LAS PELÍCULAS Y LOS CRÉDITOS FINALES
Por Luciano Campos Garza
Hubo un tiempo remoto en que me quedaba sentado en el cine vacío, con la esperanza de ver hasta el último de los créditos finales de las películas.
Fue una costumbre adoptada de chavo que me generó frustración permanente, pues en las salas nacionales, ayer y hoy, nada más acaba la historia y empiezan las letritas, mochan la cinta y encienden las luces. Qué mal.
Por un tiempo viví en Estados Unidos y encontré el paraíso del cinéfilo.
Allá, por ley, las películas deben correr hasta el último de los créditos. Solo entonces se ilumina la sala. Qué maravilla.
Veía películas largas o cortas y me quedaba sentado los cinco o siete minutos extras, para ver todas las letras de los centenares de nombres y posiciones de quienes participaron en la respectiva producción. Los monos de la limpieza estaban abajo, impacientes, a un lado de la puerta, esperando la terminación del rollo para intervenir.
De esa manera me llevaba algunas buenas sorpresas. Podía detectar dobles finales o detallitos. En Buffy: cazadora de vampiros (Buffy: the vampire slayer, 1992) pude ver la escena de la muerte prolongada del vampiro Amilyn (Paul Reubens), mintras pasaban los créditos. En Hannibal (2001) escuché a Anthony Hopkins, al meritito final, musitar “Data, H”.
Era un tiempo en que la prolongada exposición a los nombres del equipo técnico y sus posiciones en la filmación, enriquecían los textos de mis reseñas cinematográficas.
Pantalla sin ley
De regreso a México, el encanto con los créditos se rompió.
Encontré alarmado que en más de la mitad de las proyecciones cortaban la imagen después de terminada la historia.
Al principio protestaba. Le gritaba al proyeccionista y casi nunca me pelaban. A veces, muy pocas, sí me hacían caso y apagaban las luces de vuelta, y dejaban que siguieran las acreditaciones.
Una vez me quejé con la encargada del cine y la chica nomás para deshacerse de mí, me respondió: “Es que, señor, tenemos poco tiempo para limpiar la sala”.
Le expliqué: los créditos finales también son película y solo se encogió de hombros. De buenas no me recordó los tijeretazos dados en décadas pasadas a los celuloides, para tumbarles hasta veinte minutos; reducían la duración de las películas para acomodar más funciones en el día, práctica al parecer ya erradicada.
Por más molesta que encontrara la actitud de la encargada, debo reconocer que nada obliga al exhibidor a pasar completa la película, con lista de créditos, hasta el último nombre.
Eché un vistazo a la actual Ley General de Cinematografía y no dice nada sobre la obligatoriedad de pasar íntegro todo el rollo, desde el principio hasta el último minuto.
La dichosa Ley fue promulgada en 1992, con una modificación más reciente en el 2021.
Lo más cercano, referente a la proyección completa de una peli, es lo siguiente:
ARTÍCULO 21.- La exhibición pública de una película cinematográfica en salas cinematográficas o lugares que hagan sus veces, y su comercialización, incluida la renta o venta, no deberá ser objeto de mutilación, censura o cortes por parte del distribuidor o exhibidor, salvo que medie la previa autorización del titular de los derechos de autor. Las que se transmitan por televisión se sujetarán a las leyes de la materia.
Me pregunto cuántos exhibidores pensarán que quitar las letritas al final significa mutilación. Porque lo es. Pero no importa: para ellos, si la presentación ya terminó con su historia de kiss kiss- bang bang (besos y balazos), lo siguiente es irrelevante.
Mi lucha terminó abruptamente cuando nació la primera de mis infantas.
Antes iba al cine con Yeni, a quien le tocó presenciar con algo de pena mi lucha contra cácaros, acomodadores y gerentes. Pero cuando ya llegó la primera beba, debí ir solo.
Y ahí sí, ya no tuve más remedio que apresurar el trámite como cinéfilo. Veía la película de la semana para la reseña y ya no me quedaba a ver las letritas; me urgía correr a casa, de regreso a las labores del hogar, incrementadas considerablemente con la llegada de la descendencia.
Con el paso de los años, la burocracia me derrotó. Lo entendí con tristeza: mi lucha contra los pránganas proyeccionistas era en solitario y sin resultados. Afortunadamente, cuento con medios como Internet Movie Database (imdb.com) y Rotten Tomatoes (rottentomatoes.com) para consultar un crédito, si no lo registré en las presentaciones antes o después del drama.
Ahora, algunos cines ya han comenzado a retomar la linda costumbre de pasar los creditos completos. Pero son pocos. Esos los aprovecho, y dejo la sala aplaudiendo mentalmente.
Con frecuencia recuerdo aquellos años gloriosos en los cines gringos, con una legislación que permite ver completo el filme y yo contaba con tiempo para verlo todo, las letras últimas, el sitio de las locaciones, y agradecimientos de la producción..
Ojalá y algún día, la ley mexicana pueda enmendar esa deuda histórica con los cinéfilos, y obliguen a las salas a exhibir de principio a fin los créditos finales, para hacer del cine una experiencia total.