Por Pegaso
1.- Iban dos compadres al pueblo más próximo a lomo de sus caballos. Vestían sus mejores ropas, porque esa tarde habría una gran fiesta.
Muchas personas de las comunidades cercanas acostumbraban asistir a ese festejo, que estaba dedicado al santo patrono de aquel poblado.
Al caer la tarde llegaron a la plaza principal, ataron sus caballos en unos troncos que había cerca de una acequia y se dispusieron a divertirse.
Casi de madrugada decidieron retirarse, luego de haber tomado algunas copas. Uno de ellos opinaba que podrían quedarse durante lo que restaba de la noche en una mesada del lugar y el otro discutía que eso no era posible, porque en la mañana deberían entregar unos caballos a un comprador.
Total, ganó la segunda opinión y ambos se enfilaron hacia la salida del pueblo. La hacienda donde trabajaban de caporales distaba unas seis leguas y tenían que transitar por un camino oscuro, rodeado de tupidos bosques y cerros. Para colmo de males, empezó a llover copiosamente y la marcha se dificultaba por lo fangoso del suelo y las copas que habían ingerido.
De pronto, en una vuelta del camino escucharon a lo lejos una conversación que parecía un cuchicheo. Al acercarse, el sonido era más claro, hasta que lograron ver dos siluetas, a pesar de los humos etílicos y la cortina de lluvia.
Las figuras parecían tener largas colas y cuernos, así que, asustados, decidieron refugiarse en una cueva que estaba ahí, cerca de la vereda.
Temblorosos, escuchaban la discusión entre los dos diablos. De pronto, un choque de objetos metálicos, como si aquellas pavorosas figuras estuvieran peleando con espadas.
Así estuvieron, asustados, acurrucados uno con el otro, por espacio de varios minutos, hasta que el ruido cesó.
En eso, uno de los diablos dice: “Bueno, ya vámonos”.
Y el otro le preguntó: “¿A dónde?”
-¡Pues a la cueva!-respondió el primero.
2.- Tal vez era el mismo camino, pero dicen los lugareños que la siguiente historia es verídica.
Un tipo que acostumbraba ponerse sus borracheras tenía que recorrer a pie, de noche, los boscosos parajes entre su pueblo y la labor donde trabajaba.
Haciendo eses y trastabillando, avanzaba trabajosamente.
El llanto de un niño pequeño aguzó sus sentidos, dirigiéndose hacia el lugar donde se encontraba un bulto blanco.
En su interior, un bebé lloraba a todo pulmón a causa del frío que sentía. Enternecido, el beodo lo levantó y pensó para sí mismo:
-¿Quién habrá abandonado a este pequeño? Me lo llevaré al pueblo. Si nadie lo reclama, me quedaré con él y será como mi hijo.
Con estos pensamientos prosiguió su marcha. La noche era muy oscura y apenas se distinguían a lo lejos las luces de las primeras casas.
El tipo, aún bajo los efectos del alcohol, cargaba entre los brazos aquel pequeño bulto.
De pronto, se quedó helado de pavor cuando el niño le dijo con una vocecilla extraña: “¡Mila, papi, ya tengo lientitos!”
Dicen que hasta la borrachera se le quitó al aventar el bulto y salir corriendo despavorido.