Por Pegaso
¿Y mi vacuna?
Ayer llegó al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México el embarque número 14 de vacunas contra el COVID-19, directamente de Bruselas, Bélgica.
Son 487,500 dosis las que llegaron a la capirucha.
Hasta el momento se han recibido 12 millones, 334 mil, 445 dosis del biológico, tanto de Pfizer como de AstraZeneca, Sinovac del Centro de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya y CanSino Biologics,-según el mensaje que subió a sus redes sociales la Secretaría de Salud.
Pero además, en el transcurso de la semana vendrá un nuevo embarque con un millón, 845,275 de dosis más.
Por lo que leo, escucho y veo, de los casi 80 millones de mexicanos mayores de 15 años que hay en el País, no creo que se hayan aplicado los doce millones de vacunas que dice la Secretaría.
Si contamos los trabajadores de salud, que ya se vacunaron y algunos viejitos, la cantidad aún es mínima en comparación con otros países donde sí hay una buena logística de distribución y aplicación.
Se suponía que para marzo ya estarían vacunados todos los ancianitos, pero, ¿y los chavorrucos como su servilleta?
Si tenemos suerte, nos tocará allá por el mes de agosto o septiembre.
Por eso mismo mucha gente de la frontera y de poblaciones cercanas, como Monterrey, optan por tomar un vuelo charter compartido y volar hasta McAllen o Laredo para hacer fila en los centros de vacunación.
Hasta ahora, miles de connacionales lo han hecho de esa manera porque se sabe que las autoridades de salud norteamericanas no la hacen de pex.
Pero, ¿y los que no tenemos visa láser?¿Los que no tenemos dinero para rentar un avión?
Seguiremos expuestos a contraer el coronavirus hasta en tanto nos toque ir a recibir la vacuna, quién sabe cuándo, o tal vez mejor sería esperar un milagro y que finalmente se logre lo que los especialistas llaman “inmunidad de rebaño”.
Por lo pronto, fíjese usted, a la raza le vale madres, y ya han regresado a hacer sus actividades normales: Se van de chupe, hacen pachangas, se reúnen en familia, en espacios cerrados y con más de veinte o treinta personas sin cubreboca, dándose de kikos de trompita o de cachetito, abrazándose y saludándose como si nada.
Otros ya han hecho reservaciones en hoteles de Cancún, Puerto Vallarta, Los Cabos o Acapulco, para irse a broncear la panza a las paradisíacas playas mexicanas.
Los más amolados esperan que estén listos los asadores de La Playita para ir a preparar un rico pollo con pico de gallo y su chesco bien helado o su chela bien muerta.
Ya veremos después de las vacaciones si teníamos o no razón.
Bajar la guardia en estos momentos me parece una malísima idea.
Quince días después, veremos en las estadísticas una nueva curva ascendente de casos, si bien nos va, porque se anticipa que podría registrarse una tercera ola, similar a la que ya sufren países europeos donde la gente volvió a vivir la vida loca, como Italia y Francia.
Yo esperaré que se conjuguen tres circunstancias, antes de echar las campanas al vuelo: Uno, que aparezca la “inmunidad de rebaño”, dos, que se aplique la vacuna a por lo menos el 80% de la población y tres, que los índices de contagio bajen a números de un dígito.
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso, cortesía de la Sonora Matancera: “En el ponto, la existencia se percibe de manera más placentera”. (En el mar la vida es más sabrosa).