Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga

Al Vuelo-Mentira

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Por Pegaso

Los seres humanos amamos las mentiras. Nos encanta que nos mientan. Pagamos por que nos mientan. Mentimos a cada rato y consumimos mentiras en cada momento de nuestras vidas.

Si no, díganme por qué entramos al cine a ver una película de espantos, si sabemos que es algo falso.

De hecho, la industria cinematográfica factura anualmente miles y miles de millones de dólares solo porque nosotros queremos que nos echen mentiras.

Idolatramos a los líderes que nos seducen con embustes, engaños, invenciones, falsedades, patrañas, falacias, ficciones, enredos, falsificaciones, cuentos, engañifas, mendacidades y piquetes de ojos. Si no, vean todos los días al Pejidente AMLO, que no deja de proferir erratas cada que abre la boca.

A la fecha, es el mandatario más mendaz del mundo, con un promedio de 103 mentiras por mañanera.

Según la revista digital Etcétera, en lo que va de su sexenio ha pronunciado 101,155 mentiras, un 230% más que Donald Trump, que ya es mucho decir.

Pero, ¿por qué nos gusta tanto que nos jueguen el dedo en la boca?

Pienso que eso viene de muy atrás, desde el hombre de las cavernas.

Cuando el lenguaje empezaba a articularse, era vital para la especie echar mentiras, ya que de esa manera se aseguraba que la competencia no tuviera las mismas oportunidades de cazar un bisonte o algún venado.

El Hombre es mentiroso por naturaleza. Dicen que la verdad no peca, pero incomoda, y la mayoría de la gente prefiere a quien le dice lo que quiere escuchar antes de conocer una verdad que le hiera.

Hay una fábula anónima que dice así:

Cuenta la leyenda que un día la Verdad y la Mentira se cruzaron en el camino.

-Buenos días, dijo la Mentira.

-Buenos días, contestó la Verdad.

-Hermoso día, dijo la Mentira.

-Entonces, la Verdad se asomó para ver si era cierto y, efectivamente, era un hermoso día.

-Hermoso día, contestó entonces la Verdad.

-Aún más hermoso está el lago, volvió a decir la Mentira.

Entonces, la Verdad miró hacia el lago y confirmó que la Mentira decía la verdad, y asintió con la cabeza.

Corrió la Mentira hacia el agua y le dijo a la Verdad: -Mira, el agua está muy tibia. Ven. Vamos a nadar, deshaciéndose de su andrajoso ropaje.

La Verdad tocó el agua con la punta del pie y realmente sintió que estaba tibia y agradable. Confió en la Mentira y se introdujo al agua, quitándose la blanca y etérea ropa que llevaba puesta.

Un rato después salió la Mentira, pero tomó la ropa de la Verdad y se fue corriendo.

La Verdad, incapaz de vestirse con las sucias ropas de la Mentira, empezó a caminar sin nada encima y todos se horrorizaban al verla.

Es así como hoy en día la gente prefiere una mentira disfrazada de verdad que una verdad desnuda.

¿Quieren más ejemplos? Cada rato se los doy en esta ociosa columneja: Jaime Maussán y la bola de mentirosos que abundan en la televisión han hecho fortuna con los OVNIs, gracias a la credulidad de la gente.

En las redes sociales es frecuente que la gente se crea una mentira acompañada con imágenes y letras sensacionalistas que una verdad donde se incluyan datos duros y estudios serios.

Somos consumidores de fake news. Nos gusta que nos vean la cara de pendejos, pero aún así sonreímos cuando otros se hacen ricos o logran sus objetivos gracias a nuestro candor.

Por eso aquí nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “¡Dirígete a mí con falsedades, títere de Gepetto!”.  (¡Miénteme, Pinocho!)