Por Pegaso
Ya di el viejazo.
Estaba sentado en una silla del Archivo Histórico Municipal, cuando llegó la Directora y no me pudo reconocer. Avanzó unos pasos hacia adelante, y cuando me vio de frente me dijo: “No sabía que eras tú. Pensé que eras un viejito”.
¡Zaz! Sus palabras cayeron como agua fría en la nuca. Yo, que me jactaba de parecer todavía un chamacón de 35 o 40 años, esas palabras me hicieron centrarme en la realidad.
Como dijo recientemente Will Smith, protagonista de películas como “Día de la Independencia”, “Wild, Wild West”, “Hombres de Negro”, “Yo, Robot”, “Soy Leyenda” y muchas, muchas más: “Yo todavía me siento como un joven de 40 años, pero mis rodillas dicen otra cosa”.
Igual yo. Antes subía corriendo los escalones de la Presidencia y ahora llego con los pulmones a punto de reventar.
Pero bueno. Tal vez las palabras inocentes de mi amiga, la Directora del Archivo Histórico, no tenían la intención de molestar. Y créanme, no me molesté.
Lo que pasa es que traía una boina que me regaló muy amablemente mi cuate El Guasón durante el invierno pasado y de espaldas me hacía ver como un venerable anciano.
También me quité la barbita de candado que tanto sex apeal me hacía tener.
Ese tipo de barbita tiene la peculiaridad de hacer más interesantes a los hombres. Si no, díganle al Buki, Marco Antonio Solís, quien, antes de dejarse la piocha y la greña, estaba más feo que “La Gilbertona”.
Con esa barbita pudo conquistar ni más ni menos que a Marisela, Beatriz Adriana y un chorro de correteables chamaconas.
Aunque mi objetivo no es ese, como que las canas y las barbas te proporcionan un halo de respetabilidad.
Por eso mismo, cuando me rasuré ayer por la mañana, me sentí como desnudo de la cara, con unas ojerotas, unas bolsas tamaño jumbo y demás arrugas gravitacionales. “Ya dí el viejazo”-me dije para mis adentros.
Dar el viejazo, en nuestro país, significa que, de la noche a la mañana, hay un cambio notable en nuestro rostro y cuerpo. Como que nos vemos más acabados y los demás lo notan inmediatamente, sobre todo aquellos que tienen años de no vernos.
“¡Caramba-nos dicen- qué amolado te ves!” Cuando apenas unos meses antes te decían: “Por ti no pasan los años”.
¡Pues claro que no! Todos se nos quedan encima. Y cada día que pasa no es uno más, sino uno menos.
Los de la Generación conocida como “Baby Boomers” ya no nos cocemos al primer hervor. Si bien nos va, andamos ya con dolores de reumas, tomando pastillas para el colesterol, triglicéridos, azúcar e hipertensión.
Los más afortunados, los que de a deveras han hallado la fórmula de la eterna juventud, aún se meten al gimnasio a levantar fierro o corren decenas de kilómetros sin sudar una sola gota.
Si no, vean a mi befo Jaime Arredondo, que tiene más músculos que Arnold Schwarzenegger, aunque está más chaparrón.
O a mi compañero Jorge Arano, que corre veinte kilómetros diarios y levanta él solito cien kilos con cada dedo.
¡En fin! Hay que aceptar cada etapa de nuestra vida y vivir la vejez con dignidad.
A final de cuentas, como dicen los chinos, tienes el cuerpo y la cara que te haz ganado y que mereces tener.
Por eso, aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “A la senectud, complicación eruptiva propia de la infancia”. (A la vejez, viruela)