mamá y así lo hemos dejado”, amplió el entrevistado.
Sobre el cementerio, Juan Gerardo comenta: “Había uno frente en lo que ahora es la escuela ‘Club de Leones’ (o ‘Georgina Cantú Peña’), pero yo no lo conocí. Había un patio grande y al fondo una casita de madera. Cuando la señora tendía sus sábanas, por las noches pensábamos que eran fantasmas por las cosas de suspenso que contaban y por el cementerio que había, así que nosotros salíamos ‘volando’ asustados”.
La infancia de Gerardo fue muy tranquila. Vivía en una casona que a muchos causaba admiración, pero que a él le resultaba muy común. Caminaba por las noches por las calles sin ningún problema, admirando otras construcciones de la época, como la de Don Epigmenio Leal Puente o las que están en la calle Allende, construidas también por el arquitecto Mario Jiménez. Conoció a personajes como el “Macuarro” o la legendaria Pancha “la loba”, quien caminaba por las calles con su inseparable perro amarrado a la cintura.
Entre risas, recordando las travesuras de niño, la nostalgia por aquellos que ya no están, las construcciones que han demolido, las remodelaciones de la tradición por la modernidad, fijó su vista sobre la pequeña construcción de ladrillo que vigila el patio y pregunta: “¿Quieren verla?”. Es la capilla.
Emocionados, aceptamos y nos dirigimos a ella. Nuestro anfitrión, abre las puertas del pequeño recinto y el misterio se revela ante nuestros ojos. No es una tumba, sino más bien una capilla con dos reclinatorios y un altar, en donde se encuentran las urnas con cenizas de familiares que ahí reposan y de cuyo techo pende un candil.
“En esta capilla, se celebró la boda religiosa de mi hermana Sandra –comparte- en el interior de la casa, de la escalera circular del torreón, bajaron tocando Los violines de Villafontana durante la recepción”. Un dejo de nostalgia matiza la declaración. Se hace el silencio.
Ahora, todos esos momentos quedan en el recuerdo. La casona sigue en pie, con su imponente fachada pintada de rosa en sus remates, su torreón y su capilla. Si bien no existen leyendas, es claro que la casa guarda la esencia de Don Manuel y Doña Elena, especialmente de ella, de quien su hijo guarda un grato recuerdo y amor profundo, pues “cuando mamá muere, las Navidades y fiestas de Año Nuevo no volvieron a ser iguales… ¡es impresionante cuando falta el pilar!”.
Suspira, se hace el silencio total que acompaña el viento tenue de la tarde. Y concluimos.